El 19 de octubre de 2019, el mismo día en que Guillermo Teillier pedía la renuncia del Presidente Piñera y el diputado Gabriel Boric interpelaba a gritos a los soldados en la Plaza Baquedano, el arquitecto Iván Poduje iniciaba una caminata por Santiago para tratar de entender qué estaba pasando. Fue la primera de muchas.
El resultado lo volcaría en "Siete kabezas", su "crónica urbana del estallido", un inesperado best seller donde expuso su tesis: ni "revuelta popular" ni ataque de agentes extranjeros, para Poduje, el estallido fue la explosión de una suma de patologías sociales —desde la violencia y segregación de las periferias, hasta las barras bravas y el movimiento incubado en los liceos emblemáticos—, que encontró validación en las clases medias y populares, emborrachó a la intelectualidad "progre" y terminó despertando el apetito de una izquierda que, sin controlar lo que ocurría, lo supo usar para sus propios objetivos. Un monstruo apocalíptico de múltiples cabezas —la séptima, la cabeza silente, fueron quienes, operando en la oscuridad, planificaron algunos ataques, aunque de incidencia relativamente menor— que bien puede volver a despertar.
Pero el recorrido de Poduje no fue solo físico. A partir de esos días, "sin duda que me cambió la vida y me cambió mi percepción sobre la política". Y en efecto, el arquitecto cercano a la centroizquierda y al laguismo se volvió un protagonista de las redes sociales, donde se enfrentó con una parte de su propio mundo, al encarar a aquellos que glorificaban a la Primera Línea y se extasiaban con el "despertar" de Chile.
—Dicen que se puso facho.
—Claro. ¿Por qué facho? Porque vi acciones de brutalidad criminal, pero vi también un respaldo político a esas acciones delictuales. No podía creer que mi país y mi ciudad se estuvieran destruyendo y hubiera políticos que lo avivaran. Y además colegas arquitectos que avivaran la destrucción del patrimonio.
Cuatro años después, con un nuevo libro recién lanzado —"Chile tomado”", su desolador análisis del país posestallido y pospandemia— y una suma de polémicas en el cuerpo, Poduje recuerda sin idealizaciones aquellas caminatas por una ciudad fuera de control.
"Tengo claro que había mucha gente protestando en la calle, jóvenes, familias que no eran violentas. Pero eso siempre estuvo ensombrecido por la violencia. Entonces, esta visión romántica de la revuelta popular nunca la tuve. Así como tampoco tuve la visión conspirativa de la derecha, que creía que esto era un ataque venezolano o cubano. Me pareció una tontería".
—El viernes 18 fue un día marcado por el ataque al metro, pero ya el mismo sábado Santiago amaneció lleno de gente protestando y de banderas mapuches. ¿Cómo se explica eso?
—Primero, fueron cinco días de evasiones violentas, que son muy importantes porque desestabilizan la ciudad. ¿Qué quiere decir que la ciudad se desestabiliza? Que sistemas fundamentales para su funcionamiento, como el propio metro, dejan de operar. Las evasiones, por tres o cuatro días, se movieron muy coordinadamente en estaciones próximas a liceos emblemáticos, pero el día 18 se produce una anomalía, que es que se generan evasiones en las periferias, y esta cuestión cambia de tono. Ahí se desata la violencia.
"Esto no fue de un día para otro. Tuvo cuatro días de maduración, y eso hizo que gente que siempre había estado preparada para las protestas, que vive en el sector de Seminario, en el barrio Italia, que puso las banderas mapuches, se fuera animando y entonces, cuando se producen los ataques más violentos al metro, esto se desata".
—Esas evasiones en zonas periféricas, ¿ya no eran de los estudiantes?
—En algunas hay, pero las evasiones más peligrosas son las que ocurren en la Línea 4 y en la 5, que son grupos de barras bravas. Están todas las estaciones que se ubican más o menos cerca del área del Monumental, para ellos casi un templo. Entonces, se producen esos ataques en torno a Macul, pero los barrios más duros, donde hay más problemas de seguridad y control del narcotráfico son los que hacen los ataques más fuertes.
—Usted dice que parte de esa violencia existía desde mucho antes del 18 de octubre, pero no la veíamos.
—Sí, hace mucho rato. Teníamos turbazos, que eran asaltos masivos a supermercados y que se están volviendo a repetir; teníamos evasiones masivas del INBA, del Instituto Nacional, del Barros Borgoño; teníamos ataques a comisarías ubicadas en zonas narco; asesinatos de policías en barrios narcos para fechas complejas... Ciper publicó en 2009 una investigación sobre las famosas zonas ocupadas (aquellas cuyos habitantes viven al margen de la acción del Estado). Bueno, las zonas ocupadas están prendidas todo el año. Lo que ocurre en el estallido es que se multiplica su efecto, se desatan y, como la policía estaba con muchos frentes, no puede contenerlo.
