Muriel reconoce que Atika carga con el “estigma” de ser una empresa dedicada a los artefactos de baños y cocinas y por eso, han dado una “lucha endémica” destinada a cambiar esa imagen en la mente del consumidor.
Con los años han ampliado tanto la oferta de revestimientos de todo tipo –cerámicas, piedra, mármol, pavimento, madera- que hoy, el fuerte es ése, el alajamiento de fachadas, hall, terrazas y todo tipo de muros y pisos interiores y exteriores.
Su trabajo en Atika, firma con 28 años de existencia, la obliga a estar en estrecho contacto con los clientes de la empresa, arquitectos, constructores, inmobiliarias y el ciudadano común y corriente que a veces sólo quiere cambiar la cerámica de su baño. “Yo me enamoro de las cosas y lo transmito con pasión”, dice.
Aunque estudió traducción inglés-alemán, siempre tuvo claro que ésa no era una profesión que fuera a ejercer, entre otros, por lo mal remunerada. Después de un viaje largo, su padre, en 1993, le sugirió ingresar a la firma o estudiar nuevamente.
Ella tomó la oportunidad. “Entré a Atika literalmente sirviendo los cafés al gerente general”.
-¿Por qué estudiar traducción si no lo ibas a ejercer?
“Es que soy una periodista frustrada. Me faltaron 40 centesímas para entrar a periodismo en la Católica en una época en que esa era la única alternativa porque la Chile tiraba las mesas incendiadas por la ventana. Como me gustaban los idiomas y mi madre insistía en que eran una herramienta, opté por traducción y entré becada porque tenía un puntaje exagerado para la carrera”.
-¿Cómo fue el ingreso a la empresa?
“Me considero una persona bastante humilde y no tengo, necesariamente, puesta mi autoestima en lo profesional. Yo creo que por eso lo hice sin mayores atados; otra persona, más vanidosa, habría dicho yo no le sirvo el café a nadie”.
Partió de asistente en el área de comercio exterior, donde “era un medio pollo, pero matea” y hoy es la encargada de hacer toda la selección y compra de productos que la firma ofrece, cuestión que la obliga a viajar constantemente a ferias extranjeras.
En 1998, debido a la crisis asiática, el mercado de la construcción se deprimió y Atika empezó a vivir malos momentos. A eso se sumó la traumática división societaria de la empresa que concluyó con los dos hermanos fundadores enfrentados y con uno migrando a formar una empresa en la competencia.
Muriel estaba embarazada de su segundo hijo y aunque había logrado hacerse un horario de media jornada, debió asumir nuevas responsabilidades y cambiar su esquema. “Me salió el tiro por la culata, la división fue bastante dolorosa, con un quiebre familiar y tuve que asumir una empresa que estaba medio a morir saltando, teniendo el 15% de los conocimientos que tengo ahora”, cuenta.
-¿Cómo lo viviste?
“Fue una etapa que recuerdo como si fuera la guerra. Créeme que no tenía las hormonas acompañándome en la cabeza porque estaban en mi guata de 7 meses, me faltaba la energía, pero había que aperrar porque había no sólo un compromiso muy grande con mi viejo, de ayudarlo a sacar esto adelante, sino que también de orgullo herido, de que no me la van a ganar”.
-¿Qué aprendiste?
“No tuve ni pre ni post natal, tuve mi guagua un lunes y trabajé hasta el viernes anterior, no me desconecté ni siquiera en la clínica y volví la semana siguiente. Fue una época de mucho crecimiento personal y profesional que me ayudó a sacar cuero de chancho. Me tocó dar batallas campales y después cerraba la puerta y me ponía a llorar, yo daba la cara, estaba en el día a día”.
-¿Descubriste capacidades que no reconocías en ti?
“Absolutamente. Me di cuenta que el aperramiento no es algo que se estudia y que tener entereza y psicología para saber tratar a la gente que estaba en shock se encuentra. Pasar una crisis, que es muy desgastadora, te permite aflorar lo mejor de ti, te pone a prueba porque no tenía y sigo sin tenerlo, un título que me avalara. Finalmente, en ese minuto se trató de si tenía o no pasta”.
-¿Ser hija del dueño facilita o dificulta las cosas?
“Creo que lo facilita en el sentido de que hay un respeto implícito, pero que uno también se tiene que ganar. No hay nada peor que ser considerado un parásito, hijo del dueño.
“Te lo facilita porque nadie te puede echar o tratar mal, pero a la vez, te pone la vara muy alta porque debes dar el ejemplo, ser el más aguerrido. El único respeto que vale no se da por tener un cargo, sino que lo avala tu trabajo y creo que ése me lo gané”.