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Una mujer autoexigente, intensa y “flexible”

15 de Septiembre de 2005 | 11:48 |
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Andrea Sanhueza está llena de proyectos a futuros. Separada, con dos hijos adolescentes de 16 y 14 años, está próxima a iniciar un magíster en ciencia política. Con una energía que desborda su bien formado cuerpo de bailarina de ballet, reconoce que ése era uno de sus asuntos pendientes.

El otro era, precisamente, retomar la práctica de una de sus pasiones, la danza en puntillas de madera, cuestión que logró hace muy poco.

La situación se la toma hasta con humor. Durante parte de su niñez y adolescencia, el ballet la acompañó diariamente hasta que encontró que era una lata. Como nunca se consideró “tan buena y era realista”, no pensó en ser profesional. Ahora, a los 44 años, asiste a una academia donde todas sus compañeras tienen en promedio 20 años.

-¿Fue difícil retomarlo?
“Horrible, lejos soy la peor del curso. Como no puedo ir al horario de la gente de mi edad que es a las 12 a.m., voy a la clase de niñas de 16… que es la etapa en que eres flexible, que pones la pata sobre la viga. Yo soy lejos la más tiesa y como sigo viajando, cuando ya estoy dominando la barra, regreso, y la han cambiado.
“La profe dice hagan pareja y nadie me elige” (con modo triste y risueña).

Estudió trabajo social de la Universidad Católica porque tenía clara su vocación de servicio público, pero una vez que se recibió “le cargó” trabajar de asistente y entró en una crisis vocacional. Parte de ella se debió a que se imbuyó en el mundo de los municipios, donde la realidad (pobreza, drogadicción, violencia y otros) era dura y pese a sus esfuerzos, no la podía cambiar. “Fue absolutamente frustrante; además, mira el contexto, plena dictadura”.

Llegó a lo que hace hoy luego de hacer un magíster, también en la UC, sobre asentamientos humanos y medio ambiente. Ahí conoció a Mónica Jiménez, colega de profesión, quien ya estaba al frente de la Corporación Participa y la llamó para que se sumara al proyecto.

“Empecé el año ´91 e hice miles de tareas distintas hasta que en 1997 asumí de subdirectora. Cuando la Mónica decidió partir, el 2001, declaró que esa etapa la tenía cumplida y me propuso como sucesora”, explica.

-¿Fue muy difícil reemplazarla? ¿Sentiste que era un valla muy alta o un peso muy grande?
“Bueno, tenía sus pros y sus contras. Claramente, a la Mónica Jiménez la conocía todo el mundo y a mí no me conocía nadie y así fue. Siempre pensé que me iba a tomar un tiempo, que el equipo de colaboradores, donde Pedro Mújica ha sido muy importante, podía darle un giro a lo que se estábamos haciendo y que en algún momento íbamos a poder cosechar lo que estábamos sembrando.
“Fue divertido, yo llevaba dos años de directora y seguían llamando a la Mónica (dice con una sonrisa). No me ubicaban, a pesar de que trabaje mucho con ella y afuera he estado a cargo de proyectos grandes”.

Entre esas tareas se cuenta el haber encabezado grupos de seguimiento ciudadano de distintas cumbres presidenciales, como la Cumbre de las Américas, las asambleas de la OEA y otros.

-Bueno, habría sido un contrasentido que en Participa no se diera más espacios a otros.
“En eso la Mónica fue muy visionaria, pionera; fue una muy buena decisión la que tomó. Es clásico que en las ONG el director siga hasta los 85 años, se rodee de gente y todos se queden”.

-¿Cómo lo vas a hacer para estudiar ciencia política el 2006?
“Aquí hay un muy buen equipo y la idea es que Pedro asuma algunas tareas. Tengo claro que va a haber un tironeo, pero tendré que viajar menos, cuestión que hago mucho por proyectos regionales ya que la mitad de la pega de Participa está fuera de Chile”.

-¿Y tus hijos?
“En eso cuento con el papá de mis hijos que es un súper padre y siempre lo fue, o sea, si yo tenía que viajar, él no lo hacía. Si lo hago, estoy absolutamente segura que van a funcionar el dentista, las tareas, el apoyo, el cariño, el levántate o las llegadas a las 2 de la mañana aunque me odies”.

-Qué sean adolescentes facilita las cosas.
“Sí, porque aunque necesitan una guía cercana, no necesitan que uno esté todo el día encima, que les corrija las tareas, que juegue con ellos. Todo eso ya lo hice; de partida, comencé a trabajar jornada completa cuando el menor tenía 5 años. Ahora puedo llegar un poco más tarde y tener la cabeza ocupada en otra cosa”.

Andrea tiene una evidente voluntad para enfrentar todo tipo de situaciones, sino no habría asumido desafíos pasados y futuros. Pero esa intensidad ahora la quiere reenfocar para “no estar tan orientada a la tarea”.

-¿Eres muy autoexigente, perfeccionista?
“Muchísimo… súper. Algo típico mío es que cuando hacemos algo y nos va bien, yo doy vuelta la página y pregunto por la tarea que viene, en vez de decir qué rico, celebremos unos minutos”.

-¿Y no te gustaría relajarte un poco o es la estructura en la que funcionas bien?
“Creo que me ha servido mucho en la vida ser perfeccionista, es un rasgo que valoro, porque uno aperra y aguanta.
“Mi meta ahora es poder disfrutar más las cosas que tengo, porque tengo harto: dos hijos, un trabajo entretenido, estoy enamorada, tengo la edad en que uno ya sabe lo que es y lo que no, y ánimo para hacer nuevas cosas”.

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