Nació el domingo 30 de julio de 1950, a las 5 de la tarde en la Clínica Santa María. Sus primeros años de vida los pasó en el campo. Nacido y criado de Chillán hacia el mar, dice haber disfrutado de la libertad más absoluta hasta los 13 años. Libertad, claro, que no tenía que ver con la disciplina, pues siendo el mayor de siete hermanos tenía bastantes responsabilidades que cumplir; sin embargo, no conocía diferencias sociales ni económicas hasta que llegó a Santiago.
Sus padres lo inscribieron en el San Ignacio de Pocuro, pero como era “pueblerino, chico, con pantalones cortos y apenas unos pocos pelos en las piernas”, fue el objeto de las burlas y los golpes de sus compañeros durante todo el año.
Conscientes de la situación, lo cambiaron a un colegio nuevo en esos años, el Notre Dame, que, según cuenta, lo dirigía un sacerdote belga –Roberto Polain- “que era un educador por excelencia”.
-¿Qué es lo que tanto te marcó del Notre? “Cuando mis padres me sacaron del San Ignacio, en la búsqueda frenética de colegio, me llevaron al Notre Dame, que es un castillo en Pedro de Valdivia con Sucre. La primera experiencia emocionante fue que mi compañero de banco era el hijo de la empleada doméstica de otro compañero del curso. No me impresionó tanto porque yo venía del campo, donde la vida es distinta –afortunadamente-, pero evidentemente era un cambio respecto a lo que había vivido el año anterior.
“También fue una impresión que, a los tres días, jugando fútbol, rompimos un vidrio que estuvo varios años quebrado, porque era un colegio sencillo, modesto, donde la formación, la educación y los valores eran mucho más importantes que los materiales, el piso o el baño. Eso me marcó”.
También fue scout durante muchos años; incluso, aún recuerda su tótem, Leopardo Tenaz; que, por cierto, lo representa de pies a cabeza, porque la tenacidad es, sin duda, una de sus cualidades más marcadas.
Recuerdos de colegio surgen por montones, como haber sido un atleta destacado, haber hecho todas las maldades habidas y por haber, como elegir año tras año presidente de curso al más porro por unanimidad; sin embargo, reconoce haber salido del colegio “sumamente desorientado y a la búsqueda”.
Como su padre era agrónomo, consideró que lo más lógico era entrar a esa carrera, pero al poco tiempo se dio cuenta que no le gustaba para nada. Se fue un tiempo a lavar platos a Estados Unidos y de vuelta postuló a periodismo, pero no quedó, así que se fue a la Universidad Católica de Valparaíso a estudiar Licenciatura en Historia, “junto a 40 amigotes con los que compartía una pensión”. Le fue muy bien el primer año, así es que pidió cambio por dentro y logró inscribirse en periodismo en la UC, en Santiago.
Egresó justo el 11 de septiembre de 1973 –“en medio de una pelotera descomunal”- a buscar su destino, que tenía claro, eran las comunicaciones más que el periodismo en sí.
-¿Por qué esa diferenciación? “Porque el periodismo, en realidad, no era una pasión, sino una manera civilizada de ir madurando más aún. Recuerdo haber visto en el diario un aviso que decía Agencia Informativa Orbe requiere director periodístico, me subí a mi bicicleta negra, me fui al centro de Santiago, esperé 15 horas, venía saliendo de ahí como director José María Navasal, un periodista- periodista. Después de conversar cerca de tres horas con el gerente, me contrató. Yo tenía 23, 24 años, diez kilos menos y diez pelos más y mucho menos energía que hoy”.
-¡Es que no paras!, ni siquiera haces pausas al hablar. “No, no paro, porque si lo hago se me termina la energía; es al revés de lo que la gente piensa”.
Estuvo tres años a cargo de la Orbe, “en una época en que no había noticias, reporteo, política, lo que todo el mundo sabe” y dirigía 25 periodistas que llevaban ejerciendo, algunos, más del doble de la edad que él tenía en ese momento. Según explica, eso le permitió y lo obligó a crecer, porque se saltó 20 años de carrera profesional.
-¿Eso de puro patudo? “Necesitaba comer, estaba casado y, a esas alturas, ya tenía un hijo y medio; entonces, era la necesidad, la energía y la búsqueda… ¡siempre la búsqueda! Y la pasión por ir a la guerra. El gerente, Tomás Pablo, me dijo que yo era un ignorante, pero que le interesaba mi energía, mis ideas y mis ganas”.
Estando ahí, Javier Rojas –que le había hecho clases de cine en periodismo- y que era director del Noticiero Nacional de Chilefilms, murió y lo llamaron para hacerse cargo del puesto. Renunció a Orbe y seis meses después se fue a Chilefilms, donde estuvo otros tres años, en los que recibía cada 15 días la visita del general Pinochet y su mujer para revisar el material que se exhibiría en todos los cines del país.
-¿No te costó trabajar en esa época? “Para ser sincero, todo me ha costado mucho, pero lo he hecho. Hago la metamorfosis de lo que cuesta hacer las cosas muy rápidamente, pero hay que hacerlas. He sido independiente toda mi vida y, por lo tanto, mi trabajo ha sido por las pasiones y por hacer. Así que, ni corto ni perezoso, lo que era un bostezo oficialista de diez minutos, lo convertí en un magazine 30 años atrás”.
-¿Y la censura? “Me pasaron cosas tan divertidas como que el general Pinochet me dijo esa barba no la quiero y yo -que era un pajarito de 26 años y, naturalmente, pasaba por encima mío, jamás me miraba- me di el lujo de incluir un tema de Los Jaivas en un noticiario que tuvo seis minutos de ‘La conquistada’ en vivo y cuatro minutos de noticias oficiales”.
-¿Eso buscabas? “Mi desafío era convertir un noticiero aburrido y obvio, en un magazine apasionante. Estaba en eso, cuando el Diego Portales se compró Chilefilms y en 24 horas estábamos todos en la calle. Entonces, en la vereda de La Capitanía con Manquehue, dije ahora me toca a mí; ahí inventé esta empresa que tiene 30 años de vida y se llama Tomás Cox Producciones Limitadas, que es la empresa de eventos de producciones sociales, comerciales y deportivas más antigua y más moderna, donde el payaso mayor sigo siendo yo, con gente que me acompaña hace 30 años y donde hacemos todo lo que podemos para salir adelante”.
Lleva contadas las noches en que ha producido eventos durante estos 30 años, son 2.600 y Tomás Cox está siempre presente. Llega tres horas antes y se va cuando el lugar queda igual como lo recibió. Produce 60 eventos al año y está en televisión con su programa de entrevistas “Cara a Cara”, 50 noches, en La Red, y mil horas de radio en directo, “El magazine de la radio para los unos y los otros” en la Agricultura, donde lleva seis años y medio.
-¿Cuál es, a tu juicio, el secreto del entrevistador? “Soy un escuchador que pregunta y no un preguntón que escucha. En segundo lugar, no soy juez… de escuchar, de eso se trata. Soy un puente entre el personaje y la casa, nada más”.
-¿Tienes pauta de preguntas? “Jamás he anotado nada, ni sonoprompter, ni huifa, ni aplausos, ni nada… ninguna de esas porquerías. La vida no más; mientras más vivo, mejor pregunto”.