El objetivo es simple: reenviar algunos rayos al espacio para disminuir el calor que nos llega del Sol.
Una posibilidad sería poner en órbita espejos gigantes capaces de desviar una parte de la radiación solar.
Otro método, que se basa en el impacto de las cenizas volcánicas sobre la temperatura mundial, es inyectar minúsculas partículas reflectoras en la estratosfera.
Otros investigadores persiguen cambios en las nubes, modificando su blancura para reenviar los rayos o bien adelgazando los cirros que absorben más calor del que reenvían.
El problema de todas estas técnicas es que no cambiarían en nada las concentraciones de CO2 en la atmósfera que, además de hacer subir la temperatura, acidifican peligrosamente los océanos y modifican el régimen de lluvias. Los científicos advierten también contra un "choque terminal": un calentamiento repentino si el sistema dejara de funcionar.
Varias plantas oceánicas microscópicas, como el fitoplancton, atrapan el CO2, llevándolo al fondo del océano al morir. Su expansión es limitada por una falta de hierro, pero varios experimentos mostraron que introduciendo polvo de sulfato de hierro en el mar se podrían crear nuevas colonias.
Pero de nuevo los investigadores anticipan reveses. Por ejemplo, una fuerte mortalidad de plancton agotaría el oxígeno, generando masivas zonas sin vida.
La erosión natural de las rocas, un proceso químico, permite el bombeo de CO2 en la atmósfera (alrededor de 1.000 millones de toneladas anuales, es decir, 2% de las emisiones de origen humano). ¿Y si se pudiera intensificar el proceso, sobre todo dispersando en la naturaleza olivino en polvo, una forma de silicato?.
El problema es que parece difícil y oneroso extraer olivino en cantidades suficientes.
El "biochar" o carbón vegetal se produce a partir de restos de madera, de residuos forestales y de cáscaras de nueces. Utilizado para restaurar las tierras, puede además absorber CO2.
Pero no es seguro que se pueda aplicar esta técnica a gran escala y que este compuesto sea suficientemente estable.
Los BECCS (Bioenergía con Captura y Almacenamiento de Carbono) alían un proceso natural con otro de alta tecnología.
Primero se planta maíz, caña de azúcar y todo tipo de plantas de biocarburantes de segunda generación. Al crecer, absorben CO2.
Luego se captura el CO2 cuando estas plantas se transforman en energía. El resultado neto es un "balance carbono negativo", lo que los investigadores llaman "emisiones negativas".
Casi todos los modelos climáticos que prevén un calentamiento limitado de 2 ºC - objetivo fijado por la comunidad internacional -, confían en un papel clave de los BECCS.
Pero según los estudios, habría que consagrar 40% de las tierras arables a los biocarburantes.
Varios experimentos mostraron que es posible aspirar CO2 para transformarlo en granulados o almacenarlo bajo tierra.
Una empresa canadiense, apoyada por Bill Gates, lanzó en 2015 una fábrica piloto. Pero por ahora, esta tecnología tiene un coste prohibitivo. Plantar bosques masivamente.
La concentración de CO2 en la atmósfera decaería considerablemente con esta técnica, mientras que actualmente, millones de hectáreas de bosques tropicales continúan desapareciendo cada año. Sin embargo, estos nuevos árboles acapararían las tierras de uso agrícola.