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Daniel Mansuy y la figura del exmandatario, 50 años después: "Allende quiso usar una fuerza que al final no podía manipular tan impunemente"

“La vía chilena al socialismo es una idea de él en la cual lo siguen sus amigos personales, pero políticamente nunca tuvo mayor sustento y nunca nadie se lo creyó mucho”, afirma el académico, autor del libro más comentado de este cincuentenario.

10 de Septiembre de 2023 | 08:30 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, El Mercurio
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Daniel Mansuy, autor del libro “Salvador Allende, la izquierda chilena y la Unidad Popular”.

El Mercurio
¿Cómo fue que un ensayo escrito por un académico de la Universidad de los Andes, crítico de la Unidad Popular y del proyecto allendista, se convirtió en uno de los libros clave de los 50 años, recomendado incluso —y para enojo de varios en el oficialismo— por el Presidente Boric? Daniel Mansuy no tiene la respuesta. También él está sorprendido por el impacto de “Salvador Allende, la izquierda chilena y la Unidad Popular”, que sigue encabezando las listas de los más vendidos y alimentando debates.

Lo claro es que la motivación que lo llevó a embarcarse en ese trabajo, el convencimiento de que volver a la figura de Allende sería iluminador para entender a la izquierda actual, le ha hecho sentido a muchos. “La idea de que la UP todavía merece ser mirada y examinada me parece que está en el centro de la recomendación del Presidente y también en el centro de mi libro”, dice.

—Es un lugar común hoy entre gente de izquierda afirmar: el error de la UP fue impulsar grandes transformaciones sin tener las mayorías para ello. ¿Era solo ese el error o había un problema también en la naturaleza de esas transformaciones, en el proyecto?


—Esa fue una lección que sacó el eurocomunismo de la experiencia chilena, que lo llevó hacer alianzas con el centro, y está también en el origen de la Concertación. Pero la pregunta sobre el proyecto es interesante, porque es algo que Joaquín Fermandois anota siempre: Allende tenía un proyecto de vía chilena y quería construirlo de modo pacífico e institucional, pero cuando tenía que poner en el horizonte un modelo, nunca salía de los socialismos reales: la RDA y Cuba jugaban un papel importante. Y esos modelos no eran democráticos.
“Una pregunta muy interesante en la izquierda en esos años era qué va a pasar el año 76 (cuando correspondía la siguiente elección presidencial). Esa pregunta los ponía nerviosos, porque la elección supone que pueden perder y la derrota supone alternancia en el poder. Y en esa mente de esa izquierda revolucionaria, era algo muy complicado. Entonces efectivamente había un problema con el contenido del proyecto, que nunca dilucidó muy bien su relación con la democracia”.

—En un momento del diálogo con Aylwin, Allende le dice: “Mientras yo sea Presidente, no va a haber dictadura del proletariado”. ¿Eso resume el concepto de la “vía chilena” que él planteaba?

—Eso resume las dificultades y las ambigüedades que tiene la vía chilena de Allende. Porque él dice eso, pero Aylwin no le cree. No porque no le crea personalmente, sino porque lo considera incapaz de conducir a sus fuerzas, porque no cree que tenga un liderazgo suficiente sobre ellas y porque entre sus fuerzas hay gente que sí cree en la dictadura del proletariado.

—En buenas cuentas, ¿el único que creía en la vía chilena era él?

—Yo creo que el único que creía en la vía chilena era él, porque el Partido Comunista tiene una alianza instrumental, pero nunca dejó de creer en sus dogmas ortodoxos. La vía chilena al socialismo es una idea de Allende en la cual lo siguen sus amigos personales, pero políticamente nunca tuvo mayor sustento y nunca nadie se lo creyó mucho. Además, nunca tuvo elaboración teórica que explicara qué significaba eso.

—Se habla mucho de las divisiones en la UP, pero esas distintas posiciones, ¿no coexistían también en la mente de Allende? Una caricatura de los 60 lo muestra como un naipe, donde por una parte es el presidente del Senado, pero si se da vuelta la carta, es el líder de la Olas, la organización de guerrillas.

—Allende tiene esa ambigüedad. Yo creo que en último término él coqueteaba con lo que Gonzalo Vial llama el guevarismo, pero sin ser él un guevarista. Tiene una relación estrecha con el MIR; su hija Tati es militante activa del mundo más ultra, y él necesita el apoyo de ellos... Lo diría así: Salvador Allende, para llegar a la Presidencia, tiene que hacerlo sobre el entusiasmo revolucionario, y después debe gobernar y navegar con él, pero no tiene la fuerza política para llevar esa agua a su propio molino.

—¿Son genuinos esos dos Allendes: el revolucionario y el institucional?

—Los dos existen. Es muy difícil determinar lo que en último término pensaba. Como buen político, es flexible, pero no creo que en él haya un gran diseño de qué debo hacer y con qué pasos.

