Se reconoce matea y asegura que quizás, ésa no es la parte más entretenida de su vida.
Jacqueline Weinstein ha desarrollado gran parte de su carrera en el aparato estatal. Ingeniera comercial, con un magíster en Economía de la Universidad de Chile sobre gestión de organizaciones y políticas públicas, su vida profesional está vinculada a su filiación política.
A poco de egresar de la universidad se unió a la CORFO de la Unidad Popular y luego, cuando salió al exilio, en México, ingresó a un programa estatal azteca. A su regreso, se reinsertó en la administración chilena con el advenimiento de la Concertación.
“Mi vocación de servicio público tiene básicamente que ver con el hecho de haber estudiado en la Universidad de Chile en los sesenta, ella formaba para el servicio público”, explica, a la vez que recuerda que cuando estudió el sistema era gratuito.
Reconoce que nunca sintió inclinación por ser ejecutivo o administrador de empresas y debido a que sus profesores trabajaban en la CORFO, el paso natural fue insertarse en el ministerio de Economía, primero, y en dicha corporación, después. Ya en México, a fines de los setenta, se desempeñó en la Secretaría de Patrimonio y Fomento Industrial.
-¿Qué pasó a tu regreso a Chile?
“Siempre fui matea y tuve vínculos especiales con algunos profesores; uno de ellos, amigo de toda la vida, llegó a mi casa y me ofreció incorporarme a una ONG que dirigía, el PET, Programa de Economía del Trabajo”.
-¿Estuviste ahí hasta el ´90?
“Sí, ahí me integré al equipo que creó la Agencia de Cooperación Internacional, AGCI, bajo el alero de Mideplan. En ese momento se vio que era importante generar una institucionalidad para canalizar toda la ayuda internacional que venía una vez recuperada la democracia”.
En 1994, cuando la actual directora del área sociocultural de la Presidencia, Adriana del Piano (a quien conoció en el exilio) asumió como ministra de Bienes Nacionales en el gobierno de Frei, se fue a trabajar a esa repartición como directora de Planificación. Más tarde, en 1997, asumió como asesora de la Dirección Económica, Direcom; luego, directora de la AGCI y después, subdirectora de ProChile.
-Fuiste quien subrogó ProChile cuando Gabriela Ruitort debió dejar el cargo en medio de la polémica por su título profesional.
“Fue una etapa bien difícil, fue una situación muy injusta, ella fue una gran directora. Estuve unos meses como directora suplente hasta que el 2004 asumí como subsecretaria de Bienes Nacionales.
“He hecho mi carrera en el servicio público y es maravilloso tener estas oportunidades”.
-¿Qué explicación das para tu multifuncionalidad, por decirlo de alguna forma?
“Yo también me lo he preguntado. El otro día sacaba la cuenta, desde que salí de la universidad he estado, en promedio, en 10 lugares distintos, por lo menos. Y a veces, en más de un lugar a la vez. Son poco más de 30 años de vida laboral así que he estado, en promedio, no más de tres años en un trabajo”.
-¿Y eso qué lo explica? ¿Falta de arraigo o pasión por lo nuevo?
(Se ríe) “Te juro por Dios, no sé. Se me dio así, te juro que no fue intencional, ahora sí, yo necesito para trabajar una cierta cuota de adrenalina, una cierta cuota de estrés”.
-¿El salir al exilio te liberó?
“Creo que sí, me hizo no apegarme a algunas cosas, me hizo más favorable al cambio, que he tenido muchos en mi vida. No le tengo miedo al cambio, pero es bien agotador también”.
-¿Venirte al MIM ha sido lo más radical? Sale del ámbito en el que te has desempeñado.
“Sí, bueno de hecho, esto es una fundación privada y me rijo por el Código Civil, aquí no hay estatuto administrativo y yo no soy funcionaria pública.
“Estoy contenta, este proyecto, el MIM, es maravilloso”.
-¿Te ha ayudado a sorprenderte?
“Absolutamente. Trabajo en las oficinas que están a 100 metros del museo y trato de ir lo más seguido posible. La clave del negocio está allá”.