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Columna de opinión: La campaña que viene

Vale la pena recordar que todo esto es consecuencia del discurso irresponsable y puramente conceptual, aliñado de predecibles guiños poéticos, que se vociferó y se aplaudió en los últimos años, mientras los sectores más reflexivos, por flojera o cobardía intelectual, enmudecieron.

03 de Noviembre de 2023 | 08:17 | Por Carlos Peña
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El rector Carlos Peña.

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Si hay un rasgo del debate constitucional de estos días —ojalá continúe en los que vienen— es el tedio que parece causar, una cierta fatiga, el leve aburrimiento que en las personas parecen despertar los detalles de que está revestido.

Basta retroceder un par de años, incluso menos, para encontrarse con días encendidos y la convicción, que rondaba por allá y por acá, de que todo cambiaría radicalmente para bien (pensaba la izquierda o la mayor parte de ella) o para mal (creía la derecha y en este caso toda ella). Por todos lados brotaban traiciones, conversiones, se reafirmaban creencias y se creía que formarse una opinión sobre lo que estaba ocurriendo era lo mismo que escoger el lado de la historia donde el día de mañana cada uno sería recordado.

En cambio, en estos días en que se ha conocido el proyecto constitucional (y desde que se viene discutiendo el tema en el Consejo) se ha recuperado la grisura, la trivialidad de lo cotidiano, la medianía de la vida común y corriente. No parece haber epopeya a la vista, tampoco héroes que la conduzcan y la animen, ni parece necesario prevenir acerca de monstruos que la amenacen y se le opongan.

¿Qué significa eso para los días que vienen y en especial para la campaña?

Una campaña eficaz no será una que aspire a reverdecer una epopeya o que se proponga apelar a los creyentes que la temen. La vida social no se sostiene mucho tiempo alimentando el fuego de los cambios radicales o exacerbando el miedo a que se produzcan, como ocurrió en el anterior proceso. Las personas comunes y corrientes han recuperado eso que la fenomenología llamó actitud natural, esa familiaridad con las rutinas que hacen predecible la vida y con los temores identificables que surgen del entorno y, por eso, lo más probable es que no tengan disposición a que un acontecimiento la irrumpa y la altere.

Si eso es así, de ahí se sigue —aquí no se trata de expresar deseos, sino de describir el curso probable de las cosas— que será más fácil la campaña para la derecha y los republicanos.

¿Cuáles son los aspectos centrales que inundan hoy el transcurrir de la vida de la mayoría?

Hoy día, en la vivencia inmediata de las personas, de las grandes mayorías, está ante todo la cuestión de la seguridad que es uno de los temas que, desde octubre del 19 en adelante, ha alimentado la adhesión de los candidatos republicanos. El tema del orden concebido como la exclusión de la violencia y de la incivilidad de las relaciones sociales está en el centro de los anhelos de las personas y respecto de él la derecha ha sido más cercana y eficaz en el discurso. La izquierda redentora, en cambio, al poseer un discurso más epopéyico, más alejado de la actitud natural, y al apegarse a la vida soñada se distancia, por decirlo así, de la vida vivida.

A lo anterior se suma otro aspecto que está vinculado a la cultura que la modernización capitalista ha venido inoculando en las grandes mayorías históricamente excluidas (como era por lo demás obvio, puesto que bastaba leer a Marx para advertirlo).

La modernización capitalista ha expandido en las personas la pasión por el consumo que, según Tocqueville (quien lo predijo hacia mediados del XIX), sería la pasión de la clase media. Y el consumo está indisolublemente atado a la posibilidad de escoger para de esa manera distinguirse, y a la de apropiarse de los bienes materiales y simbólicos que el mercado provee. La promesa de un Estado social que sumerja a los ciudadanos en experiencias comunes y uniformes para adquirir disponer de derechos sociales, en vez de darles la posibilidad de elegir al proveedor, no se condice con ese rasgo de la cultura que ha llegado a ser predominante. Este aspecto sugerirá a los creativos de la campaña del A favor, poner en el centro la idea de elección de los proveedores de bienes públicos (como salud o educación) y la propiedad de los ahorros previsionales. Es probable que ello favorezca una conexión, por decirlo así, casi emocional con la vivencia de los sectores medios.

La izquierda por su parte tiene, no cabe duda de eso, razones para rechazar, pero no es fácil traducirlas en el lenguaje de la comunicación masiva, esa que permite conexiones con las vivencias de la mayoría, que es el objetivo de cualquier campaña. Es lo que ocurre a la política, que al acentuar solo los aspectos normativos (lo que debe ser desde el punto de vista de la justicia) se aleja de lo que es (la forma en que la gente percibe su peripecia cotidiana).

Quizá la alternativa más obvia que tiene a su alcance (pero al mismo tiempo la más riesgosa) consiste en subrayar que no median diferencias entre la actual Constitución y la Carta de 1980, salvo que el proyecto del Consejo radicaliza el contenido de esta última y lo galvaniza al constitucionalizar ámbitos de la política pública que han estado y por estos mismos días están en debate. Y que entonces de aprobarse el proyecto nada cambiará. Pero esto significa en los hechos hacer campaña A favor de lo que siempre le ha parecido detestable (la Carta de 1980) para evitar lo que ahora le parece peor (el proyecto del Consejo).
En medio de estos dilemas (ahora que la izquierda se da cuenta del callejón por el que deberá transitar) vale la pena recordar que todo esto es consecuencia del discurso irresponsable y puramente conceptual, aliñado de predecibles guiños poéticos, que se vociferó y se aplaudió en los últimos años, mientras los sectores más reflexivos, por flojera o cobardía intelectual, enmudecieron.


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