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Loreto Fontaine, profesora e investigadora: “Tomará muchos años para que la gente confíe en la educación pública de nuevo”

Echando por tierra mitos sobre el pasado y convencida de los avances logrados en estos años, el diagnóstico de la especialista dista sin embargo de ser complaciente. “La pregunta principal es cómo estimular a que se incorporen más buenos colegios nuevos”, sostiene.

27 de Junio de 2023 | 12:07 | Por Álvaro Valenzuela Mangini
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Profesora y máster en Educación de la Universidad de Kansas, Loreto Fontaine.

El Mercurio
La nostalgia no siempre tiene la razón. Menos cuando se habla de educación en Chile, advierte Loreto Fontaine, a propósito de la mitificación que hacen algunos de un pasado impreciso: la imagen de un tiempo supuestamente marcado por prestigiosos establecimientos públicos que formaban, con altísimos niveles de calidad, a un pueblo culto.

Una visión no del todo errónea, pero sí muy incompleta.

Profesora y máster en Educación de la Universidad de Kansas, Fontaine aborda el tema y, más en general, la evolución de nuestro sistema educacional, con la perspectiva de quien ha estado en casi todas las veredas, desde la experiencia directa en aula hasta la investigación académica en el CEP y en la Universidad Diego Portales, la jefatura de la Unidad de Currículum en el Ministerio en la primera administración Piñera —cuando se definieron los actuales currículum de básica y hasta segundo medio— y el Consejo Nacional de Educación, que integró entre 2015 y 2018.

En su mirada, si se trata de volver al pasado y establecer como línea de base lo que era la educación chilena hace 50 años, “lo primero que hay que recordar, antes de ponerse nostálgico, es la tremenda pobreza que había en esa época”. Y recalca, en particular, una de sus manifestaciones: “La desnutrición infantil, que había sido un grave problema, estaba recién comenzando a ceder, pero todavía era muy alta. Eso por cierto que impactaba la educación, ya que muchos niños simplemente no llegaban a la escuela o llegaban con hambre o enfermos”.

“Es verdad —continúa— que hubo muy buenos liceos; las memorias de exalumnos y la visión de historiadores como Sol Serrano nos cuentan de un lugar donde había respeto y donde se valoraba realmente la actividad que se hacía allí, que era educar. Supieron dar esa impronta de respeto al saber y a la autoridad de los profesores. En parte, quizás, porque estos eran formados al alero de las facultades de la Universidad de Chile, con fuerte énfasis en el conocimiento de las disciplinas, y también porque tenían clara su responsabilidad de formar ciudadanos que significaran un aporte a la república”.

“Pero esa buena educación solo fue la suerte para una minoría que logró estar ahí. Porque eran pocos los alumnos que llegaban al liceo. La cobertura de enseñanza media en 1973 era de 42,9%. Muchos ni siquiera terminaban la básica. En 1970 la escolaridad media del chileno, o sea, los años cursados, era poco más de seis años. El sistema no daba abasto para educarlos a todos; los problemas más serios que se reportaban entonces eran la falta de cobertura, porque no había escuelas para todos; la alta deserción; la inasistencia. La educación era menos valorada que hoy y no era raro que los adolescentes comenzaran a trabajar para apoyar a sus familias. Los que llegaban al liceo eran los menos, probablemente de las familias más educadas o más acomodadas de cada provincia. Hoy aún tenemos ese resabio de 5 millones de chilenos que nunca terminaron su enseñanza escolar”.

—A partir de la década de 1960 se había iniciado un esfuerzo del Estado por masificar la educación. ¿Tuvo costos ese proceso en términos de la calidad? ¿Era eso inevitable?

—Efectivamente, hubo grandes avances en los sesenta, aumentó bastante la cobertura de básica, se construyeron escuelas, se hizo un gran esfuerzo para apoyar la lectura inicial, se empezó a entregar textos escolares gratuitamente, se formaron profesores, se dio alimentación en las escuelas.

“No podría decir que la masificación tuvo costos, porque mayor era el costo de tener a una población ineducada, con sus consecuencias de pobreza, de injusticia, de falta de crecimiento económico. Se hizo lo que se pudo hacer con los recursos del momento. Pero es cierto que algunos de los problemas que tenemos hoy en educación se relacionan con esta necesidad de educar a muchos, sin tener aún todas las estructuras para ello. Esto es especialmente relevante con respecto a los profesores del sistema escolar. Por ejemplo, en algunas etapas fue necesario formar profesores ‘a la rápida’, en programas cortos, de verano; hoy permanentemente hay escasez de profesores en algunas áreas. Pero la masificación tuvo a la larga buenos resultados si se piensa en el tremendo incremento de chilenos con educación superior que tenemos hoy”.

