Nació en Chile, pero se considera inmigrante italiana.
Su padre llegó a este país en 1948 y su madre, en 1954; acá se conocieron y tuvieron cuatro hijos. Todo transcurría normal, hasta que en 1970 asumió la Unidad Popular y el pater familia –quien había vivido los horrores de la Segunda Guerra Mundial- presintió que los tiempos que venían eran malos y envió a toda su familia a Milán, donde unos parientes.
Así, de la noche a la mañana, y con apenas 7 años, Chantal se vio transplantada. Las consecuencias de esa decisión no se hicieron esperar; sus padres se separaron y ella se quedó a vivir allá hasta que, en 1988, en una visita para estar con su padre, conoció al que sería su futuro marido.
Con 25 años, sin haber estudiado acá, sintiéndose plenamente italiana, con mentalidad europea, hablando tres idiomas y con el título profesional de cientista político obtenido en la Universidad Católica del Sacro Cuore, Chantal regresó a formar su propia familia.
“Aparte de saber español, me sentía completamente afuerina”, cuenta.
-¿Por qué tanto?
“Venía de Milán, que iba bastante más a la vanguardia que el resto de Italia, con un estilo de vida más independiente”.
-¿Experimentaste un choque cultural?
“Sí, yo era más liberal que lo que la gente era en Chile hace 20 años. Era un mundo muchísimo más cerrado y mi ambiente era bastante más conservador. Tuve discusiones importantes con varios porque se prejuiciaba frente a tal o cual hecho; también se ‘roteaba’, cuestión que me sacaba de quicio. Mi marido siempre me preguntaba cuál es el objeto de ponerte a pelear.”
-O sea, éramos bastante más intolerantes de lo que somos ahora.
“Bastante más. Cambié de mundo y me di cuenta que no pertenecía a él. Por eso me puse a estudiar un magíster en ciencia política en la Universidad Católica y después, a trabajar”.
-¿Nunca te cuestionaste quedarte en Chile?
“No, tengo un marido que es abogado, entonces no hay nada que hacer, las leyes no se exportan” (entre risas).
Como si el cambio no hubiese sido menor, a los pocos años de matrimonio y con dos hijos pequeños, se fueron a vivir un año en San Francisco, Estados Unidos, por motivos de trabajo de su marido. Y allá le ocurrió lo opuesto de que lo sentía en Chile. “Ésa era una sociedad demasiado liberal para mí, en esa época ya se daba el Gay Parade y yo no quería que mis hijos crecieran ahí. No era lo que quería para ellos, así que nos volvimos habiendo tenido la posibilidad de quedarnos”.
En Italia, antes de venirse, Chantal tuvo la oportunidad de trabajar para Amnistía Internacional, cuestión que tampoco facilitó su inserción en esta sociedad. Eran tiempos de Pinochet y, por lo tanto, los sectores de derecha criticaban duramente a ese organismo internacional.
-En tu círculo social eso debió generar anticuerpos.
“Sí. Es divertido, en los grupos de personas más humildes me tildaban de cuica sólo por ser rubia –teñida al final del día, acota- y en los ambientes más conservadores, era ‘izquerdoide’. Pero al final, tengo mi propia identidad, no estoy ni ahí con estas divisiones y mi bandera de lucha son los celíacos”.
-Pero estaba el tema de los derechos humanos.
“Eso sí, es un tema que siempre me ha interesado. Ahora, Amnistía Internacional en Italia tenía un carácter diferente al capítulo chileno de entonces; AI condena a todos los gobiernos autoritarios que maltratan a las personas por sus credos políticos o religiosos, pero allá, entonces, estábamos preocupados de ayudar a familiares de prisioneros en Polonia y otros países del este antes de la caída del Muro de Berlín; nuestra gran herramienta era el papel y el lápiz, porque lo que hacíamos era mandar cartas intercediendo por ellos.
“Acá salían los informes de AI sobre Chile y rápidamente los calificaban de comunista y resulta que son gente súper profesional; puede ser que haya uno o dos que se abanderizan, pero el 99% es voluntariado. Acá en Chile, Amnistía estaba más politizado”.
Por su nexos con la colonia italiana y el padre Baldo Santi, director de Caritas-Chile, Chantal Signorio asumió como gerente general de la Fundación Civita en 1990 y desde ahí, tuvo la oportunidad de participar en la creación del Centro Cultural y Residencia Universitaria “El Agora”. “Fue una etapa muy entretenida”, dice.
-¿Por qué no seguir por el derrotero de la ciencia política?
“Traté, de hecho entré a estudiar el magíster en la UC para poder contactarme con ese mundo, entender la cosa local. Es un mundo bastante restrictivo, llevaba mi currículo a las empresas, pero me consideraban sobre calificada; como necesitaba trabajar, estuve un tiempo de consultora, pero no lograba pertenecer, seguía siendo un outsider”.