Previo a la crisis sanitaria por el covid-19 en la última década el panorama de la desnutrición infantil se había estabilizado, con avances en políticas alimentarias que se tradujeron en que la cifra cerrará en 1,8% en 2019, casi similar a lo registrado en 2009 con un 1,9%. Sin embargo, el sedentarismo que ocasionó las cuarentenas, las dificultades económicas y el bajo control de la alimentación de los menores al no asistir a sus establecimientos provocaron que la prevalencia creciera al 2,6% en 2020 y que en 2021 se mantuviera ese mismo porcentaje. El último Mapa Nutricional que elabora la Junaeb muestra que, además, la malnutrición por exceso creció del 54,1% al 58,3%, mientras que el retraso en tallas, que evidencia un bajo desarrollo en menores, pasó de 5,5% al 6%. Pero lejos de ser controlado, el drama que viven miles de familias vulnerables por la deficiente alimentación de sus hijos probablemente se agudizará en los futuros balances oficiales, según anticipan especialistas. Esto debido a la alta inasistencia de estudiantes a sus establecimientos educacionales, lo que muchas veces no permite controlarlos.