En un colegio se llevó a cabo con los apoderados el siguiente ejercicio: en parejas desconocidas, se debía hablar alternadamente sobre un tema dado. Esto por tres veces, dos minutos para cada tema. Tres preguntas relevantes hicieron que los desconocidos se sintieran, después del breve lapso, con una intimidad que no habrían esperado.
¿Es tanto el tiempo que se requiere para entrar en contacto con otro ser humano? Fue la desafiante pregunta que se hizo al finalizar el ejercicio.
Si no es el tiempo lo que complica la comunicación, puede ser la decisión de comunicarse y la capacidad de entrar en una conversación relevante.
Cabe reconocer que el individualismo que, se dice, caracteriza a nuestra cultura chilena tiene como una consecuencia la falta de interés y habilidad para comunicarse.
Cada uno se resigna a su soledad con frases como "es mejor estar solo que mal acompañado", "las intenciones ajenas nunca son tan santas". Cientos de no-conversaciones de personas que se reúnen a monologar, con temas irrelevantes que no comprometen.
Pero también los chilenos tenemos una gran nostalgia por el valor de la comunidad y el encuentro. Es en estos valores donde debemos apoyarnos para aprender a comunicarnos mejor y usar bien el tiempo de encuentro.
Comunicarse implica aprender a preguntar mostrando interés por el otro. Clave es aprender a escuchar, sin querer opinar al instante que el otro partió. Para escuchar, la herramienta es preguntar, sin opinar ni aconsejar, por más que la opinión quiera ser constructiva.
Comunicarse implica focalizar temas que permitan compartir un poquito de humanidad: lo que nos importa, lo que nos emociona, lo que nos genera dudas, los errores, los aciertos y descubrimientos. Es mejor "¿En qué has estado y qué ha sido relevante para ti como tema en este último tiempo?", que el neutral e irrelevante "¿Qué tal, cómo va?"... A lo que con justa razón alguien contestó: "Muy bien... ¿o quieres que te cuente?".