A Tomás Moulian se le atribuyen varias paternidades políticas. Una es ser de los inspiradores de los “autoflagelantes”, corriente de izquierda que comenzó a mirar con ojos críticos la llamada “complacencia” de la transición frente al modelo económico. “Transformismo” lo llamó Moulian en su libro “Chile actual: Anatomía de un mito”, bestseller en 1997.
Antes de ello ya se había alzado como uno de los más tempranos y descarnados observadores de la experiencia de la Unidad Popular, lo que también lo convirtió en uno de los primeros “padres” de la renovación socialista. No solo por la derrota del gobierno de la UP sino por su fracaso, como dice Daniel Mansuy en su libro sobre Salvador Allende, donde dedica varias páginas y citas a los trabajos de Moulian y Manuel Antonio Garretón sobre el período. “Un ejercicio admirable por el coraje involucrado”, dice Mansuy. “En ellos puede encontrarse el diagnóstico más acabado que produjo la izquierda tras el 11 de septiembre”, agrega.
“La Unidad Popular y el conflicto político en Chile”, de Moulian y Garretón, aborda en profundidad la dificultad de la coalición de la UP para entender e incluir a las capas medias, así como su incomprensión sobre la imposibilidad de hacer un cambio sin un gran bloque, lo que después sería la médula de la Concertación y la alianza del socialismo con la DC.
Moulian, hoy de 83 años, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2015, también ha dedicado parte de su trabajo como intelectual a estudiar el sistema político chileno. Y pese a que en su juventud fue miembro de la JDC, luego del MAPU Obrero Campesino durante la UP, después cercano al Partido Comunista y precandidato de ese conglomerado en 2005 y hoy es militante de Revolución Democrática, parece mirar con bastante independencia la política actual.
Desde Punta Arenas, donde vive hoy, luciendo la misma barba que lleva hace años, analiza cómo han evolucionado los partidos en estos 50 años.
—¿Coincide con quienes afirman que durante la UP los partidos realmente gobernaron?
—Este es un país que ha tenido liderazgos significativos. Si miramos los años 20, tenemos a Arturo Alessandri, luego a Carlos Ibáñez, a Salvador Allende, que fue cuatro veces senador y cuatro candidato presidencial, y finalmente gana. Allende preside el sector moderado de la UP junto con el Partido Comunista, el Radical, una parte del MAPU. Y el sector radicalizado está con Carlos Altamirano a la cabeza… Sí, es cierto que los partidos fueron muy importantes en el período de la Unidad Popular, pero en conexión con Allende, que intentaba gobernar él, no quería perder el poder presidencial, y se conectaba con los partidos, pero también discutía con estos.
—¿A veces se pregunta si Allende era un socialdemócrata o un revolucionario? ¿Tiene dudas sobre su relación con el PS?
—Allende tenía un enorme sentido de la realidad y eso lo llevaba a ser moderado, a tratar de formar una coalición con la Democracia Cristiana. Hizo enormes esfuerzos. Enrico Berlinguer, fundador del eurocomunismo, dice en su libro “Lecciones sobre Chile”: “Grandes reformas necesitan grandes acuerdos”. Y Allende tenía esa idea, pero el ala radicalizada no le deja hacerlo y eso facilita el Golpe.
—¿Usted cree que Allende hubiera sido un concertacionista?
—Creo que Allende era o hubiera sido un concertacionista, sí.
—En los 70 se pensaba que era imposible conquistar a una masa sin los partidos. Hoy, ¿a las masas las conquistan los liderazgos personales más que los partidos?
—Hoy los liderazgos parecen tener más fuerza que los partidos. Kast por los republicanos, Boric por su coalición, pero hay que ver cómo marchan. Sí, hoy aparece Boric, pero detrás está una de las coaliciones más amplias en la historia de Chile porque están los partidos del FA, el PS y el PC. En Chile tenemos partidos robustos desde el siglo XIX en adelante y no creo que vayan a desaparecer. No desaparecieron con el gobierno militar, que trató de opacarlos, y siguieron funcionando.