—Durante el régimen militar, tal vez los cambios más importantes en el ámbito escolar fueron la reforma al sistema de subvenciones, que se vincularon con la asistencia, y la municipalización. ¿Cuál era su sentido estratégico?

—Hay que decir que en Chile desde sus inicios hubo educación particular en proporción importante, ya que el Estado nunca tuvo los recursos para dar cobertura completa. En la década del setenta, pese a los esfuerzos de la década anterior, el problema persistía: aún no había plazas suficientes para la cantidad de niños, seguía la baja escolaridad, la alta deserción, además de una tremenda burocratización de todo el sistema, que lo hacía aún más ineficaz. Con la subvención se pretendió, ante todo, mejorar la cobertura. No se puede educar si no hay colegios. Se quiso incentivar a los particulares a abrir colegios, además de dar mayor oportunidad a los padres para cambiarse de establecimiento si no estaban satisfechos, de modo que esto actuara como incentivo para mejorar la calidad. De fondo, estaba la creencia de que el aporte de la sociedad civil en la solución de necesidades sociales es necesario y positivo, por su diversidad, su creatividad y empuje. También estaba la idea de que si son más autónomos, los establecimientos pueden resolver mejor sus propios problemas. La municipalización también obedeció a la misma lógica de llegar a una organización descentralizada, con mayor autonomía, menos burocracia y mejor adaptación a las realidades locales. Es difícil educar en forma idéntica a niños aimaras del desierto con niños chilotes que viven del mar.

—¿No fue la reforma al sistema de subvenciones también una manera de “privatizar” la educación y de transformarla en un negocio, como sostienen sus críticos?

—Creo que no se privatizó nada de lo que existía. Se establecieron reglas que permitieron crear colegios nuevos donde antes no había. Se entregó una subvención por alumno asistente a nuevos sostenedores que estuvieran dispuestos a aportar la infraestructura y la gestión. Una inversión sustantiva que le da gran fortaleza a estos establecimientos. En torno a la educación, también hay miles de empresas que operan con fines de lucro y proveen bienes y servicios a las escuelas, como editoriales, empresas de computación, de construcción, capacitación, etc. Su ganancia proviene de las subvenciones que los colegios reciben del Estado, pero solo los colegios reciben este cuestionamiento al “lucro”. Nunca he entendido eso.

—¿Qué papel jugó esta reforma en la ampliación de la cobertura?

—Gracias a la subvención por alumno, se multiplicaron los colegios en todo Chile, y de muy diversa índole, ya no solo religiosos, sino también laicos, con y sin fines de lucro. En los primeros años, los colegios particulares subsidiados prácticamente se duplicaron, y las cifras pasaron desde 1.600 en 1980 a más de 5.000 particulares subvencionados hoy. Además, se instalaron más colegios de enseñanza media, con lo cual la cobertura de esta etapa creció en los primeros 5 años de 50 a 75 por ciento. En 1990 la escolaridad media del chileno había subido de 6 a 8,8 años. Ya todos los niños tenían un cupo en básica y había más alumnos cursando la media. La cobertura de esta se completó en el gobierno de Ricardo Lagos.

—¿Cuánto de continuidad y cuánto de cambio ha habido en las políticas educacionales desde 1990?

—Ha habido de los dos. Se ha mantenido gran parte de la estructura del sistema: financiamiento mediante subvención al alumno y por asistencia, tipos de sostenedores (hasta recientemente, cuando se ha iniciado un traspaso de los colegios municipales a servicios locales dependientes del ministerio), formación de profesores a cargo de universidades, evaluaciones externas periódicas (Simce), incorporación de las universidades e institutos privados de educación superior, Consejo Nacional de Educación, etc. Se han profundizado y mejorado también algunas instituciones que venían de la reforma de los 80, por ejemplo, el sistema de evaluación externa o Simce, que tuvo sus comienzos, bastante precarios, en esa década. El Simce quedó incorporado en la Ley General de Educación en 2009 y se ha desarrollado y mantenido exitosamente hasta hoy, agregando, en los 90, la participación de Chile en pruebas internacionales. En cuanto a la subvención, se amplió su cobertura, se incorporó la subvención preferencial para alumnos vulnerables y se permitió también el financiamiento compartido a partir de los 90. Algunos cambios importantes fueron el estatuto docente, la ley de aseguramiento de la calidad de educación superior y la de educación escolar, la ley llamada de inclusión, los sistemas de financiamiento a alumnos de educación superior, cambios curriculares. Un cambio que fue crucial fue cuando el ministro Sergio Molina decidió, en 1995, que los resultados del Simce fueran públicos; antes se entregaban solo a cada colegio sus respectivos resultados.

