"Yo sirvo para luchar contra cualquier dificultad... No me importa afrontar paros ni huelgas. Y tampoco me quita el sueño la oposición. Pero la verdad es que una situación de tensión con el partido me destruye moralmente; me debilita enormemente y me encuentro en un estado de ánimo muy inconveniente".
En su carta a Radomiro Tomic, en diciembre de 1967, el entonces Presidente Eduardo Frei Montalva revelaba hasta dónde le estaban afectando las divisiones internas de su colectividad, la Democracia Cristiana, las que serían un sello de ese partido desde mediados de los años 60 y durante la Unidad Popular.
Una situación difícil de imaginar tres años antes. Es que entre septiembre de 1964 y marzo de 1965 la Democracia Cristiana, con su “camino solitario”, sin aliarse con ningún otro partido, fue un vendaval electoral. Primero, se impuso en los comicios presidenciales, con un 55,7% de las preferencias para Frei Montalva —ayudado por votos de la derecha temerosos de un eventual triunfo de Salvador Allende—, y luego, logró una holgada mayoría en las parlamentarias: el 42,3% de los sufragios le permitió obtener 82 de los 147 diputados, aunque en el Senado, que se renovaba parcialmente, solo quedó con 12 de un total de 45.
"Ha comenzado el milenio democratacristiano", señalaban algunos en la DC. Sin embargo, el milenio democratacristiano solo duró seis años.
El año de la inflexión y las elecciones presidenciales de 1970
El camino solitario que eligió la DC en los años 60 no impidió las diferencias internas. El partido estaba dividido entre los freístas —fieles al gobierno— y dos corrientes de izquierda; los rebeldes, principalmente jóvenes, y los terceristas, cuyo líder era Radomiro Tomic. En estas dos últimas facciones, pedían acelerar el ritmo de la “Revolución en Libertad”. Consideraban la Reforma Agraria y la chilenización del cobre como “reformismo”, palabra que adquiría un tono negativo. Había que ir más allá, proponían.
La inflexión llegó en 1969, año en que la DC fue derrotada en las elecciones parlamentarias de marzo y en que tuvieron lugar los sucesos de Pampa Irigoin, en Puerto Montt, que costaron la vida a ocho pobladores mientras carabineros intentaban desalojar a ocupantes ilegales de aquellos terrenos. Estos hechos generaron una división mayor al interior de la colectividad.
Como ha descrito el historiador Alejandro San Francisco, “la Democracia Cristiana era un hervidero de discrepancias ideológicas y de posiciones políticas discordantes, tanto en la evaluación de lo que había sido su primer gobierno como sobre lo que habría que hacer hacia el futuro”.
Algunos democratacristianos, especialmente jóvenes, no aguantaron más y en 1969 abandonaron la colectividad para formar el MAPU, mientras otros críticos se mantuvieron en el partido, entre ellos Radomiro Tomic, a quien desde hacía tiempo se veía como el heredero de Frei Montalva para los comicios de 1970.
“Este candidato, que soñaba con ser apoyado por la izquierda, hizo mucho por parecerse a la Unidad Popular en los comienzos de la campaña”, señala en su libro “La Revolución Inconclusa” el historiador Joaquín Fermandois, para quien el discurso de Tomic contenía la idea de que la presidencia de Frei había sido “insuficiente en cuanto a los logros prometidos”.
Pero el secretario general del Partido Comunista, Luis Corvalán, le cerró la puerta: “Con Tomic, ni a misa”. También lo hizo la Junta Nacional de la DC, que rechazó aliarse con los socialistas y los comunistas, y se inclinó por llevar a un candidato propio. El elegido fue Tomic, quien terminaría tercero en las elecciones presidenciales, en las que se impuso Allende, pero sin mayoría absoluta, por lo que la decisión recaería en el Congreso. Esto implicaba un desafío para la Democracia Cristiana, ¿qué hacer?
1970: La exigencia de la DC para votar por Allende en el Congreso
Tras el triunfo por mayoría relativa de Allende en las elecciones de 1970, la idea que más generaba consenso en el partido era exigirle al abanderado de la Unidad Popular una serie de garantías que debían inscribirse en la Constitución y que estaban relacionadas con la vigencia del Estado de Derecho y el pluralismo político, que las FF.AA. siguieran siendo garantía de la democracia y que la educación permaneciera independiente de toda orientación ideológica oficial, entre otras.