—¿Qué buscan las barras bravas?
—Buscan plata. Algunas también tienen motivación política porque hay una vinculación entre grupos anarquistas, grupos exultras, ex-Lautaro, ex-Frente que se meten como una forma de tener una suerte de adoctrinamiento de jóvenes. Pero los barristas se mueven por plata o por droga, y yo creo que hubo ambas cosas. Alguien los financió, sobre todo a los que iban en micro a Baquedano. Hubo allí cierta logística, de pagarle a un camión para que fuera a dejar piedras. Eso sí, cosas bien pedestres, rudimentarias. Yo con los carabineros que hablaba, generalmente de las periferias, me decían: estos son los mismos que nos atacan siempre, pero ahora vienen con mucha más gente. Entonces creo que hay unas motivaciones muy cruzadas.
—¿Y qué rol juega el narco?
—Clave. Porque el narco organiza saqueos en supermercados, Homecenters; organiza ataques con mucha más fuerza a las comisarías que siempre habían atacado; amplía sus redes territoriales; organiza tomas; financia actividades ilícitas. Pero en rigor no es solo el narco: el narco, el comercio informal, las tomas de terrenos organizadas criminalmente tuvieron su época de oro en el estallido, sumado luego a la pandemia. Porque lo que se produce con el estallido es que las barreras de control público bajan, los tipos avanzan y hay una idealización con tintes políticos de ese avance delictual. Luego, en la pandemia, desaparece el control y esto se amplía aún más.
—¿Qué es la primera línea?
—Es una mezcla. Yo vi al lado del Crowne Plaza a una mamá yendo a dejar a su hijo disfrazado de primera línea. Y era un cabro que iba con su escudo, como en un videojuego. Súper engrupido. Estaban estos enfermeros disfrazados como si fuera una guerra. Los fotógrafos que están en todas las protestas. Anarquistas, gente tipo de izquierda antifa, con láser. Había barra bravas. Había mucho lumpen. También mucho “nini” (jóvenes que no estudian ni trabajan), estos típicos cabros flacos que venían de la periferia a buscar gloria en Baquedano.
—¿Gente como el niño que cae en el Mapocho en el incidente con el carabinero?
—Anthony. Él vivía en la Villa San Miguel, en Bajos de Mena. Invisible. Y ahora también, porque lo usaron y lo botaron. Un Mauricio Fredes, de La Pintana, que murió trágicamente en una poza (al caer en una cámara destapada, en calle Irene Morales). Esas historias, las de esos jóvenes ninis, son lo que más me dio pena, porque después vi a muchos pidiendo monedas. O fumando pasta base en el hoyo de Baquedano. Y después a algunos los indultaron y les dieron plata.
—Usted ha destacado la importancia que tuvo el discurso sobre una violación sistemática de los derechos humanos. ¿Por qué fue tan importante?
—Lo que hace la pinza de derechos humanos con violencia es que activa la violencia y a la vez impide reprimirla, porque la represión es violación de derechos humanos. Pero hay que entender que la situación necesitaba medidas de represión. Eso lo han hecho todos los países en que ocurren estos hechos, y siempre se producen episodios de violencia policial. Acá, sin embargo, lo que se dijo fue que el Gobierno y el Presidente habían ordenado detener, torturar y violar derechos humanos de los manifestantes. Eso claramente era mentira, pero se instaló muy bien. Piense que todos los fallecidos, incluyendo los que murieron en saqueos, tenían sus rostros reproducidos con la misma gráfica de los detenidos desaparecidos. En eso había plata: alguien mandó a hacer esa gráfica.
—Pero algo contribuyeron los abusos que efectivamente ocurrieron y el propio Piñera con su frase de la guerra.
—Por supuesto. Hubo 3 mil querellas del INDH, pero Sergio Micco por algo dijo lo que dijo. Habiendo sido un tipo que en la dictadura se la jugó y tiene credenciales democráticas más que cualquiera de estos pendejos, se dio cuenta que estaban usando el tema. Y es complejo cuando un partido político que sufrió violaciones sistemáticas de derechos humanos durante un régimen dictatorial usa ese argumento contra un gobierno democrático. Y van a volver a usarlo.
—¿O sea esto va a volver a pasar?
—Por una razón muy simple, y es que la fuerza que esos políticos no controlan pero sí usan ha crecido y está hoy día desplegada no solo en las periferias. Está en Santiago Centro, con la tasa de homicidios más alta de Chile. Está en Quinta Normal, en Estación Central. Hay mucha más fuerza que se puede polarizar o activar con lógicas delictuales, o anómicas, o de resistencia, incluso de resistencia de inmigrantes, como en París. Entonces, basta que esta cosa se salga de control y se prende de nuevo. ¿Qué se requiere para que eso ocurra? Acumular la energía, el malestar en los sectores medios y en los sectores populares, que fue clave para que esta cuestión tuviera validación social. Porque sí hubo validación de la violencia en sectores populares.
