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“Me he dado cuenta que me están domesticando”

27 de Abril de 2005 | 11:21 |
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Conversar con Fernando Kliche es divertido. Sus respuestas tienden a ser existencialistas y, quizás, se deba a que tiene alma de trotamundo. Nació en Uruguay, pero trabajó mucho tiempo o años en Inglaterra, Argentina, Venezuela y España antes de echar raíces en Chile, donde vive su padre también actor, Walter.

Una buena explicación de lo anterior está en que tiene a cuatro de sus seis hijos repartidos entre Uruguay e Inglaterra. El mayor, Federico, es esotérico, probó suerte en teatro y tiene 31 años; el menor, Maximilian, sólo año y medio. Entre medio están Ignacio, que ganó el “Mister Mundo” galo; Antonella, la única mujer, que estudia medicina; Sebastián, el tuerca y rugbista y Nicolás, de 8 años, bueno para el fútbol y el ajedrez.

Sus ahorros, dice, se los gastó en viajes todos los fines de semana a Montevideo y tres veces al año, a Londres, para estar con los cuatro mayores. Y pese a la distancia -porque se separaron antes de que se radicara en Chile, en 1980, cuando tenía 27 años- asegura ser un padre presente. “Sé todo lo que pasa con mis hijos, tengo buena relación con sus madres y conservo la patria potestad”, sentencia.

Agrega: “Nunca los he podido juntar a todos; ojalá que los pueda juntar antes de mi sepelio”.

No es muy preciso sobre las historias de amor que suma su vida; sólo aclara que son cuatro las madres. Tampoco da ninguna posibilidad de reflexionar sobre qué significó el “affair” que tuvo con Carolina Arregui hace ya muchos años. Simplemente, de eso no habla.
De su actual pareja sólo aclara que tiene 40 años, es madura, y tiene la gran virtud de entenderlo. “El ser humano, básicamente, –filosofa- es un cazador y puede seguir dos acciones: matar a la presa o domesticarla” (y se le despliega su gran sonrisa).

-¿Cuál eres tú?
“Trato de domesticar a la gente y como buen domesticador, me he dado cuenta que a mi me están domesticando”, dice entre risas en referencia a su mujer.

Amante de los libros, Kliche es de los que mantiene la costumbre de escribir cartas en papel. Y aunque tiene varios poemas, una novela autobiográfica y otras obras de teatro a su haber, aclara que nunca va a apostar por ser autor publicado.

-¿Cuáles son hoy tus temores?
“El único que tengo es no poder educar a mis hijos, morirme antes. Pero ¿cómo se puede ir por la vida sin temor? Tenemos miedo por todo, por perder la pega, por enfermarnos”.

-¿Eso se agudiza por el hecho de que la actuación es algo inestable? ¿O lo tienes manejado?
“No, si me das vueltas, se me caen las llaves. Creo que la inversión está en otro lado, no tiene que ver con las propiedades. En mi caso, me ha ido bien y mal respecto de las cosas que ambicionaba, pero si hago un resumen me ha ido muy bien, soy un agradecido de la vida”.

Se sale por la tangente cuando se le pregunta si se reconoce coqueto y picaflor. En cambio, se declara neurótico, fuma como carretonero y se despierta temprano. En sus ratos libres, lee, pinta y dibuja. Para mantener la facha –trata de embolinar la perdiz con la historia de Dorián Gray y su acuerdo con el Diablo- hace gimnasia tres veces a la semana y come lo normal.

-¿El mayor de tus hijos te hizo abuelo ya?
“No, ninguno y ojalá lo hicieran”.

-¿O sea, cumples ese rol con el más chico?
“Sí, me fascinan los niños, son maravillosos, pero me di cuenta que tengo mucho más paciencia hoy que antes. Tuve mi primer hijo a los 19 años y entonces, estaba en otra cosa, tenía que trabajar y no tenía tiempo para él. Ahora, que soy más viejo, no tengo que andar corriendo”.

-Después de tantos desarraigos y separaciones ¿a qué te aferras?
“Al cariño de la gente, todo lo bueno que uno hace en la vida es por amor. Sin eso, esta estupidez no tiene sentido”.

-¿Mantener el acento y el mate tiene que ver con conservar tus raíces?
“Sí, definitivamente. No lo hago a propósito, trato de mantener ciertas cosas y además, me parecería de mal gusto tratar de hacer algo que no soy”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Hablar. No hay nada más emocionante, decirle algo a alguien y que te dé bola y se ría. Antes me tomaba dos whiskies y hablaba como loco, con tres empezaba a balbucear y al cuarto, decía bobadas. Ahora ya no tomo, pero sigo hablando como loco, es lo que más me gusta”.
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