Los resultados de la elección de consejeros del domingo recién pasado admiten múltiples interpretaciones. En este espacio quisiéramos concentrarnos en las oportunidades y amenazas que se ciernen sobre el nuevo proceso constituyente. La derecha como bloque (Partido Republicano más Chile Seguro) no solo logró cómodamente los 3/5, sino que también alcanzó los 2/3, un quórum que podría tener un efecto muy relevante: desechar la propuesta de la Comisión Experta gracias al poder de veto del Consejo Constitucional.
Si este es el escenario, se cierne de inmediato un amenazante nubarrón sobre la viabilidad del proceso. Naturalmente los protagonistas son distintos, las razones ideológicas, opuestas, pero la disposición de la mayoría abrumadora del Consejo podría ser la misma que nos llevó, en buena medida, al fracaso de la Convención Constitucional.
¿Qué ha cambiado entre el plebiscito de salida y el momento actual? ¿Hemos aprendido algo en el intertanto? Desde luego una lección parece evidente: una Constitución excesivamente partisana y plagada de declaraciones identitarias puede resultar, al final de cuentas, demasiado ajena del sentir mayoritario de la ciudadanía. Sin embargo, el control electoral del Consejo por las fuerzas políticas que fueron excluidas de la Convención puede ser una manzana demasiado apetitosa. El peligro se acrecienta por el hecho de que los republicanos están ahí sin quererlo, de mala gana, ya que siempre se han opuesto al momento constituyente en el que estamos.
En condiciones ideales los partidos y las fuerzas políticas representados en el Consejo deberían discutir el contenido de una Carta Fundamental con un ánimo muy distinto del que habitó a la Convención. Sin pretender hacerse cargo de una cotidianidad que, aunque se tome el debate, versa sobre temas tan poco constitucionales como la delincuencia o la inflación. Entonces, si la derecha no quiere cargar con un nuevo fracaso que podría impactar en sus aspiraciones en el próximo ciclo electoral, debería asumir una postura diversa a la que inspiró a buena parte de los convencionales de izquierda, obnubilados por el falso anhelo de que representaban, de manera excluyente, los intereses del "nuevo" Chile tras el estallido social. La derecha hoy podría caer en el mismo error fatal atribuyéndose toda la voz de un pueblo que se ha mostrado especialmente indócil y voluble ideológicamente en los últimos años.
En el contexto descrito se abre, argüimos, un espacio de diálogo fructífero entre las fuerzas más moderadas del espectro político para pensar en un texto constitucional mucho más modesto que el anterior, que se ocupe de una distribución del poder que renueve la viabilidad de un nuevo ciclo y genere la suficiente estabilidad institucional para las futuras generaciones.
Ese nuevo texto, menos pretencioso y detallado, podría conjugar una Constitución más bien mínima que se centre en la cuestión orgánica, reconozca y garantice derechos fundamentales "poco debatidos", y asegure una amplia deferencia al legislador democrático para que, por esa vía, se vayan consensuando, en el futuro, cambios sociales más profundos. Ello podría permitir equilibrar los mejores acordes de la tradición liberal y de la tradición democrática, algo que podría dejar contentos a unos y otros, sin que nadie se vea frente al peligro de asumir el costo político de un nuevo fracaso constituyente.
Obviamente, la apuesta que hemos descrito es incierta, entre otras razones, porque no sabemos cuánta disciplina habrá en el sector de los ganadores. Hemos escuchado declaraciones altisonantes de dirigentes asociados a ese conglomerado llamando a desconocer las bases constitucionales del actual proceso. Si una amenaza como esa se concretara, el Comité Técnico de Admisibilidad tendría que pronunciarse y los poderes constituidos tomar cartas en el asunto. No creemos, con todo, que algo así llegue a suceder, pues el costo para republicanos sería demasiado alto ¿Qué razón podrían tener para perder la oportunidad de llegar a ser gobierno?
Por ello, pensamos que esta segunda oportunidad podría llegar a buen puerto, de una forma oblicua y alejada de las nobles intenciones que parecieron inspirar a la Convención, pero en esta ocasión con un texto que logre la aprobación ciudadana, que es, finalmente, lo único que permitirá cerrar exitosamente este proceso.