Pese a la oposición inicial de Allende, quien señalaba que su trayectoria democrática personal era la mejor garantía, la DC insistió en que este estatuto era la condición para dar la orden a sus parlamentarios de votar por él en el Congreso Pleno.
Finalmente, el 15 de octubre, la Cámara aprobó la reforma constitucional, y Allende logró ser nominado Presidente de la República, con los votos de los parlamentarios DC incluidos.
1971: El quiebre tras el asesinato de Pérez Zujovic
Dentro de la Democracia Cristiana había grupos que veían hasta con simpatía el triunfo de Allende. Pensaban que el proceso de reformas iniciado durante el gobierno de Frei se aceleraría con la Unidad Popular y rescataban las coincidencias programáticas entre Tomic y Allende. La JDC llegó a señalar que “hay coincidencia con el gobierno del Presidente Allende en la imperiosa necesidad de sustituir el régimen capitalista y burgués que da fundamento a la convivencia nacional”.
La colectividad incluso contribuyó con sus votos en el Congreso para la aprobación de reformas como la modificación y radicalización de la reforma agraria. Sin embargo, las relaciones comenzaron a cambiar, especialmente desde 1971, año en el que varios hechos llevaron a la DC a oponerse a la UP, pues acusaba al Gobierno de “traspasar al dominio del Estado diferentes industrias y actividades económicas, a través de procedimientos de dudosa legalidad”.
Pero el hecho que marca un quiebre definitivo fue el asesinato de Edmundo Pérez Zujovic, exministro del Interior de Eduardo Frei Montalva, a quien la izquierda responsabilizaba por los mencionados sucesos de Pampa Irigoin. El atentado fue cometido por integrantes de la Vanguardia Organizada del Pueblo, uno de los cuales había sido indultado por Allende. Sin embargo, la DC nunca culpó al Gobierno por el crimen, pero sí del clima imperante. El senador Patricio Aylwin fue claro: “Si durante tanto tiempo estuvieron metiéndole a la gente en la cabeza que era necesaria la violencia, que era necesaria la metralleta, el fusil, las balas, ¿le pueden quitar esa idea de la noche a la mañana?”.
En su reciente libro “Allende. La izquierda chilena y la Unidad Popular”, Daniel Mansuy expresa que “tras el homicidio, quedó claro el precio que pondría la DC respecto de cualquier conversación futura: una línea divisoria entre el gobierno y la ultra. Desde luego, eso implicaba el quiebre de la UP, que era precisamente el punto de tope de Salvador Allende”.
Este nuevo escenario de la DC llevó a la salida de un grupo de “terceristas”, quienes posteriormente fundarían la Izquierda Cristiana. Entre quienes se mantenían en el partido, el tono hacia el Gobierno cambiaba y ya no era monopolio del sector liderado por Frei. Una muestra: el presidente de la colectividad, Renán Fuentealba, quien había propuesto una oposición benevolente, expresaba ahora que el Gobierno buscaba instaurar un “Estado totalitario que todo lo absorbe”.
1972 y 1973: Alianza electoral con la derecha y últimas reuniones con Allende
Las diferencias cada vez más insalvables con la Unidad Popular llevaron a la DC a formar, en 1972, una alianza electoral con el Partido Nacional, entre otros: la Confederación de la Democracia (CODE). De los tres tercios, el país parecía ahora quedar dividido solo en dos bloques: oficialismo y oposición.
El primer gran desafío de la CODE serían las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, las que varios sectores veían como una posible salida a la crisis que a esas alturas vivía el país. Ya sea porque la oposición lograría los escaños suficientes para acusar constitucionalmente al Presidente Allende o porque el Gobierno obtendría los escaños necesarios para realizar una reforma constitucional que allanara la instauración de su programa.
Sin embargo, ninguno de los sectores logró la votación suficiente para sus objetivos... la crisis se mantenía, y la DC tendría un rol protagónico en los intentos por lograr un acuerdo con La Moneda.
Pero el contexto no era fácil. Ya el 6 de julio la oposición había efectuado una declaración conjunta, expresando que “la institucionalidad del país se había quebrantado como consecuencia de las ‘tomas’ de establecimientos fabriles y el reparto de armas a los elementos extremistas, la mayoría extranjeros (…); esta situación, incompatible con nuestro régimen republicano y democrático, hace necesario que las Fuerzas Armadas hagan cumplir la Ley de Control de Armas, para evitar la formación de un ejército extremista”.
Por otra parte, se comentaba que Allende había tanteado la posibilidad de que ingresaran algunos democratacristianos al gabinete, idea de difícil éxito, ya que se trataría de representantes del ala más de izquierda de la colectividad, quienes no influirían mayormente en la orientación del Gobierno.
