El ejercicio físico no está más reservado para los atletas. Su práctica regular es parte integral de la búsqueda y obtención de un estado saludable. Y paradójicamente es más beneficiosa para aquellos que la desarrollan metódicamente, y dentro de un rango moderado de intensidad, es decir, para los no atletas, dado que estos últimos amenazan su integridad física por sobrecarga, con cargas de ejercicio en el rango máximo de su capacidad.
¡Un estilo de vida sedentario tiene el mismo impacto en el riesgo de enfermedad cardíaca que fumarse una cajetilla de cigarrillos al día! Está comprobado, además, que la actividad física regular incide en la mantención del peso corporal en individuos sin sobrepeso, y que ayuda a la pérdida de peso en aquellos con sobrepeso. También incide en la recuperación de la eficiencia cardiovascular, a bajar la presión sanguínea en sujetos hipertensos, y a controlar la diabetes mellitus tipo II, por ejemplo, y más en la esfera mental, a mejorar la calidad del sueño, el estado de alerta, el ánimo, la concentración, la capacidad sexual, y la reacción de estrés.
Esto sin contar el fortalecimiento del cuerpo entero, incluyendo no sólo el aparato locomotor, con sus músculos, tendones, ligamentos y huesos, sino también el corazón, los pulmones, los vasos sanguíneos, la sangre, el sistema nervioso, las glándulas y el sistema nervioso.
"Encendidos" por el ejercicio
El ejercicio físico regular aumenta el metabolismo, es decir, nuestras reacciones químicas internas que manejan la energía corporal; así, mejora la capacidad de nuestro sistema inmunológico, y la eficiencia del proceso para transformar energía química en movimiento, y dándonos una sensación de estar "encendidos". Así aumenta, entre otras, la captación de oxígeno en los tejidos, el vigor cardiorrespiratorio, y las enzimas (proteínas) que convierten grasa en energía.
Así, un buen metabolismo es optimizado por el ejercicio. Un rasgo interesante en el metabolismo es la actividad de la grasa parda. La grasa parda es metabólicamente muy activa, y es diferente a la grasa amarilla, aquella que se nos deposita en los contornos de nuestro cuerpo debajo de la piel. La grasa parda está unida al esqueleto, y sus células adiposas están llenas de pequeñas y bronceadas mitocondrias y citocromos, reactores químicos que liberan energía. La grasa parda tiene una respuesta termogénica, es decir, que cuando consumimos calorías en exceso a nuestras necesidades, nuestro cuerpo compensa en parte este desbalance, produciendo más calor corporal para quemarlas, en vez de almacenarlas como grasa amarilla. La diversa actividad de grasa parda en distintos sujetos explica en parte por qué ciertos individuos pueden comer en exceso y no engordar y otros que lo hacen fácilmente.
Para la mayor parte de nosotros, la grasa parda se hace menos activa y menos reactiva termogénicamente a medida que envejecemos. En vez de quemar el exceso de calorías, éstas tienden a acumularse más en la forma de grasa amarilla.
Mantener la grasa parda activa y termogénicamente reactiva es una de las claves para controlar el peso con la edad, sobre todo en la edad madura y post madura. Dos importantes factores inciden en una baja actividad de la grasa parda: la falta de ejercicio aeróbico y una mala dieta. El sobrepeso y el sedentarismo hacen que el tejido muscular se atrofie, con signos de flacidez, menos tono muscular, y menos capacidad para mover energía, un círculo vicioso donde tenemos menos actividad de grasa parda, y la capacidad de quemar calorías.
Un asunto de dieta
Una caminata aeróbica de 30 minutos diarios, respirando profundamente, hace una gran diferencia, incidiendo en nuestro metabolismo, "encendiéndonos", incluida nuestra grasa parda. Las inhalaciones profundas nos oxigenan, y las exhalaciones nos liberan de CO2. El sistema circulatorio se activa, ayudando a la depuración corporal a través de la piel y de los riñones más irrigados. La luz de sol que recibimos en los ejercicios al aire libre como "helioterapia" añade vitamina D, fundamental para el metabolismo de nuestros huesos.
Una dieta baja en grasas, en base a granos completos, frutas y verduras frescas, y proteína moderada, aumenta la actividad de grasa parda. Una dieta rica en grasas y proteínas concentra nuestra energía corporal en la digestión, y por ende resta energía para el ejercicio, restando además actividad termogénica a la grasa parda.
Incluso si uno no baja la ingesta calórica, pero añadimos a nuestra vida una base de ejercicio aeróbico, sin duda controlaremos mejor nuestro peso corporal y nuestro tono físico, además de evitar la pérdida de masa muscular, y prevenir la pérdida de masa ósea, que en los sedentarios es de un 1% al año tan temprano como desde los 35 años.