—¿Después de la Convención Constituyente, el eslogan de “el pueblo unido avanza sin partidos” quedó muy cuestionado? ¿Cómo ve el estado de salud de los partidos?
—Hoy ha surgido una nueva correlación de fuerzas puesto que el P. Republicano ganó la elección para el Consejo Constitucional, la coalición que apoya al Presidente Boric salió segunda y tercera, la derecha tradicional. Y lo más importante es que la DC fracasó y no sacó ningún convencional. Es un nuevo escenario, con una ultraderecha que gana y con un Presidente Boric que enfrenta una nueva situación, cuyos alcances van a irse determinando con el tiempo.
“No hay que desvalorizar a la DC”
—¿Diría que el Golpe sigue siendo el gran eje divisorio de los partidos?
—Diría que el golpe de Estado es un recuerdo. Participé en una carta que le enviamos al Presidente Boric diciendo que no había que olvidar. Bueno, Chile es un país donde la polarización ha marcado a los partidos. La izquierda, que en 1952 lleva la primera candidatura de Salvador Allende, fue marxista leninista, aunque participa de procesos eleccionarios. La izquierda de hoy no lo es, sino una en búsqueda de ideología, con un programa progresista pero no marxista leninista.
—¿Ni siquiera una parte del PC lo es?
—Incluso dentro del PC, Camila Vallejo, Jeanette Jara, sobre todo Camila, se distancian de Daniel Ortega, de Cuba y de Venezuela. Y otros sectores no lo hacen. Entonces, tenemos un PC dividido en sus opciones ideológicas, lo que no ha provocado quiebres. Uno cree que son monolíticos, pero no es así. Que existan estos sectores críticos de los regímenes de partido único que existen ahora en América Latina es un dato significativo.
—Usted ha sido un estudioso de la DC, partido muy poderoso desde fines de los 60, durante la UP, incluso en el régimen militar y la transición. Hoy, en cambio, se ve bastante pulverizado. ¿Es un símbolo de la decadencia de los partidos tradicionales o un fenómeno de ese conglomerado?
—Es un fenómeno que afecta principalmente a la Democracia Cristiana. La DC fue primera fuerza durante mucho tiempo para pasar a segunda, a tercera y fracasar en la última elección. Este puede ser circunstancial o definitivo, pero lo que fue la Falange parece estar fracasando. Era un “centro excéntrico”, lo he llamado varias veces, a diferencia del Partido Radical, que era un centro fluctuante, porque era muy ideológico, planteaba la posibilidad de pasar del capitalismo al comunitarismo. Bueno, dejó de hablar así y quizás eso sea uno de sus problemas.
—En “Chile Actual: Anatomía de un mito” usted habla de la desideologización en curso desde los años 90. ¿La DC sería el principal afectado de ese proceso?
—Sí, quizá porque no elaboró una nueva aproximación ideológica y, por lo tanto, dejó de tener un discurso pertinente.
—Usted y Garretón escribieron que una de las mayores debilidades de la UP había radicado en “intentar una revolución socialista sin contar con las mayorías necesarias” y reiteraba el error de no establecer una alianza con la DC. Aplicándolo a estos tiempos, ¿cuál sería ese centro que este gobierno debería integrar?
—Ese centro a integrar sigue siendo la Democracia Cristiana. No hay que desvalorizar a la DC. En Chile se necesita un centro. Los sistemas polarizados tienden a generar centros porque si no, la distancia se hace definitiva y poderosa y genera más tensiones.
—¿Esa necesidad de integrar a la DC aplica para hoy, para Boric?
—Es que Boric es una novedad, podríamos decir. El Frente Amplio es la nueva izquierda del siglo XXI, que no es marxista leninista, que busca una ideología, que tiene un programa progresista y sería conveniente para esa coalición que la DC se incorporara. Al Gobierno le convendría conectarse con el centro democratacristiano, y a la DC le permitiría salir al escenario, dejar de estar en la sombra y generar liderazgo.
La verdadera derecha
—El neoliberalismo del que habló en su libro logró impregnar, dice, a todo el sistema político. ¿Eso permanece hasta hoy?