“Lo que sí me parece claro es que, cuando se hace evidente que ya la vía pacífica murió y que esto va a terminar mal, Allende no quiere una guerra civil, y lo dice en todos los tonos. Esto puede tener dos explicaciones. Uno, retroceder ante al enfrentamiento porque ve que es algo terrible. Explicación dos, porque sabe que lo va a perder. Puede que sean las dos explicaciones juntas, pero Allende no tiene ninguna gana de producir un enfrentamiento fraticida en Chile. Pese a que, insisto, él mismo había llegado al poder sobre ese tipo de energía. Él quiso usar una fuerza que al final no podía manipular tan impunemente”.

—Para muchos, el paro de octubre de 1972 es clave en la caída de la UP porque involucró fuertemente a las clases medias. ¿Cómo los partidos oficialistas no vieron eso y se limitaron a ver un paro patronal y la mano de la CIA?

—Hay una ceguera clara... Yo trabajé este libro mientras funcionaba la primera Convención Constitucional, y entonces pensé: esta gente va a lograr algo inaudito, que es unir a personas que piensan muy distinto en una confederación por el Rechazo. En la UP ocurrió algo parecido. No perciben que, al margen de que había gente que quería botar al gobierno y que había apoyo de afuera, el punto político relevante era que las clases medias, que habían mirado al gobierno el primer año con cierta benevolencia o neutralidad, a partir de mediados del 72 empiezan a ser activamente opositoras. Y allí la UP tiene tan pocas herramientas para saber qué hacer, que llama a los militares al gabinete.

—Algunos dicen que, con la elección de marzo del 73, se empieza a contar la historia del Golpe, porque la oposición entiende que no va a tener posibilidad de sacar a Allende institucionalmente.

—Institucionalmente, no la tuvo nunca, porque tendría que haber sacado en la senatorial una votación completamente despampanante. ¿Qué pasa en esa elección? Que la UP pierde, pero saca un porcentaje súper respetable: es una mitad más chica, pero una mitad. Se produce así una situación de empate donde nadie quiere ceder.

“Esa elección es efectivamente como un punto cero, pues deja claro que institucionalmente parece que no va a haber salida: la configuración de fuerzas es tal, que nadie tiene fuerza suficiente para imponer sus términos al otro, pero nadie tiene incentivos para negociar tampoco y por tanto nadie piensa que en esta situación se puede vivir hasta el año 76”.

—¿Era muy ingenuo pensar: esperemos hasta el 76?

—La situación económica era tal, la oposición de cierta parte de la población era tan fuerte, el discurso de la ultra era cada vez más incendiario... Todos sabían que eso era impensable, que era cosa de semanas o de meses. El tanquetazo en esto es muy importante, porque los altos mandos se dan cuenta de que si no hacen algo ellos, va a venir algo de abajo y eso es súper delicado. Era bastante inverosímil pensar que una situación así de caótica podía durar hasta el 76.

—Usted decía que 1976 era un tema complicado. En una famosa entrevista a Corvalán, líder del PC, justamente le preguntan: si perdemos el 76, ¿entregamos el poder? Y se enreda entero...

—Es una pregunta complicada para la izquierda, porque en su narrativa progresista no se admitían los retrocesos. Que Allende le entregara la banda a Frei Montalva, a Alessandri o qué sé yo era una cosa impensable en esa narrativa. Entonces, para los demócratas, el hecho de que la UP no respondiera claramente esa pregunta era un signo de duda. En los textos de Aylwin, es muy claro: la izquierda quiere el poder total y cuando tengan el poder total nosotros vamos a estar de manos atadas. Es lo que estaba en la mente de la oposición durante el 73: si no se hace nada, después va a ser muy tarde, y lo muestra el hecho de que nunca han sido capaces de decir que el 76, si pierden, entregan el poder.

—Pareciera que ese 1973 todos tienen claro que la situación no da para más...

—Aylwin sabe que si no llega a acuerdo con Allende, va a venir una intervención militar. Prats lucha durante meses por un acuerdo entre la DC y el Gobierno, y sabe que si no lo hay, va a venir una intervención militar porque se da cuenta que él ya manda cada vez menos sobre sus generales. Allende lo sabe a ciencia cierta, creo yo. El cardenal lo sabe y por eso llama al diálogo final entre el gobierno y la DC. Frei lo sabe, sin duda. Pero nadie tiene la convicción ni la fuerza interna para evitarlo. Porque Aylwin no puede ir a negociar con Allende y llegar a un acuerdo sin obtener algo sustantivo para ir a decirles a sus bases. Y Allende toma una decisión, moral a mi juicio, no política: él sabe que evitar el golpe tiene un nombre, que es romper con la ultra. Y esa decisión no la quiere tomar. No quiere ser González Videla, no quiere ser el traidor de la izquierda. Eso lo deja encajonado.

