Recapitulemos:
Si bien muchas constituciones son el resultado de actos de fuerza institucionalizados, ocurre que unas duran más que otras. Y es que durante su trayectoria ganan o pierden, de las maneras más distintas, la legitimidad que es su energía. De ahí que muchas de las constituciones mejor reputadas sean las que han logrado subsistir, pese a crisis de variada índole, su prueba de fuego. Estas son defendidas por Montescos y Capuletos en los momentos difíciles del acontecer institucional de los países.
Puede constatarse en lo que sucedió con la Constitución de 1925. A pesar de sus orígenes no del todo canonizables, en el día aciago del 11 de septiembre de 1973, los dos bandos en pugna declaraban estarla defendiendo. ¿Lo hacían realmente? Esa es una pregunta que contestó la historia posterior. Una ínfima minoría de quienes triunfaron ese día se las arregló para firmar el acta de defunción de la Carta que habían jurado defender (tal como lo ha explicado Renato Cristi). Este hecho escandaloso, que bien pudo haberse olvidado, se transformó en un problema tan exorbitante que, aun con las muchas similitudes que la del 25 tuvo con la del 80, esta última fue conocida como la de Jaime Guzmán y Pinochet; y más: aun habiendo experimentado dos grandes conjuntos de reformas, el primero de ellos refrendado por el plebiscito de 1989, y el segundo, acordado por el Congreso Nacional en 2005 a instancias del Presidente Lagos, la marca de origen no desapareció. A la larga fue un fenómeno publicitario ciertamente de signo adverso, que los abusos y sus impunidades correlativas (y que son el avinagramiento de todo sistema jurídico) contribuyeron a exacerbar.
La Constitución de 1980, por mucho que su articulado original nunca haya regido a cabalidad, fue irremediablemente un acontecimiento depravado. Lo sabe toda esa gente que sufrió las brutales expropiaciones de los años 60 y 70 bajo la de 1925, pero que defendió siempre su imperio.
En política importan los símbolos por sobre las verdades metafísicas. ¿Cuál ha sido la filosofía de los símbolos en torno al proceso constitucional que ahora vivimos a consecuencia de la fragilidad de la Constitución de 1980?
El problema de los símbolos es que no se pueden desmantelar solamente con argumentos racionales. ¡Requieren un tratamiento especial en el propio orden simbólico! Por eso no basta con sostener que la hoy vigente no sea la misma de 1980, tampoco con admitir, para zafar el incordio, que una nueva será borrón y cuenta nueva. En el mundo de los símbolos no existe esta tabula rasa.
El desarrollo de la psicopolítica permite observar que el iceberg que se nos aproxima anuncia en su lugar un nuevo continente. Este 2022 tendremos que decidir entre la Constitución vigente (simbolizada como de Guzmán y Pinochet) y la nueva (simbolizada como enteramente democrática). Cuando todavía era tiempo, en marzo de 2016, Arturo Fontaine Talavera propuso en las páginas de este diario que el proceso constituyente se realizara a partir de la Constitución de 1925. Lo que (providencialmente, hay que decirlo) pretendía el señor Fontaine era esquivar la falsa dicotomía simbólica en que pronto nos hallaremos. Los detractores de su propuesta, casi todos defensores de la Constitución de 1980 o, para ser justos, de 2005, nunca se hicieron cargo del entuerto simbólico.
También en estas páginas se ha propuesto generar una Convención Constitucional 2 (¿qué haríamos si a alguien se le ocurriera proponer la 3 y 4?). La opción de remecer la cátedra en sede del Congreso Nacional, reemplazando de una vez el texto de la Constitución vigente por el de 1925 para que sea esta última la que compita con el proyecto de nueva en el plebiscito de salida, y no la de Guzmán y Pinochet, sería ahora difícil y más que leída como una especie de boicot, un acontecimiento acorde con el género maravilloso.
Así las cosas, a menos que la Convención Constitucional se modere, vamos en un viaje sin retorno. Está visto que la derecha de tanto creerse inmortal, como en el cuento de J. L. Borges, perdió hasta la facultad del lenguaje, que para estos efectos no es otra cosa que la capacidad de persuadir. No es culpa de sus convencionales. Vive de vacaciones desde que cayó el Muro en Berlín.