En julio y agosto de 1973 se producen las últimas reuniones entre la DC y el Gobierno para tratar de lograr una salida.
El 30 de julio, la delegación encabezada por Patricio Aylwin pedía finalizar con los grupos armados, devolver las empresas tomadas o requisadas ilegalmente o ilegítimamente y promulgar la ley de la Reforma de las Tres Áreas. Tras la cita, la sensación en la DC era que las respuestas de La Moneda a las peticiones solo dilataban el problema. No se veía solución.
Y llegó la tercera semana de agosto, y con ella un nuevo encuentro entre Allende y Aylwin, esta vez, mediado por el cardenal Raúl Silva Henríquez.
El dirigente DC fue claro: “¡Usted tiene que escoger, Presidente, usted tiene que elegir! El drama de un gobernante es que tiene que elegir. No se puede estar bien al mismo tiempo con Dios y con el diablo. Hay que definirse. Usted no puede estar al mismo tiempo con Altamirano y con la Marina. No puede estar bien con el MIR y pretender estarlo con nosotros”.
Sin embargo, no hubo resultados concretos. Fue la última vez que Aylwin vio a Allende.
Días después, la DC sería una de las colectividades que patrocinarían el acuerdo de la Cámara de Diputados que detallaba hechos y circunstancias que implicaban un “grave quebrantamiento del orden constitucional y legal”.
El historiador Gonzalo Vial señaló que “la DC como tal copatrocinó este acuerdo, sus jefaturas políticas lo aceptaron y sus diputados lo votaron sin ninguna oposición interna. Sin los sufragios de los parlamentarios democratacristianos, la Cámara no habría acordado nada”.
Veinte días después se produciría el golpe militar, y con él, un largo receso de los partidos políticos, entre ellos la DC.
El Golpe: El “Grupo de los 13”, Aylwin y Frei
Una vez producido el Golpe, las diferencias al interior de la DC también se hicieron patentes, y no hubo unanimidad respecto de la intervención del 11 de septiembre.
“Condenamos categóricamente el derrocamiento del Presidente Constitucional de Chile, señor Salvador Allende, de cuyo Gobierno, por decisión de la voluntad popular y de nuestro partido, fuimos invariables opositores. Nos inclinamos respetuosos ante el sacrificio que él hizo de su vida en defensa de la Autoridad Constitucional”. Así comenzaba la carta que solo 48 horas después del Golpe dieron a conocer 13 militantes de la Democracia Cristiana; entre ellos, Andrés Aylwin, Bernardo Leighton Guzmán, Renán Fuentealba Moena, Jorge Donoso y Belisario Velasco.
Esta marca una visión distinta de la expresada en noviembre de 1973 por el expresidente Eduardo Frei Montalva a Mariano Rumor, presidente de la Unión Mundial de la Democracia Cristiana: “El fondo del problema es que este gobierno minoritario, presentándose como una vía legal y pacífica hacia el socialismo —que fue el slogan de su propaganda nacional y mundial— estaba absolutamente decidido a instaurar en el país una dictadura totalitaria y se estaban dando los pasos progresivos para llegar a esta situación, de tal manera que ya en el año 1973 no cabía duda de que estábamos viviendo un régimen absolutamente anormal y que eran pocos los pasos que quedaban por dar para instaurar en plenitud en Chile una dictadura totalitaria (...). Las Fuerzas Armadas —estamos convencidos— no actuaron por ambición. Más aún, se resistieron largamente a hacerlo. Su fracaso ahora sería el fracaso del país y nos precipitaría en un callejón sin salida”.
El expresidente de la DC Patricio Aylwin dio a conocer su punto de vista en una entrevista con un medio español, pocos días después del Golpe: “Nosotros tenemos el convencimiento de que la llamada ‘vía chilena de construcción del socialismo” que empujó y enarboló como banderas la Unidad Popular, y exhibió mucho en el extranjero, estaba absolutamente fracasada, y eso lo sabían los militantes de la Unidad Popular y lo sabía Allende. Y por eso ellos se aprestaban —a través de milicias armadas, muy fuertemente equipadas, y que constituían un verdadero ejército paralelo— para dar un autogolpe y asumir por la violencia la totalidad del poder. En estas circunstancias, pensamos que la acción de las Fuerzas Armadas simplemente se anticipó a ese riesgo para salvar al país de caer en una guerra civil o en una tiranía comunista”.