—Muchos hablan con facilidad de que se viene un golpe. Como que van a llegar los militares y después llamarán a elecciones. No hay conciencia de que puede ser algo mucho más fuerte...

—Esto Alain Touraine (sociólogo francés) lo reprocha en el diario que escribe estando en Chile en esos días. Dice: Frei cree que los militares van a hacer un golpe, van a pasar cuatro o seis meses, y lo van a llamar de vuelta a él o a elecciones. Les está dando un cheque en blanco. Y Touraine se pregunta, ¿quién sabe qué piensan los militares? Y efectivamente, ¿qué elementos tienen los actores de esa época para proyectar escenarios? Pocos. Prats, que viene de adentro, sí lo sabe y se lo dice a Tohá, se lo dice a Allende delante de Pinochet, y se lo dice a Tomic: esto va a ser terrible.

“Pero, dicho esto, hay un personaje sin el cual es imposible entender todo lo que viene: Augusto Pinochet. Y a Augusto Pinochet hasta el 10 de septiembre nadie lo conoce. Y resulta que va a desarrollar un apetito por el poder y por la transformación que nadie pudo nunca haber supuesto que él tenía”.

—También sorprende la forma frívola en que otros hablan de la guerra civil.

—En la mentalidad de la época, ella era parte del conflicto que iba a hacer emerger la sociedad socialista. Y la derecha, a su vez, se parapetaba. Después resulta que nadie tenía demasiadas armas, salvo los militares. Pero se coqueteó con esa idea mucho tiempo. Y, por lo mismo, para las Fuerzas Armadas se hizo muy importante evitar una guerra civil, pues para los militares una división interna es algo brutal. Entonces, lo más importante fue asegurar la verticalidad del mando. El 11 de septiembre es impresionante en ese sentido: hay gente adentro que está en desacuerdo, pero ese desacuerdo no tiene relevancia. El país está controlado en diez horas.

—¿Pero pensaron un Altamirano o un Enríquez que dentro de las FF.AA. habría quienes se colocarían de su lado? Altamirano una vez le recomendó a Allende: búscate un regimiento.

—Claro, pero eso suponía una política militar desarrollada. Ese trabajo nunca lo hubo. Y por razones atendibles: si la UP hubiera hecho una política de infiltración militar, eso ya habría desencadenado el golpe. Pero todo esto confluye en un solo punto, y es que el proyecto de la UP se volvió completamente dependiente de las FF.AA. Por eso Prats se vuelve tan importante. Pero Prats empieza a perder ascendiente y poder sobre sus propios generales... Es una historia extraordinariamente trágica. Es tan claro que él quiere evitar la guerra civil, más allá de la simpatía que desarrolló por Allende y de sus errores, que una vez que sale de la comandancia en jefe, no hace nada por contrarrestar el golpe. No mueve un dedo por que haya unidades leales al Gobierno.

—¿En qué medida el acto final de Allende es un acto preparado?

—Es algo que él ha masticado durante meses. De hecho, el 29 de junio (tanquetazo), cuando el GAP no lo había dejado ir a La Moneda, él se indignó, aun sabiendo que La Moneda militarmente era una ratonera. Él quiere ir ahí porque quiere morir ahí. La escena, el tipo de cosas que iba a decir y el hecho de que iba a morir, creo que es una conclusión a la que había llegado meses antes, cuando había decidido en su fuero interno no romper con la ultra, lo que iba a impedir cualquier acuerdo. No es lo que él hubiera deseado, pero ese es el valor de su gesto moral a ojos de la izquierda: estuvo dispuesto a dar su vida antes que romper a la izquierda chilena.

—¿Qué significa para el propio Allende su muerte? ¿Es la forma de salvar sus tres años previos?

—Es una forma de sublimar todas las dificultades de su gobierno. Se convierte en un ícono para la izquierda, que no lo había sido nunca. En esos discursos no nombra a los partidos, a los dirigentes, a las vanguardias del pueblo, está sentido con ellos. Pero se convierte en un ícono total: ustedes no me quisieron entender, nunca me quisieron dar una salida; yo no quiero morir, me gusta la vida, pero voy a morir. Morir por ustedes.

—Y a partir de eso se vuelve mucho más difícil la revisión crítica de la UP.

—Muy difícil. Porque con ese gesto moral, Allende se pone en otro plano y es muy difícil mirar a su gobierno haciendo abstracción de ese final y de lo que pasa después. Lo que quise hacer con el libro era intentar demostrar que ese Allende y el Presidente son la misma persona. Pero es muy difícil, porque el valor de ese gesto para la izquierda es infinito. Como dice Joignant, la izquierda no puede sino ser allendista.

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