Uno de los aspectos centrales para entender el período de la Unidad Popular es el poder que tenían los partidos políticos dentro del conglomerado.
La UP estaba integrada por el Partido Socialista, el Partido Comunista, el Partido Radical, el MAPU y el Partido Socialdemócrata. Más tarde se sumaría la Izquierda Cristiana. Las decisiones debían ser tomadas por unanimidad, y así cada agrupación, por pequeña que fuera, tenía un poder de veto. Esa fue la forma que encontró la izquierda para llegar a un acuerdo amplio para llevar como candidato único a Salvador Allende. Es más, se resolvió “redactar primero un programa con el cual todos debían comprometerse, y después seleccionar un candidato, que sería portavoz de un proyecto” (“La Revolución Inconclusa” de Joaquín Fermandois).
Se pretendía también marcar una diferencia ante la ciudadanía con una candidatura más personalista como la de Jorge Alessandri, resaltando un proyecto colectivo que buscaba terminar con el capitalismo y avanzar hacia un socialismo pleno.
Con todo, esta estructura constituía una limitación significativa al poder presidencial que iba mucho más allá del texto constitucional, y como era previsible, llevaría a la parálisis del Gobierno en los momentos decisivos.
El apelativo “compañero presidente” que utilizaban en algunas oportunidades dirigentes de esos partidos para referirse al Presidente Allende, daba cuenta de esta horizontalidad en la UP, pero sobre todo traslucía la debilidad del poder presidencial. Y es que como sostiene Mansuy, incluso en su momento más crítico “Allende no es capaz, no está en condiciones, de imponer autoridad. Solo está en condiciones de pedir un favor, pero no puede (o no quiere) ejercer auténtico poder. En definitiva es rehén de la UP” (“Salvador Allende”, página 166).
En sentido similar, Fermandois sostiene: “Los partidos, la CUT y otras asociaciones gremiales hijas o próximas a la izquierda, y fuerzas extraparlamentarias como el MIR fueron en conjunto los verdaderos actores. Junto a esos, Salvador Allende era un polo más, un actor de referencia, el interlocutor más destacado entre ellos, el mediador de las diferencias, el corazón simbólico de todo el gobierno y de la Unidad Popular”.
Las divisiones y problemas de gobernabilidad al interior de la Unidad Popular se mostraron incluso antes de asumir Allende, cuando se discutía con la DC el “Estatuto de Garantías” para conseguir su apoyo en el Senado. Finalmente, solo a regañadientes el Partido Socialista aceptó una negociación con ese sentido, pero quedó de manifiesto su poca disposición a seguir un camino institucional.
Ya en el gobierno y en el mejor momento de la Unidad Popular (1971), no fueron capaces de ponerse de acuerdo sobre si llamar o no a plebiscito por una reforma constitucional y menos las materias a someter a votación. Cada partido tenía su propia opinión y al final todo quedó en nada. Tampoco concordaron en la necesidad de renunciar a un candidato propio y apoyar a un DC en la elección complementaria de Valparaíso, lo que contribuyó al acercamiento de este partido con la derecha.
Finalmente, en los últimos meses, el diálogo con la DC —por la división interna de la Unidad Popular— no podía avanzar en aspectos concretos, como la necesidad de aislar a los grupos violentistas, el respeto de la legalidad, la manera de incorporar de nuevo a las Fuerzas Armadas al gobierno, la promulgación de la reforma sobre las áreas de propiedad que estaba sin hacerse, entre otras materias. Y es que era difícil que ello ocurriera cuando, por ejemplo, a juicio de Altamirano, secretario general del Partido Socialista, "Frei y Jarpa son la misma cosa".
En el último discurso de Allende, el 11 de septiembre de 1973, no hay ninguna referencia a los partidos ni a sus dirigentes, circunstancia que más de alguno ha interpretado como una señal de crítica o molestia con ellos en su hora final.