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Columna de Astronomía | Cuántas noches observa realmente un astrónomo

Si bien son meses los que se necesitan para sacar datos útiles de las observaciones, las noches que se pasan frente a un telescopio son mínimas.

17 de Agosto de 2016 | 09:02 | Por Manuela Zocalli
Por Manuela ZoccaliAcadémica del Instituto de Astrofísica de la U. Católica de Chile

Doctora en Astronomía de la Universidad de Padova (Italia). Fue investigadora postdoctoral del European Southern Observatory en Múnich (Alemania). Profesora titular del Instituto de Astrofísica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, investigadora del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (Basal-CATA) y directora del Instituto Milenio de Astrofísica (MAS).

Me han preguntado varias veces cuántas noches me paso al telescopio y suelen sorprenderse de la respuesta: muy pocas o, incluso, ninguna.

Me acuerdo la primera vez que fui a observar con el Very Large Telescope del Observatorio Europeo Austral (ESO). Había llegado solo unos días antes desde Europa. No era la primera vez que observaba, pero sí la primera vez que lo hacía en Paranal, que en esa época estaba recién empezando sus operaciones. El paisaje asombroso de aquel observatorio, la tecnología de su instrumentación, o quizás la Vía Láctea arriba de mi cabeza, hicieron que por primera vez me detuviera a pensar en todo lo que había detrás de mi noche de observación.

Los científicos que, más de diez años antes, habían soñado con un telescopio tan gigante y preciso; los mejores ingenieros de Europa que habían trabajado años para hacerlo realidad; el esfuerzo de encontrar el lugar del mundo con el cielo más limpio; las negociaciones con su gobierno;, el trabajo de llevar la instrumentación más precisa que la humanidad sabía construir en un lugar tan inaccesible como el desierto…y construir una residencia, contratar cocineros, estar llevando agua, comida, gasolina… Todo aquello para que yo, Manuela, estudiante de doctorado, pudiera sentarme delante del computador que opera el telescopio, apuntarle a las estrellas del centro de la Vía Láctea, y tratar de entender algo más sobre la formación de nuestra Galaxia. Esa tensión hacia el conocimiento, que tanto nos hace humanos, es tan importante para nosotros que construimos catedrales como el Very Large Telescope en el medio del desierto más árido del mundo. Hay que estar orgullosos de pertenecer a la raza humana.

Esto suena a pura poesía, pero llegar hasta este punto es mucho menos glamoroso y, finalmente, frecuente.
Manuela Zoccali:
Esa tensión hacia el conocimiento, que tanto nos hace humanos, es tan importante para nosotros que construimos catedrales como el Very Large Telescope

Los cinco observatorios principales del norte de Chile —Las Campanas, Cerro Tololo, Gemini, La Silla, y Paranal— operan en total unos veinte telescopios ópticos, desde los más chicos de un metro de diámetro, hasta los más grandes de 8 metros. A ellos hay que sumar el radiobservatorio sub-milimétrico ALMA, donde 66 antenas trabajan en conjunto. Parece mucho tiempo para observar, pero la cantidad de postulaciones lo reducen al mínimo.
Los observatorios abren las postulaciones a tiempo de telescopio dos veces al año y reciben, dependiendo del telescopio, entre dos y cinco veces más propuestas de las que pueden acomodar en las noches de un semestre. Los postulantes —que normalmente son grupos de unos 5 a 10 científicos por propuesta— diseñan un experimento que necesita datos para ser realizado. Así, en sus postulaciones argumentan sobre la relevancia de los resultados esperados, y sobre la necesidad de obtener precisamente ese tipo de datos con esa instrumentación.

Luego, un comité de pares revisa las postulaciones y asigna, en promedio, dos o tres noches a cada propuesta aprobada. Cada equipo entonces elige entre sus miembros un "observador", usualmente uno de los estudiantes, quien viajará al observatorio para, finalmente, pasarse unas pocas noches al telescopio. Pero luego, se necesitarán varios meses de trabajo frente al computador para extraer información cuantitativa de los datos de unas pocas noches y. finalmente, con suerte, publicar los resultados.

Ya no voy tanto a observar, más bien suelo mandar a mis alumnos más jóvenes. O aprovecho los expertos que ponen a disposición algunos de los observatorios. Esto último es mucho menos emocionante, pero científicamente más eficiente, ya que en este caso en lugar de asignar noches específicas a cada programa, los observatorios eligen las observaciones a realizar según las condiciones minuto a minuto del cielo.

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