Leo Caprile nació en Valparaíso, pero al poco tiempo se cambió a Limache, al interior de la Quinta Región, donde vivió hasta los 10 años. Había nacido el 1 de octubre del año 59, en el antiguo hospital Deformes, donde ahora se ubica el Congreso Nacional. "Ahí nacimos los cuatro hermanos Caprile, con la misma doctora, el mismo padre y la misma madre, jajajaja", dice.
Tanto le gustaba Limache, que él y su hermano siguieron viajando durante dos años desde el Puerto, donde residían, hasta su colegio en esa localidad. "Lo curioso era que íbamos de la capital regional a un escuela del interior", cuenta.
Tomaban el tren de las 12 de la mañana y volvían cerca de las 7 de la tarde a Valparaíso. Por supuesto, terminaron agotados y se cambiaron a los "Salesianos". Algunos problemillas de conducta y notas, hicieron que Leo debiera terminar su educación en el Liceo Eduardo de la Barra. Pese a ser un establecimiento reconocido en esa ciudad, él no estaba en los mejores cursos, sino en el de la letra G o J, ya ni se acuerda, cuenta riendo.
-¿Duro el cambio de colegio?
"Fue un cambio drástico en la vida. De repente había compañeros que no llegaban, porque estaban detenidos, otros que participaban en riñas… no sé".
-¿Te tocó un mal curso, porque en general ese liceo es bien heterogéneo?
"Sí, es que salí del Cuarto G y creo que entré en el Segundo J. Allá los buenos cursos eran las primeras letras del abecedario".
Hace un alto para acordarse de profesores y compañeros y se ríe mucho contando anécdotas de ese tiempo.
-¿Pero había una diversidad que era bastante sana?
"Eso se agradece mucho, me abrió el espectro".
-¿Eres de esos porteños orgullosos de serlo?
"Valparaíso es como una ciudad cosmopolita, donde las clases sociales se entremezclan; o sea, puede haber una casa muy acomodada en la Avenida Alemania, al lado de una choza. Se convive y se tolera de una manera distinta al resto del país: con un sentimiento de apertura a lo que viene. Tiene una disposición muy generosa a aceptar a los demás.
"Entonces, el liceo, la ciudad, la topografía, el mar, el paisaje, la originalidad, a mí me agarraron y me hicieron porteño de tomo y lomo".
Se alarga con sus recuerdos: "Valparaíso es el drama de Chile en sí mismo. Un equipo penca –tengo una pintita verde (Wanderers) con mucho cariño- que representa lo que es el país; encachado, coloriento, pero no somos nada, no pasa mucho; gana tres partidos seguidos y el estadio se llena. Hay chaqueteo, somos elitistas; hay un sentido del humor muy cercano a la tragedia. En el verano se te queman los bosques, hay peligro de terremoto, de maremoto, los peligros de las empinadas bajadas del cerro. Siempre Valparaíso tiene como un escudo protector contra toda esta tragedia, que es el humor".
-Hablas con mucha pasión.
"Es que me transmitió todo eso y lo hizo muy mío. De hecho soy 'Embajador de Valparaíso', donde voy tengo que hablar de mi ciudad y eso me da mucho orgullo. Yo que era un mocoso que nadie pescaba, ahora soy embajador de mi ciudad. Me ha categorizado a porteño fanático".
-Tu padre también era muy conocido en la zona.
"Muyyy, él hizo un periplo por varias radios de la zona, pero más que nada se le recuerda por la Radio Festival. También fue pionero en UCV televisión".
-Dijiste que eran cuatro hermanos ¿algún otro siguió el camino del papá?
"Eduardo, yo, Ernesto y una mujer, Gloria, la menor. Ernesto tiene una relación con la Universidad de Aconcagua y está muy metido en el canal de cable, lo hace re bien, creo que, de más, podría estar instalado en un canal grande".
-O sea, esto de las comunicaciones…
"Es una cosa que la llevamos dentro. Y, aunque mi hermano mayor me mate, él tiene el relato deportivo metido en su ADN; es marino ya retirado, pero si uno no vio un partido, él hace un resumen como que estuviéramos escuchando la radio. No, ¡es increíble!"
No recuerda momentos de la vida de su familia en que la radio haya estado apagada. Insiste en que su papá sigue activo y que las comunicaciones tienen una raíz muy profunda en su familia.
Leo Caprile es diseñador gráfico y a eso se dedicaba, pero un amigo lo convenció de empezar a grabar mensajes publicitarios. Leo manejaba las máquinas y el amigo era el locutor. Un día, el locutor estaba disfónico y a Caprile no le quedó más que reemplazarlo. “Ganábamos plata con ese cuento. Cuando grabé yo, empezaron a comprarme más a mí que a él… y ahí descubrí que tenía el bichito de la radio”.
El amigo, que era muy insistente, lo metió en un proyecto radial; lo presentaron un lunes y el domingo partieron. Era la radio Agricultura. A los dos meses contrataron a Caprile leyendo el “Telenoticias”. “Era el central, una responsabilidad mayor. Me di cuenta que sabía todo lo de la radio. Me pasó exactamente lo mismo con la televisión”, explica.
No hay vanidad en sus palabras, sino un profundo convencimiento de que el tema de las comunicaciones nació en él muy niño, gracias a las experiencias vividas junto a su padre. “Nunca me propuse esto, yo quería haber sido arquitecto, agrónomo, de repente músico; pero esto no estaba en mis planes”, asegura.
-¿Por qué, entonces?
“Primero, estaban las condiciones y, después, claro, el talento se va desarrollando cuando tú le das la pista. Ahí van apareciendo las diferencias específicas de uno con otro y yo me perfilé bien por un lado. Es difícil mantenerse bien, vigente, en la radio y en la tele por 25 años. Encuentro que es toda una proeza”.
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