Un estudio internacional sobre parejas que llevaban más de 25 años de feliz unión, reveló varias cosas. Entre ellas, que el 80% de estos hombres y mujeres decían que sus propios padres tenían o habían tenido una muy buena relación.
"Se encontró una gran asociación entre satisfacción en el matrimonio y haber tenido una niñez feliz, con padres bien avenidos", apunta el siquiatra Arturo Roizblatt, quien como investigador y docente del Departamento de Psiquiatría Oriente de la Facultad de Medicina de la U. de Chile, lideró la parte chilena del estudio.
Cómo formamos pareja, cómo resolvemos nuestros conflictos matrimoniales y cómo nos relacionamos en ese plano va a influir en lo que ocurra con nuestros hijos en ese aspecto, en el futuro. Pero también en el presente, en su desarrollo personal y emocional.
Cecilia G., madre de Felipe (5 años), lo comprobó de un modo doloroso. "Nos llamaron del colegio porque el niño estaba muy agresivo, y en la casa también, era violento y desobediente. Era un verdadero 'niño-problema', así que lo llevamos al sicólogo". Después de varias sesiones, el profesional les dijo que había un problema en su relación de pareja, que afectaba su desempeño como padres. "Nos dijo que nuestros conflictos llenaban de angustia a Felipe, y que, por eso, él reaccionaba en forma agresiva. Y nos recomendó una terapia de pareja".
Violencia infantil
Diversos estudios muestran que aquellos padres que tienen conflictos gatillados por el ejercicio de la paternidad generan cierto nivel de violencia en los hijos, "lo que a su vez fomenta aún más la alteración matrimonial", explica el doctor Roizblatt.
Otras investigaciones revelan que "un día con un conflicto importante entre los padres frecuentemente va aparejado de un problema con los hijos al día siguiente", agrega el siquiatra. "Lo que ocurre es que cuando el papá y la mamá pelean, el niño arma una situación para que se fijen en él y salgan del conflicto de ellos. Y es que esto último angustia mucho al hijo, le provoca un alto nivel de inseguridad. Muchos niños viven con el temor constante de que sus papás se van a separar".
Cuando los niños reaccionan con violencia, producto de esta angustia, es porque han visto este modo de actuar en sus padres. Pero también hay otros modos de reacción. "A veces, aprenden a reprimir sus necesidades y a estar más alerta a las conductas de los padres, como una amenaza soterrada", afirma la sicóloga infantil y terapeuta familiar Claudia Cerfogli.
"Por eso, debemos estar atentos al niño que deja de manifestar sus necesidades, al que se sobreadapta y al que está siempre irritable. Ambos síntomas nos hablan de un niño sufriente, de un niño en tensión", agrega.
Pero no sólo los conflictos dañan. Hay matrimonios que no pelean delante de los niños, pero que no tienen una buena relación de pareja y que deciden seguir viviendo juntos precisamente por no perjudicar a los hijos. ¿Hasta qué punto esto les afecta?
Depende, coinciden los especialistas. "Si ellos, en su función de padres, se siguen validando y respetando mutuamente; si siguen teniendo el mismo norte y los mismos valores para criarlos, no tendría por qué ser dañino para los hijos", afirma la sicóloga Antonia Raies, del Instituto Chileno de Terapia Familiar.
Poca pasión
Distinto es cuando esta indiferencia "es más bien un rechazo, un mensaje de que el otro no es válido; cosa que los niños perciben muy bien", apunta Claudia Cerfogli.
Pero si lo único que falta es la pasión, pero los padres siguen estando unidos en un estilo de crianza cariñoso y preocupado, no habría mayores problemas. Sí puede influir en la manera en que estos niños aprenden a relacionarse afectivamente con una pareja. "Pero eso no va a impedir que en el futuro estos hijos puedan tener una buena relación de pareja que, además, incluya la pasión", dice Antonia Raies.
Los hijos de matrimonios mal avenidos, indiferentes o separados, pueden tener un futuro matrimonial y familiar satisfactorio si es que se preocupan de lograrlo. Tampoco hay un determinismo para quienes tienen padres poco efusivos en sus demostraciones de afecto. Los hijos van a aprender ese patrón de relación, pero pueden modificarlo y actuar de otra manera cuando formen su propia pareja.
Sin embargo, no es una tarea fácil. "A veces uno es muy crítico de lo que vio en sus padres y no se da cuenta de que está repitiendo lo mismo porque no tiene otro repertorio de respuestas", dice Antonia Raies.
Y agrega Arturo Roizblatt: "Eso de que nadie te enseña a ser padres no lo considero tal. El cómo hacerlo, uno lo vio y lo aprendió los 20 años en que vivió con sus papás. Por eso, la mayoría de los matrimonios bien avenidos vienen de hogares en que eran felices con sus padres".
¿Cómo reaprender, entonces, aquello que no nos gustó? Lo primero es tomar conciencia, porque estos patrones de relación se aprenden de manera inconsciente.
A veces, las personas se dan cuenta muy jóvenes de lo que quieren reaprender y, a veces, lo hacen ya mayores y a raíz de mucho dolor en sus propias relaciones de pareja. Es entonces cuando aparecen en la consulta del especialista, en busca de un nuevo comienzo.
"No es fácil", dice Cecilia G., madre de Felipe, el "niño-problema". "Al principio, uno cree que se las bate sola con su problema de pareja, pero cuando te dicen que está afectando a tu hijo, te baja una culpa enorme. Y hay que asumir. Y cuando los dos, papá y mamá, quieren hacerlo es como el primer paso para ponerse de acuerdo".