Basta recordar lo que fue el anterior proceso para saber cómo debiera ser el que se está desplegando. Las experiencias una vez vividas tienen esa virtud: enseñan lo que no hay que hacer, los gestos que hay que evitar, las confianzas desmesuradas que hay que disminuir, los tropiezos a ahorrar.
¿Qué esperar entonces, a la luz de ese principio, del proceso hoy en curso y del que se iniciará luego del 7?
Ante todo, evitar lo refundacional, la idea que una sociedad puede reinventarse a sí misma a placer. Eso no es simplemente posible. Las sociedades como las personas dependen de su trayectoria; solo pueden saltar si hincan sus talones en lo que hicieron. Y es que el tiempo ha tallado en ellos un cierto perfil, una cierta sombra de la que no pueden huir. En vez de rechazar el pasado, es mejor entonces reflexionar sobre él y digerirlo hasta incorporarlo al futuro (a eso es a lo que Hegel llamaba Aufhebung, superar algo absorbiéndolo).
A ese principio se suma otro. El más importante. Uno que los expertos deberían cuidar especialmente. Se trata de la distinción entre un juego de toma y daca, un juego de póker y una deliberación.
Un juego de toma y daca es lo que ocurrió en la anterior Convención. Un grupo ofrecía apoyo a las ideas de otro a condición de que este lo apoyara en las suyas. Algo así como apoyo el aborto por el que abogas, pero tú me apoyas en la plurinacionalidad que me interesa a mí. Si tú apoyas el precio justo, entonces yo apoyaré los derechos de la naturaleza. Ese procedimiento conduce a una amalgama de cosas, algunas sensatas, otras estrambóticas. Actuar así no es propio de un experto.
Un juego de póker, por su parte, consiste en simular que se pide algo o que se anhela algo cuando, en realidad, se quiere otra cosa. Consiste, en otras palabras, en ocultar las verdaderas intenciones o en exagerarlas a fin de alcanzar el resultado previsto. Es lo que ocurre con la indicación de los derechos sexuales presentada por la izquierda o la relativa al régimen de las cotizaciones, presentada por la derecha. Ambas van, con mucho, más allá del acuerdo inicial. Esta actitud es también impropia de un experto.
Los expertos —y esta fase les corresponde a ellos— no juegan, deliberan.
Pero desgraciadamente los cientos de indicaciones que en esta fase se han presentado tienen más apariencia de juego que de deliberación.
Y ese sí que es un problema, al menos en esta fase. Porque, recordémoslo, esta fase pertenece a personas a las que se atribuye un conocimiento pormenorizado de la disciplina que profesan, una cierta práctica en la investigación y el intercambio de razones y una determinada reputación que cuidar que les impediría actuar de cualquier forma.
Es razonable entonces que la ciudadanía espere que se comporten como tales, o sea, que expongan razones, atiendan a las que no son suyas, se dispongan a persuadir o a ser persuadidos, luego de haber consultado textos, derecho comparado y literatura (en vez de ocupar su tiempo en consultar al partido que los eligió). Pero si se comportan como jugadores de toma y daca o practicantes del póker, personas que ayer dijeron esto, pero ahora, sacadas las cuentas, dicen esto otro, o apenas ayer convienen un principio para, poco más tarde, y con astucia de tinterillo, o de simple chupatintas, o con estrategia de picapleitos, comienzan a premeditar una indicación para alterar lo que acordaron, restringirlo, variarlo, cambiar su sentido fundamental, entonces no están a la altura de la expectativa que se tuvo al elegirlos.
Para decirlo de otra forma, los expertos debieran hacer un uso público de la razón, no un uso privado de ella. Un experto, sugiere Kant, debe hacer un uso público de la razón, es decir, dirigirse imparcialmente a la ciudadanía. Si, en cambio, dice lo que la tienda que lo eligió le sopla al oído o le instruye, o sin que le digan nada él procura adivinarlo para no apartarse de lo que la tienda querría, entonces usa la razón en sentido privado.
Esa última situación (enseña Kant) se corresponde con el caso de quien emplea la razón en calidad de funcionario. Solo es de esperar que los expertos recuerden que fueron elegidos como eso, como expertos, no como funcionarios.
La hora de estos últimos viene después, el día 7.