El principal rasgo del evento electoral de este domingo es su equívoco. No se sabe con precisión qué se vota; aunque a juzgar por la propaganda electoral se sabe por qué o contra qué se vota, por o contra quién.
Basta, en efecto, una mirada para advertir que esta elección será un retrato de la forma en que la ciudadanía considera la actual situación por la que atraviesa el país y cuyo responsable es el Gobierno (son las servidumbres a que obliga la grandeza, Presidente), más que un bosquejo de las reglas básicas de la convivencia. Si en la anterior Convención se quiso dibujar a placer el rostro del futuro, ahora en el Consejo pareciera que se trata de remendar los problemas de seguridad, solo de apagar las incertidumbres de la vida cotidiana.
De debate constitucional, nada.
Así entonces al sacar las cuentas del domingo por la tarde o por la noche, no se sabrá nada, o se sabrá muy poco, acerca del contenido de la futura Carta Constitucional, de los derechos que consagrará, de los límites que se preverán para ellos, de los sistemas de control que se dispondrán, del sistema político que se configurará. Se sabrá bastante, en cambio, de la fuerza electoral del gobierno (todo hace pensar que será más bien magra) y del avance relativo de la derecha, especialmente de la derecha iliberal. Y, claro, de la suerte del centro para el cual estos tiempos temerosos y anhelantes de orden no son los mejores.
Es probable que gane presencia en el Consejo una fuerza retentiva. Es el caso de los republicanos.
Si este partido obtiene una presencia importante (lo que es probable y no por sus ideas constitucionales, sino por haber enarbolado el tema de la seguridad y el rechazo a la anterior Convención), estará atrapado, por decirlo así, en una inconsistencia performativa: su presencia en el Consejo Constitucional será en parte el resultado de no querer que existiera cambio constitucional alguno. En otras palabras, quienes accedan en un cupo republicano a ese órgano afirmarán con su presencia allí una voluntad de que ese órgano no cambie nada o cambie muy poco en el orden constitucional.
De ser así, el resto de la derecha (RN, Evópoli e incluso la UDI) estará en una situación incómoda. Deberá escoger entre plegarse a la tesis de los republicanos (este término tiene un ilustre origen, pero no es el caso discutir ahora si quienes lo llevan lo merecen) o, en cambio, asociarse a algunas de las tesis de la centroizquierda, dejando a los primeros más bien aislados. En ese dilema se insinúa parte del destino de la derecha: si acaso será una derecha predominantemente iliberal (como la de Kast) o, en cambio, una derecha liberal, despegada del autoritarismo y la imaginería en torno a la nacionalidad (un proyecto que nunca hasta ahora ha fructificado).
Si lo anterior se verifica (si los republicanos obtienen una representación importante) entonces la tarea será más bien de la centroizquierda que deberá tener la capacidad de elaborar ideas a las que la derecha más liberal pueda acceder. Si, en cambio, en la izquierda renacen los viejos temas (viejos desde el punto de vista intelectual a pesar de que se reiteraron recién ayer, en la Convención) se estará estimulando a que la derecha, o parte de ella, se pliegue a las fuerzas retentivas.
Todo parece indicar entonces que este Consejo Constitucional estará atrapado en un equívoco y una inconsistencia: el equívoco consistirá en que quienes sean elegidos lo habrán sido por razones ajenas a la cuestión constitucional y la inconsistencia en que tendrán relevancia en él quienes sean elegidos para una labor constitucional en la que no creen y que desde el principio rechazaron.
¿Podrá salir algo sensato de todo eso?
Es de esperar que sí. Uno de los misterios de la democracia es justamente que sus procesos suelen estar hechos de equívocos y de tropiezos, de líneas torcidas; pero el resultado termina relativamente bien o siquiera mejor que si ella no hubiera existido. En ello tendrá (a pesar de las limitaciones de la fase que ahora se inicia) un papel relevante la Comisión Experta, especialmente si sus integrantes se convencen de que están allí en calidad de expertos y recuerdan que el saber (porque de eso se trata ser un experto ¿verdad?) no consiste en comportarse como funcionario de quien lo designó, sino en someter los puntos de vista y los intereses que se desplegarán en este Consejo lleno de equívocos, al orden de la razón.