A pesar de que la decisión de Andrea Fernández (30) se ha venido cocinando hace tiempo, se convirtió en una olla a presión a punto de explotar. "¡Pero llegó la hora de destaparla!", dice antes de empezar la entrevista.
Así da su consentimiento para ponerle nombre a sus palabras, las que de paso le servirán a su familia para enterarse de que su opción de dedicarse "a las cosas de Dios" no tiene vuelta atrás.
Ni las peleas con su mamá, ni las indirectas de sus tíos, ni tampoco las miles de metas que le pusieron antes de tomar un camino definitivo la alejaron de su vocación: ser laica consagrada. "No sé si más tarde me pondré los hábitos. Pero está claro que el matrimonio no es mi camino", declara convencida.
Algo que no estaba tan claro para los demás: Andrea pololeó varias veces y siempre quiso tener una familia. Hasta que sintió "el llamado" y desde entonces su familia sólo intuye que "algo raro" hay entre los retiros y las clases de religión que copan su tiempo. Actividades que sólo comenzó a hacer cuando dejó su casa paterna para irse a otra ciudad. "Eso me da la libertad de entregarme a Él por entero", agrega.
"Traté mil veces de contarle a mi mamá, pero era imposible. La invitaba a tomarse un café y apenas tocaba el tema se cerraba, terminábamos peleando a grito pelado", dice. "Me decía: '¡Cómo vas a ser monja si tienes tantos defectos!' Claro, ella trataba de convencerme de que yo no servía y la entiendo, porque lo único que quería era que no tomara la decisión equivocada".
Al final, el silencio se convirtió en la única solución para dar rienda suelta a sus inclinaciones divinas. "Ellos se realizaron en el matrimonio y por eso les cuesta creer que uno se sienta pleno de otra forma", opina Andrea. "Da lata, porque lo que más quieres es el apoyo de tu familia. Pero si no puede ser así, mala suerte".
Situaciones como ésta son la principal dificultad que deben enfrentar los jóvenes antes de tomar el camino religioso. Así lo asegura el director de la Comisión Nacional de Pastoral Vocacional, padre Lionel de Ferrari, quien agrega que "muchos padres piensan que van a perder a sus hijos y no es así". Y agrega que al contrario, "lo más recomendable es involucrar a la familia en el proceso, ya que si bien siempre se muestran reticentes al comienzo, terminan aceptándolo cuando ven a sus hijos felices".
Pero no sólo la oposición de los padres representa un problema: "Muchas veces es la falta de compromiso de los propios jóvenes lo que les impide arriesgarse y tomar la decisión", dice el sacerdote. Esto, junto a la idea generalizada de que "éxito" equivale a poder económico son, a su juicio, los "culpables" de la baja en las vocaciones católicas: en Chile los seminaristas se han reducido a la mitad en los últimos diez años.
Algo parecido a los padres de Andrea sintieron Pilar Mora y Sebastián Ducci cuando su hijo les comunicó que ingresaría al seminario. "Me dio una mezcla de rabia e impotencia, porque sentía que lo iba a perder", dice ella. "Es puro egoísmo", agrega su marido Sebastián Ducci. "Es que yo quería que se casara, que tuviera una profesión. Pero después me di cuenta de que eran mis sueños, no los de él", reflexiona.
Si bien parece rápido, el proceso de aceptación no fue inmediato. Incluso, le pidieron a su hijo Hernán que estudiara algo: él eligió sicología. "Yo notaba que no estaba feliz, que no lo llenaba", cuenta Pilar. Finalmente, ingresó al seminario y sus padres, lejos de oponerse, se involucraron en la nueva etapa de su hijo. "Conocer de qué se trataba este cuento fue clave para entenderlo", acota Sebastián. "Lo bueno es que el instituto religioso al que ingresó (Verbo Encarnado) nos permite mantener mucho contacto con él. Eso nos hizo sentir que no lo habíamos perdido ni mucho menos", afirma Pilar.
Adiós al prospecto
Carlos Hamel (19) es un joven como cualquier otro. Nunca fue de misa dominical, no asistió a un colegio católico ni proviene de una familia observante o con antecedentes religiosos. Por lo mismo, su decisión de ser sacerdote caló hondo en su entorno, especialmente en su papá. "Es que él es un hombre de negocios, que está acostumbrado a manejarse en ese mundo, así que le costó mucho entender que yo me saliera de ese molde", dice Carlos.
Como él mismo cuenta, su papá "se anduvo alterando un poco" cuando supo de las intenciones de su hijo menor. Recurrió a la misma táctica de los padres de Andrea y le puso como meta que entrara a estudiar una carrera y que lo pensara: su decisión fue Filosofía en la Católica y ya estaba bastante seguro de que sólo sería un año. "Fue para suavizarle un poco el golpe que le significó", agrega Carlos.
Desde eso ha pasado más de un año, durante el cual el padre de Carlos ha ido aceptando los hechos. "Es que como me ve tranquilo y feliz, no le quedó más que asumirlo. Incluso he tratado de convencerlo de que vaya a misa, pero no me hace mucho caso", dice riendo. "Cristo te dice que es difícil, así que uno sabe a lo que va. Sabes que no sólo vas a enfrentar los prejuicios de tu familia, sino los de toda la sociedad".