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Columna de opinión: Auge y caída de la Concertación

La lucidez de Aylwin, Boeninger, Lagos y demás líderes fue reconocer que la Constitución, pese a todo, abría una posibilidad para el cambio democrático.

31 de Julio de 2023 | 15:15 | Por Sergio Muñoz Riveros
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Sergio Muñoz Riveros.

El Mercurio
El 2 de febrero de 1988, en una ceremonia en un hotel santiaguino, se constituyó la Concertación de Partidos por el No, con lo cual se formalizó el acuerdo de 13 partidos y movimientos de centro y de izquierda para participar unidos en el plebiscito del 5 de octubre de ese año. Los adherentes llegaron a ser 16, y ninguno imaginó que tal acuerdo iba a ser la base de un pacto de gobierno de 20 años.

Con el triunfo del No, Chile dio un paso gigantesco hacia la libertad. La paradoja fue que lo hizo en el marco del texto constitucional de 1980, cuestionado por las fuerzas antidictatoriales desde el primer día.
La lucidez de Aylwin, Boeninger, Lagos y demás líderes fue reconocer que la Constitución, pese a todo, abría una posibilidad para el cambio democrático. Así, el país empezó a recorrer un camino singular, sostenido en la convergencia de las FF.AA. y la coalición triunfante en el empeño por pacificar el país y reconstruir el régimen de libertades.

En un nuevo plebiscito, en julio de 1989, se aprobaron 54 reformas constitucionales, y en diciembre de ese año, Patricio Aylwin fue elegido Presidente de la República con el 55,2% de los votos, lo que marcó el punto de partida de una etapa de estabilidad y progreso que, por la magnitud de sus logros, no tiene parangón con otro período de la historia.

Para que la Concertación pudiera realizar una tarea tan fructífera, fue decisivo el entendimiento de la DC y la izquierda renovada, cuya representación se decantó en el PS reunificado y en el PPD, surgido en 1987. Ello permitió construir una matriz de progreso que sintetizó las visiones socialdemócrata, socialcristiana y liberal, y dejar atrás las proclamas anticapitalistas.

La coalición de centroizquierda entendió tempranamente que la democracia recuperada debía dar una respuesta eficaz a las urgencias sociales y mejorar las condiciones de vida de la mayoría. Así ocurrió, y la clave fue el compromiso con una estrategia económico-social sustentada en la expansión y dinamismo del mercado y en el rol del Estado como promotor de la inclusión social. Como consecuencia de ello, el país redujo sustancialmente la pobreza, creó las condiciones para el surgimiento de una extensa clase media y dio un inédito salto de progreso en todos los ámbitos. Nunca estuvo Chile más cerca del desarrollo, y es justo destacar que los avances le deben mucho al consenso que fue madurando entre la centroizquierda y la centroderecha respecto de cómo debía progresar Chile.

La Concertación realizó una obra de enorme trascendencia, pero sufrió el forzoso desgaste de dos décadas en el gobierno. Le pasaron la cuenta los estragos causados por el acostumbramiento y el acomodamiento a las ventajas del poder, lo que incluyó abusos y casos de corrupción en el aparato estatal. Con todo, su balance resiste cualquier escrutinio riguroso.

La DC, el PS, el PPD y el PR tendrían motivos suficientes para sentir satisfacción por lo hecho en aquel período, pero se dejaron intimidar por la crítica que creció desde una izquierda desinhibida. No fueron capaces de defender los méritos de su propio trabajo. El símbolo de todo ello fue la “retroexcavadora”, levantada por un senador del PPD como signo de un supuesto progresismo sin claudicaciones. Era, en realidad, una forma de desenfado populista, que tuvo el efecto de acomplejar a dirigentes de la primera hora “por no haber ido más lejos”.

Las tendencias centrífugas en la Concertación se acentuaron en la campaña presidencial de 2009, cuando numerosos dirigentes del PS y el PPD apoyaron a Enríquez-Ominami en lugar de Eduardo Frei, lo que contribuyó al triunfo de Sebastián Piñera. Más tarde, con la centroderecha en La Moneda, vino el encandilamiento con las marchas universitarias lideradas por Jackson, Vallejo y Boric.

El fin de la Concertación se produjo con el giro a la izquierda del segundo gobierno de Michelle Bachelet, en 2014, cuando se creó la Nueva Mayoría. La incorporación del Partido Comunista y del grupo chavista de Navarro, más el apoyo al naciente Frente Amplio, indicaron que las prioridades de Bachelet eran otras. La mayor sorpresa fue la cohabitación de la DC con el PC, inimaginable poco antes. Entonces, se hicieron ostensibles las antiguas simpatías de la mandataria hacia el PC. La NM no sobrevivió a su gobierno.

La decadencia de la centroizquierda llegó al extremo en octubre de 2019, cuando la revuelta antisocial y antidemocrática llevó al país al borde de una catástrofe. En su afán de dañar al gobierno de Piñera, los exconcertacionistas fueron condescendientes con la barbarie. Luego, vino la malhadada Convención, en la que se entusiasmaron con la refundación de Chile. En 2022, hicieron campaña por el proyecto de Constitución que avalaba Boric, y todo sugiere que priorizaron la utilidad de coincidir con él.

Los exconcertacionistas todavía no asimilan los resultados del 4 de septiembre y del 7 de mayo. No es claro si seguirán aliados con el PC y el FA. Tampoco es claro hacia dónde quieren realmente ir.

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