El texto que conocemos hasta ahora de la nueva Constitución contiene aspiraciones largamente perseguidas, especialmente desde los sectores progresistas, como el Estado social y democrático de Derecho, primer paso para construir un verdadero Estado de bienestar, así como la consideración de los pueblos indígenas en la arquitectura del Estado chileno, la descentralización y la perspectiva feminista. Sin duda, cada una de esas definiciones significa un avance esperanzador y asume orientaciones ampliamente compartidas en la sociedad chilena que fueron imposibles de recoger, incluso en sus versiones más tibias, en la actual Constitución.
Así y todo, muchas personas que votaron Apruebo en 2020 están diciendo abiertamente que piensan rechazar en el plebiscito de salida. Las hay de derecha, pero también de centro e incluso de izquierda.
Las hay también, y eso es lo más delicado, en ese amplio grupo que no tiene domicilio político, pero que expresa la temperatura media de nuestra sociedad.
Más allá de lo discutible de adelantar un voto negativo ante un texto que todavía no se conoce plenamente, hay que tomar nota del fenómeno que hay detrás. La desinformación, los prejuicios y las campañas del terror han hecho su trabajo sin pudor, pero también es cierto que algunas de las definiciones que ha ido tomando la Convención causan más controversia de lo recomendable, abren conflictos innecesarios, o intentan cerrar debates que aún no están maduros y que perfectamente se pudieron remitir a la sede legislativa para dar tiempo a que se procesaran con más calma.
Considerando esas aprensiones, invitaría a esas personas que aprobaron en 2020 y están pensando rechazar ahora a preguntarse si tenemos alguna posibilidad de construir un entendimiento que sea más inclusivo y legítimo del que saldrá del proceso actual. Es muy probable que no. Todas las imperfecciones del actual camino constituyente son síntomas de lo inconcluso que aún está el esfuerzo por acordar un proyecto de sociedad que nos represente ampliamente. La fractura que salió a la luz con el estallido social no ha encontrado su punto de composición, y todavía no estamos en condiciones de cerrar esa brecha ni con este texto ni con ningún otro.
Más aún. Si se abandona el esfuerzo por persistir en este proceso y se intenta levantar una tercera vía, puede que rompamos el frágil hilo que hace posible que sigamos arriba del mismo buque. Por imperfecto que sea, el actual proceso constitucional y lo que surja de él es el resultado de lo mejor que fuimos capaces de hacer entre todos y todas. No es mejor porque ese "todos y todas" está dañado, plagado de desconfianzas y animadversiones. En ese sentido, la posibilidad de hacer una Constitución más pulcra es inversamente proporcional a la exigencia de hacerla con el conjunto del mosaico desajustado que es hoy la sociedad chilena.
Lo dicho no significa que esa fractura no se pueda cerrar. Si entendemos la nueva Constitución como una construcción en proceso, que requerirá interpretaciones compartidas, afinamientos y correcciones, podremos arribar en un plazo razonable a soluciones que resuelvan mejor los temas que abren dudas. Eso significa que el esfuerzo de diálogo y búsqueda de acuerdos no se corona con la nueva Constitución, sino que apenas comienza.
Hay una pieza imprescindible para poder sostener esa alternativa y cuya resolución está pendiente. Se trata del sistema político. Si esa pieza se resuelve bien, el edificio constitucional tendrá las herramientas para procesar las tensiones y controversias que el resto del texto deje abiertas. Si no lo hace, mantendrá la actual situación de parálisis o abrirá la puerta para que mayorías transitorias arrasen. Además, los exigentes compromisos programáticos que la nueva Constitución le hará a la ciudadanía dependen de un buen sistema político para poderse cumplir. Una institucionalidad política mal calibrada puede hacer de esos compromisos pura música, o llevarlos a una lamentable pelea en el barro de los representantes democráticos.
Paradojalmente, las tensiones que la Convención está teniendo para resolver el sistema político son un buen augurio. Significa que hay conciencia de lo que se juega ahí. Si se quiere ayudar al proceso constituyente no hay que adularlo, sino tensionarlo para resolver de la mejor manera lo que queda por delante. Quienes queremos defender el actual proceso y no estamos por terceras vías sino por un apruebo contundente debemos respaldar el esfuerzo por lograr un sistema político mejor del que se ha propuesto hasta ahora. Si ello trae en el corto plazo algunos desencuentros y ripios,
serán los malos ratos mejor compensados de nuestra vida.