Náuseas, vómitos y temblores. Tendido en la calle, una de sus amigas lo acompaña. Las otras corrieron a buscar un taxi o alguien que las pueda sacar de la calle. Él, por sí solo, no será capaz de retomar el paso y la Alameda es peligrosa a esa hora. Juan José terminó minutos después de las tres de la madrugada el recorrido que comenzó cerca de las once de la noche.
En un poco más de cuatro horas "se le apagó la tele", cuenta Marcia, su acompañante. Un par de cervezas, dos cajas de vino y dos "promos" (una botella de pisco más una de bebida) fue la combinación que lo dejó en "estado de bulto", "wasted" (perdido) o "como zapato". Entre los jóvenes, distintas maneras de ilustrar un mismo hecho:
la embriaguez juvenil.
Un fenómeno que, de acuerdo al Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes (Conace),
comienza a afectar a los jóvenes chilenos alrededor de los 14 años, edad promedio de inicio en el alcohol, y que no respeta grupos sociales ni sexo.
¡A morir! |
Muestra de esto, "El Mercurio" constató la presencia de jóvenes en evidente estado de ebriedad en Barrio Brasil, Bellavista, Suecia o Plaza San Enrique, antes de la medianoche.
Con un hablar dificultoso, los ojos perdidos y envuelto en una colérica actitud, uno de los jóvenes accedió a conversar con este diario. Su nombre es Víctor, tiene 17 años, cursará tercero medio este año y salió a celebrar por el fin de las vacaciones.
-¡Hoy hay que morir! -propone risueño.
-¿Morir?
-O sea, se acaban las vacaciones y hay que destrozarse tomando. Con copete despediremos el verano.
-¿Qué has tomado?
-Harta cerveza y varias piscolas.
-¿Qué más piensas tomar?
-Lo que venga. Nos quedan tres piscos y plata.
-¿En tu casa qué te dicen?
-Hoy día no pienso llegar, me quedaré en la casa de un amigo.
-¿Por qué no llegarás?
-¡Porque hay que morir! Y si llego curado, seguro, me pegan.
Y si la entrada es preocupante, la salida es alarmante. Si entran aturdidos, salen perturbados.
A tal punto que muchos de los jóvenes aseguran no recordar por la mañana lo que vivieron la noche anterior.
"Ojalá que mañana éste se acuerde de lo que le pasó", dice Marcia mientras le saca el pelo de la cara a Juan José.
"Me duele todo, nunca más tomo", murmura él desde el pavimento. Ella lo mira procupada. Su amigo no ha logrado volver. Vomita. Escupe. Pide perdón. Marcia sólo lo mira. No le cree: "Ésta ya es la tercera vez que le pasa". |
Si se considera el nivel socioeconómico -alto, medio y bajo-, consumen de forma similar en cuanto a cantidad y tipo de licor. Y si se piensa que la mujer bebe menos que el hombre, en los últimos años, éstas han ido equilibrando el nivel de consumo entre géneros.
"En la noche es común ver a parejas de pololos curados. Los dos, no sólo el varón. Y no gente pobre, se nota que estudian o son de un nivel acomodado", comenta uno de los guardias de las casetas municipales.
De hecho, a medio vestir, con los pantalones a la altura de los tobillos y sus manos cubriéndose el rostro estaba Francisco, un hijo de profesor y matrona, que, tirado en Catedral con Maturana, a metros de Plaza Brasil, rogaba por que alguien lo ayudase.
Cabeza en la cuneta. Manos en la cara. De vistoso reloj y zapatillas caras. Todo salpicado en vómito. Un fuerte hálito alcohólico y una voz angustiosa. "Ayúdeme, por favor, me quiero volver a mi casa", pedía Francisco a las tres y media de la madrugada.
Así, la noche santiaguina somete a un sinnúmero de adolescentes que como Juan José y Francisco,
tras unas horas de fiesta, se encuentran devastados por culpa del exceso de alcohol.
Botillerías amigas
Si bien se sabe que los jóvenes arriban a los distintos locales cerca de la medianoche, éstos comienzan el "carrete" unas horas antes, en lo que denominan como "la previa".
"Nosotros nos juntamos antes en la casa de algún amigo para conversar y tomarnos algo", explica María José (16), quien suele prestar su domicilio en Las Condes para este tipo de "eventos".
De ahí, ella y sus amigos suelen frecuentar "El Playa", "Sala Murano" o "Static", en el sector de Plaza San Enrique en la comuna de Lo Barnechea.
No obstante,
"la previa" no sólo ocurre en casas del sector alto, porque según Camilo (15), de Estación Central, también puede ser en alguna plaza. Para él, "la cuestión es envalentonarse un poco, empezar a relajarse con algún copete".
Un vecino del sector de Barrio Brasil relata que "los adolescentes aparecen a eso de las diez, cada uno con una botella en la mano. Se hacen de algún banco de la plaza o en los juegos de los niños y comienzan a tomar".
Entonces, lo que cuenta es sumar un grupo amigos, "pero lo importante es tener monedas para comprar chelas, pisco, ron o lo que se quiera tomar", manifiesta María José.
Pese a que es una grave infracción a la Ley de Alcoholes, que prohíbe la venta a menores de 18 años, los distintos adolescentes con los que conversamos señalaron tener "botillerías amigas". En éstas, por tres mil pesos, los jóvenes consiguen cualquier clase de alcohol.
"Sale caro comprar 'copete'. Si no te consigues un adulto, tienes que pagar un poco extra (mil pesos) para que no te moleste el dueño de la botillería", dijo Camilo.
Debido a "la previa", ellos dicen que "a la fiesta se llega arriba de la pelota". Es decir, los jóvenes que se dirigen camino de algún local nocturno, ya transitan ebrios por las calles.