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Columna de opinión: Revolución y restauración

La epopeya de la UP es impresionante. Expropiar los latifundios, aprobar la Nacionalización del Cobre en un Congreso donde contaba con un tercio, y fusionar las operaciones nacionalizadas en la empresa minera más grande del mundo, que lo es hasta hoy.

14 de Agosto de 2023 | 07:39 | Por Manuel Riesco
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El Mercurio
"Quizás el gobierno del Presidente Allende no fue derrocado por lo que hizo mal, sino por lo que hizo bien", comentó un amigo sabio. Así fue. Condujo bien la fase desplegada de la gesta del pueblo que la historia llamará Revolución Chilena, con mayúscula, que en forma pionera cursó por cauces democráticos y legales, de manera singularmente pacífica. Se la reconocerá como la madre de la moderna república que todavía no acaba de nacer, pero está en trance de hacerlo pronto. El mundo ya lo reconoce en la veneración universal de la figura del Presidente Salvador Allende.

La epopeya de la Unidad Popular es impresionante. Expropiar todos los latifundios, aprobar por unanimidad la Nacionalización del Cobre en un Congreso donde contaba con un tercio, y fusionar las operaciones nacionalizadas en la empresa minera más grande del mundo, que lo es hasta hoy.

Lograr que desde el primer día y hasta hoy cada niño de Chile reciba atención al parto y medio litro de leche diario, hasta en el último rincón del territorio, gratuitamente, en el servicio nacional de salud. Extender la matrícula general del sistema nacional de educación pública, gratuita y de calidad, a más de tres millones sobre una población total de diez, en circunstancias de que hoy alcanza apenas a poco más de cuatro sobre una población de veinte, considerando todos sus niveles y formas, privadas y públicas.

Construir doscientas mil viviendas populares de buena calidad que hasta hoy ven por todo Chile. Nadie quedó sin empleo, ninguna empresa sin utilizar su capacidad al máximo, la producción se expandió en todos los ámbitos, el pueblo trabajador mejoró notablemente sus salarios reales y elevó su participación a dos tercios del PIB. La actividad cultural y artística estalló e inundó el mundo.

Todo ello en medio de la oposición política más feroz, empeñada en “hacer aullar la economía” y derrocar el gobierno desde antes que asumiera, impulsada por la principal potencia del mundo, utilizando cualquier arma a su alcance. Todo en vano. Conducido por el gobierno apoyado en el pueblo movilizado, el país continuó su marcha de progreso y transformación hasta el día mismo del Golpe.

La Revolución Chilena honró la descripción clásica de estos períodos notables, superando dificultades inimaginables; realizó en horas lo que en tiempos normales no se logra en meses, en días lo que no se logra en años y en años lo que no se logra en siglos.

Las revoluciones han sufrido derrotas espantosas. “Los miserables”, de Victor Hugo, se inicia con la escena de los campos humeantes de Waterloo sembrados hasta donde se pierde la vista con los cadáveres de los héroes de Francia. Guardando con toda modestia las debidas proporciones, la imagen no menos trágica de La Moneda en llamas y el Presidente Allende inmolado en aras de la lealtad de su pueblo aún resuena en el metal tranquilo de su voz, grabada para siempre en la historia de las revoluciones modernas.

Al igual que en Francia, a la derrota siguió la restauración del viejo régimen. Allá volvieron por sus fueros el rey y los nobles. ¿Quién recuerda ahora a esos empolvados? Acá, protegida bajo el capote de un tiranuelo que traicionó Presidente y Patria, se restauró a la vieja oligarquía. Más bien a sus vástagos henchidos de odio revanchista, disfrazados de revolucionarios fanatizados por delirios de profesores liberales demenciados, extremistas peligrosos, anarquistas burgueses cuyas recetas precipitaron la economía de crisis en crisis, al período más negro de su historia.

Se denostó la Revolución y sus héroes. Se asesinó, apaleó, atropelló y abusó del pueblo. La vida sufrió un retroceso brutal en todos sus ámbitos. El país fue hegemonizado hasta hoy por un piño de jeques sin turbante que viven principalmente de la renta de sus usurpaciones y monopolios. A pesar de ellos, la moderna estructura social del país, que es la herencia principal de la Revolución, ha continuado pujando desde abajo por surgir. No hay jeque que la aguante por mucho tiempo.

Tampoco a la ira del pueblo, que fue derrotado, pero, como pidió su Presidente, no se dejó avasallar. Mantuvo en alto su dignidad y resistió desde el primer día, tejiendo un velo espeso que no lograron penetrar los esbirros del dictador. Una nueva rebelión popular, la más heroica y compleja en que aprendió a pelear en todos los terrenos, lo que no ha olvidado, acabó con la dictadura en los años 1980.

Los treinta años siguientes transcurrieron en democracia, que realizó muchas cosas, pero nunca pretendió siquiera acabar con los grandes abusos y distorsiones de la restauración. La vieja oligarquía ha seguido campeando por sus fueros sobre la estela del temor y el dinero que se adueñó de la política.

Así sobrevino el 18-O, el pueblo irrumpió nuevamente en la escena política. A través de una pandemia sin precedentes ha continuado manifestando su indignación creciente contra la autoridad en 18 elecciones nacionales sucesivas.

Esta vez las fuerzas políticas progresistas no han estado a la altura, incapaces de encauzar la fuerza poderosa del pueblo indignado realizando las reformas necesarias con la decisión de Salvador Allende. Dejan el terreno libre a sinvergüenzas, canallas y criminales, financiados por la oligarquía que no quiere aflojar sus privilegios restaurados. Esos tipos llevan países al suicidio, como a Europa en el siglo XX.

Hay que acabar ahora con los grandes abusos. Solo así la democracia recuperará su legitimidad y el país culminará su era de revoluciones avanzando con paso firme a la era moderna.



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