—Permanece hasta hoy, un poco. Los vestigios del proyecto de modernización capitalista que generó el gobierno militar permanecen. Ha sido corregido, pero siguió definiendo el sistema social chileno. Ahora, Boric, aunque no lo diga permanentemente, busca cambiar esa realidad. Pero no puede hacer un gobierno revolucionario, sino uno de reformas. No hay espacio para un gobierno revolucionario en el mundo pos derrumbe de la Unión Soviética, de la Europa Oriental. La izquierda marxista leninista ya no existe y eso es positivo porque genera en un país polarizado una izquierda distinta, más moderada a la que llevó a Allende al poder. Hay que recordar que Allende intenta avanzar hacia el socialismo por la vía pacífica e institucional, pero avanzar hacia el socialismo. Hoy Boric no plantea eso.
—¿El PS de hoy está más a la izquierda que en los 90?
—El PS es un partido de lotes, donde ha habido trotskistas, antitrotskistas, socialdemócratas, revolucionarios, un partido que se divide varias veces. El Partido Socialista ha sido muchas cosas. No hay que olvidar que el segundo presidente socialista en Chile, Ricardo Lagos, está obsesionado por demostrar que un PS puede gobernar sin generar crisis.
—¿Qué sector ha envejecido mejor en estos 50 años?
—Ha envejecido mejor la izquierda porque la derecha ha cambiado en forma decisiva. El P. Republicano no es lo mismo que Renovación Nacional, la UDI, Evópoli. Los republicanos son nostálgicos del gobierno militar y tanto RN como la UDI habían dejado de hablar de ese tema, quizá no por cambiar tanto de opinión, pero se dieron cuenta que mostrarse partidarios no les permitía éxito.
—La UDI nace el 83 y se torna un partido clave. ¿Cómo ve su evolución? ¿Está despinochetizada pero más licuada en su mensaje, con el riesgo de que los republicanos le quiten su base?
—La UDI fue un partido de derecha que buscó penetrar en los sectores populares. La UDI se enfrentaba antes con RN, pero con la aparición de los republicanos hay que ver qué pasa con los partidos de la derecha tradicional y qué van a hacer para superar a los republicanos en la lucha por ser la verdadera derecha. Así como hay una lucha para ser la verdadera izquierda, hay una lucha para ser la verdadera derecha.
—La política chilena se mira mucho en la española. En su libro, usted decía que “la derecha chilena no fue como la de Suárez en España, dispuesta desarmar el dispositivo franquista”. ¿Eso sigue siendo un pecado de la derecha?
—Diría en general que el Golpe, la dictadura, marca la historia política chilena porque es un régimen represivo, pero con proyecto. Y el proyecto es la neoliberalización de la economía y la mercantilización de la cultura. Los republicanos le apuntaron a una crisis de representación que existía en la política chilena y que no había sido percibida y lograron movilizar a grupos que son contrarios a la coalición que gobierna Chile en este momento.
—¿Es una derecha más ideológica?
—Es una derecha que se siente heredera del gobierno militar y conecta con una parte de la sociedad chilena. Porque el gobierno militar, no hay que olvidarse, cuando es derrocado saca un 44% de los votos. Claro, al final Pinochet termina siendo juzgado por el juez Guzmán, y termina mal, podemos decir, pero su gobierno marca porque el modelo neoliberal lo introduce Sergio de Castro y luego es recogido de nuevo por Büchi.
—¿Y por la Concertación?
—Claro, después ocurre lo que Garretón llama “liberalismo corregido, progresismo limitado” y los republicanos representan una nueva derecha que recoge una parte de la sociedad.
—¿Al Frente Amplio le ha costado leer que hay una parte de la sociedad que conecta con eso?
—Sí. Es que esta izquierda nueva frente a la Unidad Popular tiene una postura rara, que no parece recoger a la Unidad Popular porque de repente Boric habla del liderazgo de Frei Montalva más que el de Salvador Allende. No les acomoda porque Allende hablaba de revolución y Boric no habla de revolución, sino de progresismo. Se da cuenta de que hoy no tiene sentido hablar de revolución en Chile, con la actual correlación de fuerzas, con la Unidad Popular como recuerdo.