Al decir que la educación es importante para el país, y al preocuparnos de si no vemos buenos resultados, estamos expresando el deseo de que todos los niños y jóvenes del país aprendan, desarrollen sus habilidades y tengan experiencias estimulantes en la escuela.
Este valor por el bien común, sin embargo, suele ubicarse entre los padres en un lugar menor en la jerarquía que el valor individualista del éxito en el rendimiento y bienestar del propio hijo o hija. Infrecuentemente nos interesamos por saber de los compañeros de nuestros hijos, de los que tienen dificultades de aprendizaje o integración, de si nuestros hijos son buenos compañeros con los que tienen alguna dificultad.
Quizás desconocemos que si a todos los compañeros de nuestros hijos les fuera bien y se sintieran contentos e integrados, esto haría un "curso" bueno, afectando poderosamente los aprendizajes. Los cursos que han construido cooperación y armonía son más disciplinados, más parejos y generan un mejor clima para el aprendizaje. Los profesores enseñan allí con más gusto.
Al preocuparnos por el aprendizaje y bienestar de todos, estamos construyendo sentido de comunidad y un contexto preventivo. Trascendemos el interés personal hacia el del bien común.
¿Cómo pasar del dicho al hecho? Invertir tiempo en conocerse y organizar actividades que cohesionen al grupo-curso. Conversar con nuestros hijos acerca de éste y de sus habilidades de buen compañero/a. Invitar a la casa a amigos y a los no tanto; no hacer cumpleaños de "casi" todo el curso.
Enseñar a ser buen compañero. Reunirnos con la profesora jefa cuando sepamos de problemas, ofrecer ayuda para apoyar en las tareas a compañeros que no tienen apoyo en sus casas.
Es la comunidad entera trabajando la que, por ejemplo, logra mejorar el Simce y que los estudiantes se sientan contentos estudiando y alcanzar lo que valoramos: que a todos les vaya bien.