María Eugenia -Jenny como la llaman sus amigos- es una mujer de armas tomar. Busquilla, fuerte, organizada, activa, con claras habilidades sociales, resulta difícil comprender por qué hace 15 años perdió la batalla con su cuerpo.
Con un evidente sobrepeso, sorprende que la obesidad mórbida que carga la acompañe sólo desde comienzos de los ´90. De hecho, muestra unas fotografías de su infancia, adolescencia y post embarazos y su figura es, incluso, delgada.
A los 45 años, lleva casi 30 años conviviendo con el padre de sus tres hijas, de las cuales la mayor, de 27, la hizo abuela de tres nietos. Reconoce que su enfermedad ha afectado su entorno familiar, tanto, que estuvo separada de su pareja por un tiempo. “Ahora estamos en otra etapa, dimos vuelta la página”, asegura.
-¿Se gatilló tu enfermedad con los embarazos?
“No, para nada. De hecho, para mi primer embarazo tuve que ser hospitalizada porque estaba baja en peso. No sé, después de que nació mi última hija no me sentí validada”.
Al igual que muchos en su situación, ha probado toda suerte de tratamientos. “Ya tengo claro cuál es mi droga favorita, la comida. Fui como obesa, primero, a Alcohólicos Anónimos y después conocí a los Comedores Compulsivos. Ya identifiqué mi problema”, afirma.
Dueña de casa, sólo en una oportunidad tuvo una actividad remunerada; trabajó con un contador y era tan eficiente y sociable, que éste vio crecer su clientela. El resto del tiempo lo ha dedicado a toda suerte de grupos comunitarios, ya sea de ayuda a ancianos, de rehabilitación en drogas, cuidado de niños, juntas de vecinos, programas antidelincuencia y otros. Y en esa maraña de redes sociales se ha vuelto una experta en utilizar los beneficios que otorgan programas del Conace, de las municipalidades, de los consultorios o Chile Deportes.
Nacida y criada en una población de la comuna Pedro Aguirre Cerda, se ríe al comentar que cuando se fue de la casa de sus padres a la suya, a menos de dos cuadras de distancia, todo el mundo se enteró de su llegada, porque los organizó para hacer una Navidad en la calle.
-¿De dónde vienen tus habilidades como dirigente social?
“De chica, a los 8 años ingresé como pionera al Partido Comunista. Era líder del sector y participé del ‘Tren de la Salud’ de Allende. Fui nominada, con otro grupo de jóvenes, para viajar a la Unión Soviética a capacitarme, pero vino el golpe que me frustró bastantes sueños”.
-¿En qué organizaciones has trabajado?
“Antes de pasar a las JJ.CC., siendo pionera, hice trabajo voluntario, en el tiempo de Salvador Allende íbamos a cuidar los camiones para asegurar el traslado de la harina para los pobladores, ayudábamos a los dirigentes de la JAP”.
-Trabajaste con un contador, ¿lo dejaste para dedicarte a lo social?
“No, no, lo hice porque mi pareja se enojó. Me dijo que estaba descuidando mucho a las niñas, que en ese tiempo tenía dos; me dijo que, aunque estaban en el jardín, no era justo que pagaran las consecuencias y total… no tenía una necesidad económica, siempre he dependido de la pareja, siempre me ha sustentado de muy buena forma”.
-¿Muy machista?
“Demasiado, pero ya no es tanto, hemos aprendido los dos”.
Con una espontaneidad que la sobrepasa, no puede evitar comentar que en 2003, cuando dio vida al MOM, pasaba por una crisis en su relación. “Le molestaba que fuera dirigente, me decía ya estai con los abuelos, con el club de tango. Me había hecho prometerle que abandonaría todo, de hecho, lo único que se me permitía era la militancia. Con eso no más, que te baste me dijo cuando me comentó lo de la charla en la Universidad de Chile”, recuerda.
-¿El MOM te demanda mucho?
“No, tengo bastante tiempo, soy una persona bastante simple, sencilla. No me inquieta ni el ayer ni el mañana, trabajo sólo por hoy, si tengo tiempo y disposición, ahí estoy.
“Yo me levanto todos los días y doy las gracias por haber amanecido y por tener las ganas, la habilidad y la disponibilidad para poder seguir trabajando en mi recuperación y apoyando la de otros”.