Aún está de noche, pero se ve que el cielo premiará a los visitantes de la Región de Coquimbo con un día despejado porque ninguna nube se atreve a aparecer por la zona. No pasan de las 6:15 horas cuando emprendemos el viaje que durará más de dos horas para llegar al Observatorio La Silla y que a las 16:39 hará que todo lo demás no importe.
La neblina característica de la región aparece en el camino cuando a las 6:50 de la mañana cruzo la Cuesta Los Porotitos sin saber bien lo que se vendrá después. Al llegar a la Base El Pelícano las filas para recibir los lentes de protección, una botella de agua y bloqueador solar se extienden por varios metros.
Tardamos media hora en la acreditación, pero a nadie parece importarle mucho el tiempo que transcurre en la fila, cada minuto de espera será bien recompensado ocho horas después. Y aunque predomina el inglés, se escucha una mezcla de idiomas en las más de mil personas que llegaron hasta esta base de investigación administrada por el Observatorio Austral Europeo (ESO), que abrió sus puertas por este especial evento.
"Un eclipse total solar ocurre, en el mismo lugar, cada 300 años" es lo que recuerdo cuando camino por los senderos de tierra, cruzándome con investigadores, astroturistas y colegas. Todos esperando lo mismo y aún faltan más de seis horas.
Llega el mediodía, no hay una nube en el cielo y se justifica el orgullo de Chile por tener el mejor cielo del mundo. A medida que la hora avanza los miradores comienzan a llenarse de personas que buscan encontrar un buen lugar para mirar cómo la Luna tapará al Sol durante un poco más de dos minutos. Sin duda, los dos mejores minutos que he tenido en mi vida.
Cuando el reloj marca las 16:00 horas estoy en medio camino de las antenas que día a día obtienen información desde más allá de los límites de nuestro Sistema Solar, acompañada por las autoridades del lugar y el ministro de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, Andrés Couve, quien comparte con niños y les comenta de su vida, de su carrera, de la importancia de la ciencia.
Desde las 15:27 horas se observaba cómo la Luna comienza a cobrar protagonismo, aunque lo que le preocupa a todo el mundo es el Sol. Y claro, es lo único que se ve cuando bajan los lentes especiales que están en todo el lugar. Pero mirando cómo el satélite natural de la Tierra avanza en diagonal sobre el cielo, una danza que se produce a millones de metros de nosotros y que nos regala uno de los fenómenos astronómicos más perseguidos por el mundo, la emoción se comienza a vivir en el público.
Es un proceso lento, como el anclaje en "2001: Odisea del espacio". Los cuerpos celestes se mueven a velocidades que no comprendemos, porque no se percibe así desde la superficie, pero viajan a millones de kilómetros de velocidad. Tiene que pasar más de una hora para el momento estelar, para esos dos esperados minutos.
El Sol comienza a verse como una luna menguante y la sensación térmica comienza a bajar, las chaquetas se mueven en todas partes. Yo vuelvo a mi atuendo de la madrugada: la parka y el gorro se hacen necesarios.
Justo cuando el astro no es más que una delgada línea curva en el cielo el silencio cae en todo el recinto astronómico. Muchos ya saben a lo que vienen, no es su primer eclipse. Recuerdo a un grupo de alemanes que me contaron en la mañana cómo los persiguen desde la década de 1990 y aquí estoy yo, frente a mi primer eclipse total de Sol a 2.400 metros sobre el nivel del mar.
El frío me congela las manos mientras intento captar fotos del momento previo a que caiga la noche rodeada de las características montañas nortinas, cafés y con una hermosura especial. Cuando se ve el primer diamante, ese último rayo de Sol antes de que la Luna sea lo único que podemos ver en el cielo uno de los asistentes quiebra el silencio que había reinado en el lugar para gritar: "¡Lentes fuera!" y el movimiento se hace uno en todos los asistentes. Sólo para ser seguido de una milésima de segundo en silencio y luego gritos, aplausos e incluso un "ceacheí" por ahí.
Son dos minutos y parecen diez. Son dos minutos y creo que es lo más lindo que he visto en mi vida. Un círculo oscuro, la misma cara de la Luna que vemos siempre, pero sin recibir la luz del Sol para reflejarla a la Tierra, reina del cielo, coronada por un haz solar.
A lo lejos, a 152 millones de kilómetros,
el Sol lucha por recobrar su protagonismo con llamaradas solares que se ven sólo en el borde de la Luna. Durante dos minutos todo se detiene. Aplausos caen junto a lágrimas en algunos asistentes. Durante dos minutos nadie despega su vista del cielo. Esto realmente es único y
aquí no volverá hasta tres siglos más.
La salida de la Luna se produce con menos glamour. La gente no puede olvidar lo que acaba de ver y yo tampoco. Poco me importa que la trayectoria del satélite en torno a la Tierra siga su camino después de haberse cruzado con el mayor astro de nuestro Sistema Solar. Los lentes vuelven a los ojos de las personas en mi entorno y yo sólo cierro los ojos. No quiero olvidar ese círculo que durante años tuvo connotaciones mágicas y que en 1919 sirvió para comprobar la Teoría de la Relatividad.
Cientos de años de astronomía caen sobre mí cuando la temperatura ambiental comienza a aumentar. La noche se fue, esta mini noche a la mitad del día y puedo entender por qué se creía que tenía implicaciones mágicas en el pasado.
Pasan dos horas y cae la noche real en Región de Coquimbo, pero esta noche no logra llegar a lo que fue la noche de dos minutos entre las 16:39 y las 16:41 horas.