Es falso. Al menos un 95 % de los científicos expertos en este campo considera que hay pruebas suficientes para sostener la existencia de un cambio climático causado en buena medida por las actividades humanas, el denominado "calentamiento global antropogénico".
Ese consenso se canaliza fundamentalmente a través del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el principal órgano internacional para la evaluación de este fenómeno, creado en 1988 por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y del que 195 países son miembros.
En su informe más reciente, publicado el pasado septiembre, más de 100 científicos advierten sobre la urgente necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para limitar la magnitud de los cambios en océanos y mantos de hielo, que prevén un futuro de poblaciones de montaña sepultadas, islas y costas sumergidas y océanos inhabitables para gran número de especies.
Pero, al margen del IPCC, los más variados informes publicados en revistas científicas especializadas cifran en porcentajes próximos al 95 % el consenso de los expertos sobre la existencia y las causas humanas del cambio climático. Y un exhaustivo estudio que analiza 11.944 artículos científicos redactados entre 1991 y 2011 lo sitúa en el 97 %.
Nada tienen que ver los efectos de los ciclos naturales de la Tierra con el calentamiento global registrado en el último siglo. Las tres causas naturales de la variabilidad del clima son: Las manchas solares, un indicador cuya periodicidad es de unos 11 años; los cambios en los ciclos orbitales de la Tierra, que operan en escalas de miles o cientos de miles de años, y las perturbaciones por erupciones volcánicas.
"Desde que hay registro instrumental, hace más de cien años, ninguna de las tres causas naturales explican el calentamiento global y los patrones son completamente distintos", señala el investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Fernando Valladares. Y, según los análisis del IPCC, es imposible entender la evolución de la segunda mitad del siglo XX sin incorporar el impacto de los gases de efecto invernadero.
Por un lado, las manchas solares son indicativas de cambios en la actividad del Sol que se producen cada década y no guardan relación con el ascenso creciente de las temperaturas, acentuado en los últimos 60 o 70 años. Tampoco influyen los ciclos orbitales (ciclos de Milankovitch), que incluyen cambios en la forma de la órbita de la Tierra alrededor del Sol, modificaciones en la inclinación del eje de rotación y también un movimiento de cabeceo similar al de una peonza ("precesión").
La duración de cada uno de esos ciclos es distinta, entre decenas de miles y centenares de miles de años, una escala geológica de tiempo que conduciría al planeta muy lentamente hacia una nueva glaciación y que no se corresponde con el actual fenómeno de calentamiento.
En cuanto a los volcanes, el efecto invernadero de los gases que emiten es mínimo -se diluyen pronto en la atmósfera- y, por el contrario, sus cenizas pueden enfriar la Tierra durante meses. Así ocurrió en el célebre "año sin verano" de 1816 tras las erupciones del Tambora en el Pacífico, que provocó una crisis agrícola en el Hemisferio Norte y un enfriamiento general que mantuvo a muchos confinados por el mal tiempo. Entre ellos, un grupo de intelectuales del que formaba parte la escritora Mary Shelley, quien alumbró su "Frankenstein" en aquella coyuntura.
Al falso mito de que el calentamiento global se interrumpió en 1998 contribuyó el Quinto Informe de Evaluación del IPCC, completado en 2014, en el que se afirmaba que la temperatura media "había mostrado una tendencia lineal de un incremento mucho menor durante los últimos 15 años (1998-2012) que en el periodo de los 30 a 60 años anteriores".
Pero el calentamiento no se ha detenido en absoluto: De hecho, la temperatura global media para los años 2015-2019 va camino de ser la más cálida de cualquier otro periodo equivalente registrado, un grado por encima de los tiempos preindustriales (1850–1900), y el presente año estará entre los cinco más cálidos de la Historia a causa del cambio climático, según datos de la OMM que fueron entregados hoy durante la COP25.
La doctora Sanz recuerda que en 1998 hubo un récord de subida de casi 0,7 grados por el fenómeno meteorológico El Niño, pero la tendencia general solo se puede medir con largas series históricas y revela que la temperatura media sigue creciendo. Valladares destaca que los cuatro años más cálidos de los últimos 150 pertenecen a la última década y Moreno apunta que 2018 fue el cuarto año más caliente desde que existen registros.
Asimismo, un estudio de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de EEUU demostró en 2015 que el ritmo de calentamiento en los primeros 15 años de este siglo había sido al menos igual que en la segunda mitad del anterior. Conclusiones confirmadas en 2017 por científicos que detectaron un error en los antiguos sistemas de medición: registraban temperaturas más altas porque las muestras de agua se canalizaban a través de la sala de máquinas de los buques.
El calentamiento favorece las oportunidades de negocio de algunos sectores y puede incluso mejorar la salud de quienes viven en alta montaña o al norte del paralelo 50, pero la población beneficiada sería menos del 5 % del total, precisa Valladares. El resultado neto es negativo para la Humanidad y, según advierte Sanz, el aumento de fenómenos extremos generará numerosas pérdidas económicas y de vidas humanas.
Frente a beneficios puntuales como que en Estonia se puedan cultivar más hortalizas o que el Reino Unido pueda producir vino de calidad, el cambio climático multiplicará los riesgos de inundación, propagará enfermedades infecciosas originadas en zonas muy cálidas y modificará la distribución de numerosas especies animales, en muchos casos con efectos negativos para el ser humano.
En los últimos 25 años, el nivel del mar ha subido una media de 8 centímetros (en algunas zonas, más de 20). En las próximas décadas, las áreas inundables afectarán tan solo en España a unas 200.000 personas, según un reciente informe de la organización Climate Central. Y, entre otros fenómenos extremos, habrá olas de frío que afectarán a ecosistemas y poblaciones no preparadas para ello.
El cambio climático también elevará los riesgos de incendios, ciclones y grandes sequías, desencadenará la salinización de acuíferos próximos a la costa, reducirá la disponibilidad de agua, dificultará la conservación del frío en instalaciones industriales alimentarias y amenazará el suministro eléctrico en grandes ciudades.
El agujero de la Antártida se está cerrando lentamente gracias a la aplicación del Protocolo de Montreal (1987), que redujo drásticamente la emisión de gases CFC, pero la recuperación de esa capa "no ahorra al planeta ningún calentamiento", como resume Valladares.
Son dos fenómenos completamente distintos, que se influyen poco mutuamente, y ninguno de los dos es causante del otro. La capa de ozono protege la vida en la Tierra de los rayos ultravioletas del Sol, pero el calentamiento no lo provoca el efecto directo de la radiación solar, sino la radiación infrarroja reflejada por el planeta y atrapada por los gases de efecto invernadero, fundamentalmente el CO2.
Y la concentración de CO2 alcanzó ya en 2018 una cifra récord de 407,8 partes por millón (ppm), que este año puede ser aún mayor. Para comprender la dimensión del problema, la última vez que se registró una concentración de 400 ppm fue hace más de 3 millones de años, cuando la temperatura global era dos o tres grados superior a la actual y se derritieron las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida.
Alguno de los expertos consultados ven el Protocolo de Montreal como ejemplo de que con un acuerdo mundial se pueden revertir problemas globales. La doctora Sanz matiza en cambio que fue más fácil combatir la producción de CFC de lo que será impedir las emisiones de CO2, porque este objetivo exige un cambio dramático de todo el modelo energético global.