El dióxido de carbono (CO2) "guardado" en las placas de permafrost en los ecosistemas montañosos estaría saliendo a la atmósfera como un efecto del cambio climático a través del deshielo que está sufriendo como consecuencia del aumento de las temperaturas en el planeta, al menos así lo advierte un estudio publicado esta semana en la revista Nature Communications.
Los nuevos hallazgos muestran que la tundra alpina en el Front Range, en Colorado, Estados Unidos, emite más CO2 del que captura anualmente, lo que podría crear un circuito de retroalimentación que podría aumentar el fenómeno del calentamiento climático y llevar a más emisiones de CO2 en el futuro.
Un efecto similar se produce en el Ártico, donde las investigaciones realizadas en las últimas décadas han demostrado que el permafrost derritiéndose
está descubriendo suelos de tundra congelados durante mucho tiempo y
liberando reservas de CO2 que habían estado enterradas durante siglos.
"Nos preguntamos si lo mismo podría estar sucediendo en el terreno alpino", comenta John Knowles, autor principal del nuevo estudio y ex alumno de doctorado en el Departamento de Geografía de CU Boulder, además de investigador del Instituto de Investigaciones Alpinas y del Ártico (INSTAAR). "Este estudio es una clara indicación de que ese es realmente el caso".
Los bosques se han considerado durante mucho tiempo como "sumideros vitales de carbono", ya que retienen más carbono del que producen y ayudan a mitigar los niveles globales de CO2. Como parte del ciclo de carbono de la Tierra, los árboles absorben el CO2 a través de la fotosíntesis, mientras que los microbios (que descomponen los nutrientes del suelo y el material orgánico) lo devuelven a la atmósfera a través de la respiración, al igual que los humanos liberan CO2 con cada respiración.
La fusión del permafrost, sin embargo, cambia esa ecuación. Como el suelo de tundra previamente congelado se descongela y se expone por primera vez en años, sus nutrientes están disponibles para el consumo de los microbios. Y a diferencia de las plantas, que permanecen inactivas en invierno, los organismos microscópicos pueden disfrutar todo el año si las condiciones ambientales son las adecuadas.
El estudio mostró, de manera algo sorprendente, que los paisajes de tundra barridos por el viento a más de 3.500 metros emitían más CO2 del que capturaban cada año, y que una fracción de ese CO2 era relativamente antigua durante el invierno, el primer descubrimiento de este tipo en latitudes templadas. Los hallazgos sugieren una actividad microbiana durante todo el año mayor a la esperada, incluso en ausencia de una capa de nieve aislante profunda.
"Los microbios necesitan que no estén demasiado fríos ni demasiado secos, necesitan agua líquida", explica Knowles, ahora investigador de la Universidad de Arizona. "La sorpresa aquí es que mostramos que la actividad microbiana del invierno persiste en las áreas de permafrost que no acumulan mucha nieve aislante debido al viento que la despoja".
Si bien las contribuciones netas de CO2 de la tundra alpina son pequeñas en comparación con la capacidad de secuestro de un bosque, el efecto recién documentado puede actuar como un contrapeso, lo que dificulta las reducciones de CO2 en la atmósfera de los ecosistemas de montaña en general.
Con este nuevo aporte, los expertos aclaran que las ecuaciones en la lucha contra el cambio climático y las emisiones de CO2 deberán adecuarse, considerando ahora también este factor.