—Usted cuenta que la gente le decía: 2Está la cagá, pero tenemos esperanza que va a salir algo bueno de esto".
—Había esperanza en el fuego.
—¿Pero por qué?
—Porque sentían que habían sido invisibilizadas sus demandas. Y era curioso porque una de las demandas más invisibilizadas era la seguridad: “Los carabineros no llegan a estos lugares”, me dijeron mucho. Entonces, para ellos, el fuego era una manera de visibilizar sus problemas. Y lo terrible es que ahora siguen los problemas. Esto lo digo en el nuevo libro: los retiros fueron claves para anestesiar, una súper morfina. Pero se acabaron y ahora hay que cumplirles a las personas. Y la promesa de cumplimiento que era la Constitución ya no la creen. No es gente que esté descontenta con el modelo necesariamente, sino con la indiferencia de los que mandan frente a los problemas de ellos.
—¿Y qué pasa con el mundo de los académicos y los intelectuales?
—Ese mundo no existió porque, salvo excepciones contadas, se compraron todo el cuento de la revuelta popular. Y porque los estudiantes mandan en las universidades. Un profesor que se pone a criticar el movimiento social lo evalúan mal y lo sacan.
—Pero más que quedarse callados, muchos salieron a avivar.
—La mayoría se quedó callada. Y otros se engrupieron, se creyeron esto. Bueno, están los casos... Los artistas por el Apruebo se sacaron una foto con el MAC vandalizado, hecho mierda atrás. Una locura, una borrachera que ahora se les pasó. Hoy ya nadie habla de la Plaza Dignidad. Fue una locura colectiva y una idealización brutal de una barbarie.
—Usted ha sido crítico del acuerdo constitucional del 15 de noviembre. ¿Nunca lo convenció?
—Me pareció una jugada magistral de la izquierda. Y yo creo que fue de Teillier, que debe ser el estratega más importante de la izquierda. Porque con un 5% de los votos, siendo el partido menos valorado y sin suscribir el acuerdo, lograron convencerse a los del Frente Amplio y meter su asamblea constituyente, que siempre había sido parte de su agenda. Y el Presidente lo compró... en realidad creo que no el Presidente, el ministro Blumel, como una salida pacífica. Y después de comprarlo, al Presidente lo querían destituir. Los mismos. Porque el acuerdo fue el 15 de noviembre, y la votación de la destitución de Piñera, que se pierde por 7 votos, fue en diciembre. ¡Qué mayor comprobación de que eso no salvó nada! Esto fue: ¿Queremos la Constitución? Sí. Y además te queremos fuera.
—Igual el país respiró más tranquilo.
—Yo creo que tuvo un efecto en aquellos que no estaban en la pelea dura. La gente normal vio ahí como que los políticos se estaban poniendo de acuerdo, pero si uno ve los hechos de violencia posteriores, incluidos el 7 de marzo y el 14 de marzo del 2020, estos gallos nunca se calmaron. Y hay un hecho que ocurre en diciembre, cuando matan a un hincha del Colo Colo, atropellado por un camión que transportaba los caballos de Carabineros. Esa noche atacan siete u ocho comisarías en varias comunas distintas, saquean supermercados... Yo nunca me compré ese acuerdo y creo que la demostración más patente es que al final no sirvió de nada. No trajo paz; la paz la trajo el covid. Y no trajo Constitución... yo creo que ahora tampoco la va a traer, pero ese ya es otro tema.
—La izquierda usa la situación, pero parte de la centroizquierda también entra en el juego. ¿Hay figuras que lo hayan decepcionado?
—Me decepcionó gran parte de la centroizquierda. Yo estuve con exministros de Bachelet que me dijeron: Piñera se tiene que ir. Yo les dije, pero ese es un golpe. “No, no es un golpe, huevón; si Piñera es el problema”. Pero como los políticos no tienen rencor, ahora son todos amigos y el Presidente Boric viaja con Piñera.
—¿No percibían que esto también era contra ellos, que era contra todos?
—No. Percibían que era contra Piñera, contra la derecha, contra los abusos, contra la Constitución de Pinochet. Sí creo que se pueden haber asustado algunos porque esta cuestión estaba fuera de control. Pero también creo que el hecho de que no haya pasado nada acá influyó en todas las distorsiones que se hicieron sobre el estallido. Si hubieran saqueado en La Reina alta, en Las Condes, en Vitacura; si hubieran quemado estaciones de metro acá, estoy seguro que hubiera sido distinta la aproximación.