Uno de los aspectos centrales del proyecto constitucional es la idea de que Chile es plurinacional. ¿Qué significa esto? ¿Qué problemas puede plantear?
Para saberlo hay que esclarecer el concepto de nación. La palabra nación (natio) es un sustantivo derivado del verbo nascere (nacer). Ella denotaba originalmente el vínculo con el lugar donde se había nacido. En el medioevo la palabra se usó (como recuerda Huizinga) para designar a los estudiantes universitarios que compartían un origen o una religión. En el siglo XIV, la palabra comenzó a adquirir un sentido político y se usó para designar a quienes compartían el poder con el rey (los nobles o notables).
Es recién en el siglo XVIII cuando la palabra adquiere el alcance que hoy día la hace problemática.
Entonces surgen dos significados de la palabra nación. En uno de ellos (el uso francés tal como aparece en el discurso del Abate Sieyès) se la usa para designar a un conjunto de personas formalmente iguales unidas por la ley. En el otro (la concepción romántica, uno de cuyos impulsores fue Herder) se designa con esa palabra a una entidad sustantiva con una lengua propia y una misma conciencia colectiva, un mismo espíritu. En la concepción francesa, la nación la constituye la ley; en la romántica o alemana, la nación se constituye por la lengua y la cultura. En la primera, el Estado coincide con la nación; en la segunda, esa coincidencia puede no existir, puesto que puede haber varias naciones al interior de un Estado o una de ellas extenderse por varios.
Las consecuencias de cada una de esas concepciones son radicalmente distintas. Mientras la concepción francesa favorece la unidad política entre culturas distintas, la concepción romántica provee razones para abandonar esa unidad.
¿Qué ha ocurrido en el caso de Chile? En el caso de Chile, durante el siglo XIX se llevó adelante (con la fuerza del Estado y de la iglesia, mediante la violencia y la oración) un amplio proceso de aculturación para expandir el uso de una sola lengua e imponer un sistema jurídico uniforme.
El éxito de ese proceso fue la construcción del Estado nacional: la idea de que Chile era una comunidad de memoria y de origen. Esa imagen (esa comprensión que Chile tenía de sí mismo) es la que hoy ha entrado en crisis. Existe hoy en Chile una conciencia de que debajo de ese proceso de aculturación o de mestizaje casi siempre forzado, subsiste y resiste el paso del tiempo un conjunto de pueblos con identidad lingüística y cultural propia.
Y se ha extendido el propósito de reconocerlos y conferirles un conjunto de derechos colectivos.
Parece imprescindible hacerlo. El problema es que el concepto de plurinacionalidad que aparece en el proyecto va más allá de ese reconocimiento.
Porque ese concepto (una vez que se descarta su empleo arcaico y la concepción francesa que nada tiene que ver con lo que el proyecto dice) denota la existencia de varias naciones en el sentido romántico: entidades colectivas con identidad cultural y lingüística y una memoria compartida. Entidades que por estar animadas por el mismo "espíritu del pueblo" exceden al Estado o forman parte de varios Estados y que poseen una vocación de autonomía política. Hay en ese concepto de nación una idea de autonomía que debilita al Estado y un colectivismo que ahoga al individuo.
Por supuesto,
el proyecto no dice explícitamente eso; pero si se piensa dos veces, ¿de qué otra forma podría entenderse el uso reiterado del concepto de plurinacionalidad y la forma en que aparece en el texto? Por eso, luego del 4, y gane quien gane, será mejor emplear el concepto de multiculturalidad o de pueblos y derechos colectivos, y despejar así de una vez por todas ese fantasma amenazante.
Un fantasma —la verdad sea dicha— con hartos visos de verosimilitud si se atiende, como ejemplo, y no es el único, a las declaraciones de Héctor Llaitul formuladas esta semana, cuando, respondiendo a la invitación a una tregua, declaró que no, que ni tregua ni nada, porque la CAM estaba en una lucha política y militar por la recuperación territorial, la autonomía política y la reconstrucción cultural.