Mientras vivía en Alemania se casó y tuvo a sus dos hijos mayores: Osvaldo Salvador, vive en Viena y estudia ‘japonología’ (ciencias del Japón) y quiere especializarse en literatura nipona del siglo XVII. El segundo, Manuel, está terminando derecho en la Diego Portales. De vuelta en Chile, tuvieron a la menor, de 17, que está por entrar a la universidad a estudiar sociología. "La salvé del periodismo", dice.
Después de 25 años de matrimonio, se separó y, desde que fue embajador en Brasil, vive con su actual pareja; hoy en un pequeño departamento del condominio Imago Mundi, que le hace recordar sus tiempos en Berlín.
Durante su estada en Brasil, tuvo un infarto, "pero fue un infarto digno. Me dio bailando rock and roll, mientras celebrábamos el 18". Le pusieron un “by pass” y se recuperó bien, pero debe medirse con la comida, una de sus principales aficiones. No sólo le gusta disfrutar de ella, sino, además, prepararla; reconoce que es feliz en la cocina y que hace de todo, desde crear a comprar.
El deporte, por supuesto, no es uno de sus fuertes: "antes del infarto, mi chiste estándar era que yo, para los ejercicios físicos, sólo los reproductivos" y estalla en otra de sus carcajadas.
Después, ha tratado de hacer ejercicio con alguna regularidad, pero en sus actuales funciones no ha logrado la rigurosidad que llegó a tener en Brasil, donde alcanzó a trotar 40 minutos diarios. "Aquí no, hace algunos días empecé con bicicleta estática todas las mañanas. Nada de deporte… el fútbol, que lo veo sentado cómodamente para los mundiales".
-Preferencias musicales.
"De música creo saber un poco, de música docta, como dicen los siúticos. Me gusta mucho el Barroco… Bach, Haendel; los barrocos italianos; me encanta la ópera francesa barroca. También los clásicos… el segundo movimiento de la Séptima de Beethoven y también la más moderna, Strindberg.
"En Chile, hay un movimiento interesante de música experimental moderna que tiene, como todas las cosas, poca difusión.
"Lo otro que tengo mucho, es música renacentista".
-¿Algo que no le guste para nada?
"El jazz tiene una particularidad rara en mí, es de las pocas cosas que me irrita, me voy poniendo progresivamente de mal genio".
-¿Popular, nada?
"No, no, tengo harto tango, bolero –me gustan mucho y los recito, porque no los canto- y Edith Piaf, Serrat. El folklore, poco; es un pecado, no debería decirlo. Dicen que Pío Baroja antes de morir dijo me carga el Quijote, porque era una barbaridad que no podís decir en vida; yo, antes de morir, voy a decir me carga el folklore".
-¿Qué está leyendo?
"Me acabo de comprar un libro -no lo he leído-, que está muy de moda, de Sándor Márai, 'Memorias de un burgués'. Y acabo de terminar el libro nuevo de Javier Cercas".
-¿Novela o historia?
"Novela, pero mucho más historia. No es muy bonito decirlo, pero yo mantengo en el baño una biblioteca, con revistero y librero".
-¿Vicio privado?
"Acostarme a ver tele con una batería de quesos y jamones picados".
-¿Ha bajado muchos kilos después del infarto?, porque con todo lo que le gusta la comida…
"No, ahora estoy muy gordo. (Se mira y repite) Estoy muy gordo".
-A usted le hicieron un simulacro de fusilamiento… ¿se sintió más cerca de la muerte ahí o cuando sufrió el infarto?
"En el simulacro, sin duda alguna. El infarto fue una cosa rara… fue una comprobación empírica de mi descreimiento, porque no me acordé de ningún santo en ese momento, en ningún instante de la crisis".
-¿De qué se acordó?
"Fue una cosa extraña, porque no tuve la sensación, raramente, de que me iba a morir. No tuve una angustia de muerte, entonces, más bien, tenía la sensación de que…fue distinto, porque yo me acuerdo que cuando el gallo dio la orden de disparar (se refiere al simulacro), mi pensamiento fue mi pobre mamá cuando le cuenten que me mataron… ¡Edipo total, el hueón! (se ríe). En el infarto no, es raro, tuve una sensación más bien de alivio, de que me había pasado una cosa que yo estaba cierto que me tenía que pasar, porque me estaba trabajando el infarto con una dedicación digna de mejor causa".
-¿?
"Mucha comida, cero ejercicio, mucho estrés. Los tres años antes de irme a Brasil fueron años muy pesados, porque estaba dedicado a pitutiar; hacía asesorías, viajaba mucho, llegaba, estaba separándome, estaba muy metido en el Partido Socialista… yo diría que eran puros malos ratos".