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“Pienso que los escarabajos se comunican entre ellos telepáticamente”

25 de Abril de 2006 | 09:39 |
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El público observa expectante. Nicolini le arroja su aliento a la hembra que tiene ante sus ojos, y espera. Está seguro que ella irá rendida a su boca, enceguecida por el deseo de devorar el trocito de zanahoria que él esconde entre sus labios. Un acto espectacular en el circo Rolex, donde la camella besará a Nicolini. Pero algo falla. “Yo tenía el pelo largo y usaba un shampoo de manzanilla alemán con mucha fragancia, y la camella en vez de venir a la boca, me arrancó el pelo. Fue tan salvaje el dolor que me anestesió. Fue la única vez que fui portada en el La Cuarta”.

Nicolini algo tiene de caníbal, porque a pesar de su (extraña) condición de alimento, consume sin culpas a sus colegas nutritivos. Su afición por la comida comenzó cuando era pequeño; según él no sólo por placer, todo era una estrategia. “Cuando eres el sexto de siete hermanos, eres hijo de la obligación, no del amor; eres sobreviviente, tienes que agarrar postre. De chico me inventé la obesidad para tener a mis papás pendientes de mí. Seguramente computé que si subía de peso mi mamá iba a tener más tiempo para mí y me iba a dar una dieta especial, la lechuga era mía ¡sólo mía! De puro egoísta que uno es cuando chico”.

-¿Cómo es tu relación con la comida?
“Íntima, íntima, íntima. Placentera, yo disfruto tanto comiendo un hot dog en una bomba de bencina, como comiendo langosta en el Sheraton”.

-¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
“Leer todo, papel impreso. Construir, jardinear, coleccionar puertas, ventanas y cosas de demolición”.

De hecho, la sala Merced 391 es un puzzle armado con las piezas desechadas de viejas construcciones. Nicolini recolectó, soñó y armó su lugar en el centro de Santiago. Además de teatro, es cafetería y cine.

-¿El cine te gusta?
“Muchísimo, me gusta todo. Sabes lo que pasa, es que soy naturalmente buen espectador, no voy con espíritu crítico. Voy sin expectativas, a lo que me quieran dar. No miro en menos nada”.

-¿Cuál es el espectador ideal?
“El que disfruta”.

-¿En la música también eres el auditor soñado?
“Igual”.

-¿Para comprar tampoco miras en menos nada?
“No, no para comprar tengo mis gustos. Los discos raros, gente rara me gusta”.

-¿Por qué la fascinación con lo raro?
“Porque las particularidades son más interesantes que las vulgaridades”.

Aunque Nicolini es capaz de diferenciar lo extraño de lo común, no hace lo mismo entre el teatro comercial y el que no lo es. “No logro entender esa discriminación que hacen entre el teatro de entretención y el intelectual. Creo que un teatro intelectual mal hecho es sencillamente nefasto, va a hacer que la gente no vaya nunca más”.

-¿A qué le tienes miedo?
“Miedo no, respeto sí. Respeto al fracaso, a no entenderlo como algo transitorio”.

-¿Vicio privado?
“Los escarabajos. Soy escarabajero por antonomasia. Siempre ando regaloneándome el escarabajo. Lo encuentro el auto perfecto, aperrado, como que me conversa. De hecho, si tu ves el mío, cuando lo abollo no lo reparo, le pongo parche curita. Será que siempre tuve. Pero nada se compara con su sonido, ese tacatacataca es música. Hay un enamoramiento que es muy difícil de explicar. Además que es tan democrático, lo tiene cualquiera. Siempre estoy leyendo información respecto a los escarabajos. He tenido el alemán, el norteamericano, la versión que se hizo para Estados Unidos, el brasilero, el mexicano y todos el descueve, cachai”.

- ¿Le has puesto el gorro a los escarabajos con otros autos?
“Siempre, siempre tengo otro. Pero sabes, en realidad nada se compara al andar de un escarabajo. He tenido las 4x4, todo lo que el roto power te aconseja tener, los he dejado y no los echo de menos. Pero si en la casa falta un escarabajo, uno se siente como que le falta la lavadora. Además que los escarabajos me buscan, me dicen cómprame, es un código. Pienso que los escarabajos se comunican entre ellos telepáticamente. Aparte, nunca he visto una mala persona conduciendo uno”.





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