—Llama la atención que las grandes protestas estudiantiles reclamando por la calidad de la educación partieran en la primera década de este siglo, cuando según todos los indicadores el país registraba importantes avances. ¿Cómo se entiende esa paradoja?

—Los colegios municipales, salvo cuatro o cinco, siempre tuvieron malos resultados. Creo que los escolares intuyeron que se les estaba educando con una desventaja, pero no supieron orientar sus demandas y creo que fueron manipulados. En lugar de exigir, por ejemplo, mejores clases de matemática, mejores profesores, textos y bibliotecas, o más horas de deportes, terminaron pidiendo cambios a la LOCE, cambios que tenían una base ideológica que no sé si los escolares realmente comprendían, que buscaban terminar con la educación dada por privados, o al menos debilitarla, y que no resolvían para nada los problemas de mala calidad educativa que ellos estaban sufriendo.

—¿Cuáles definiría como los desafíos que hoy enfrenta el sistema?

—En lo inmediato, tiene que salvar la situación producida por la pandemia, eso es obvio. Pero los resultados pospandemia también reflejan déficits antiguos. Yo pondría el énfasis en crear las condiciones para que haya más buenos colegios. En pandemia hubo muchos buenos colegios particulares subvencionados que mantuvieron el nexo con sus alumnos de manera diaria en las cuarentenas, abrieron apenas pudieron; si los cerraban, volvían a abrir, y sus resultados son acordes a este tremendo esfuerzo. Cuando digo colegios buenos, me refiero a esto: colegios con un compromiso fuerte con el aprendizaje.

“Por suerte, se ha reconocido que los colegios Bicentenario han sido una buena experiencia y sería bueno explorar otras alternativas. Pero la ley ‘de inclusión’ cerró toda posibilidad de crear nuevos colegios particulares e incluso de que un buen colegio particular aumente sus cupos, con lo cual, además, terminó protegiendo a los colegios malos ya existentes. Por otra parte, la educación municipal está con demasiados problemas, veo difícil que algún alcalde vaya a invertir seriamente en mejorar colegios. A los nuevos servicios locales les ha costado repuntar y con la violencia, tomas y paros tomará muchos años para que la gente confíe en la educación pública de nuevo. Los programas de apoyo focalizados que hizo el ministerio para los colegios amenazados de cierre, aparentemente, dieron buen resultado. Sin embargo, prácticamente todos los gobiernos han diseñado programas de apoyo para los colegios más débiles y, en todos los casos, los resultados se han revertido al terminar el programa. Por eso creo que el esfuerzo principal o que la pregunta principal es cómo estimular a que se incorporen más buenos colegios nuevos”.

“El otro déficit antiguo es la manera de trabajar de los profesores. Yo he observado muchas horas de clases en diferentes tipos de colegio y en diferentes niveles, y veo los mismos problemas que se repiten siempre: son clases lentas, con mal aprovechamiento del tiempo, donde los alumnos están poco activos mentalmente. No se les exige leer, no se les enseña a aprender leyendo, no se les pide escribir, no se les pide resolver problemas, se les dicta, se les hace copiar. Los profesores de básica muestran déficits importantes en su conocimiento de las disciplinas. Todo esto está documentado en las observaciones de clases que hace la Agencia de la Calidad y en los videos que se hacen para la evaluación docente. Yo diría que en este campo el esfuerzo principal debería estar puesto en mejorar la formación de los docentes”.

“Un tercer desafío, creo, es aumentar y mejorar la comunicación a los padres, de modo que ellos puedan realmente incidir. En el Sistema de Admisión Escolar, por el cual se asignan los alumnos a cada colegio, se ha podido apreciar que los padres aprovechan muy bien la información comparada que se les entrega acerca de cada colegio, sus resultados académicos y muchas otras características de infraestructura, enseñanza de inglés, etc. Los mejores colegios tienen mucha mayor demanda. Pero para los padres que no tienen un hijo en edad de postular a kínder o a primero medio es difícil acceder a información comparada, ya que no hay una plataforma disponible con todos los datos fácilmente accesibles de cada colegio. Yo haría bastante pedagogía a los padres, que conozcan los instrumentos que pueden utilizar para estimar cómo es un colegio y si les conviene para sus hijos; que no se queden atrapados en un mal colegio, que entiendan el sistema de la subvención al alumno, que los padres cuyos hijos tienen subvención preferencial se atrevan a postular a las mejores escuelas a que puedan acceder”.

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