Loreto Amunátegui estudió en las Ursulinas: “aunque no puse a mis hijas allí, estoy muy orgullosa de mi colegio, porque tiene un sello, marca”. Tiene cuatro hijos entre los 32 y los 27 años; tres mujeres y un hombre, una ingeniera comercial, dos abogados y una diseñadora gráfica. Está separada hace años y su máxima chochera es su nieto de 7 años, Martín, hijo de su hija menor.
-¿Siempre trabajaste?
“Yo estudiaba trabajo social, pero me casé y el estudio se fue a las pailas, porque nos fuimos al oriente de Venezuela. Volví con tres guaguas y entré a estudiar orientación familiar. Después me separé y me quedé con cuatro niños muy chicos, así que me puse a trabajar altiro”.
La mayor de sus hijas tenía 7 años y la menor 2. “Son súper seguidos, tienen 4 años y medio de diferencia entre la mayor y la última. Saqué la tarea súper rápido... ¡estupendo!”, dice.
Se casó muy joven y a los 15 días de matrimonio se fue a Calama: “Casi me morí, atroz... duro más bien”. Después se fue a Cauquenes, porque su ex marido es ingeniero; finalmente, a Venezuela, en el Orinoco, donde vivía en un trailer. “Me fui con tres y volví con cuatro”, recuerda riéndose.
Eran una comunidad bastante heterogénea y muchas de ellas con niños muy chicos, en plena selva. “Yo creo que éramos más sacrificadas, que quieres que te diga; además, la familia era prioridad, sin duda alguna”.
-¿Allá te dedicaste sólo a la casa, perdón, al trailer?
“Jajajaja, efectivamente allá había una postergación enorme de la mujeres, claramente. Donde yo estuve, cerca de Puerto Ordaz, los ingenieros estaban a cargo del rediseño de la siderúrgica del Orinoco; nosotras, las mujeres, no teníamos ni siquiera la oportunidad de un curso por correspondencia... ¡Nada más que criar!”.
-¿Muy duro?
“Sí, pues. Yo te diría que a esa edad, sin ayuda de nadie y con hijos tan seguido, no me acuerdo de haber dormido nunca una siesta. Pero también se compartía mucho, porque los papás llegaban a las 4 de la tarde.
“Nosotras instauramos un día en el que nos íbamos a un club internacional al que teníamos derecho... ¡aunque nos quedáramos dormidas! Jugábamos tenis, nos tomábamos un traguito, hacíamos hora hasta las 11 de la noche, con tal de volver y que estuvieran todos durmiendo... no queríamos saber de niños. Le pusimos ‘el día de la nana’”.
-¿Nunca te volviste a casar?
“Tengo mis historias y bienvenidas, pero no han influido en mis hijos y eso es lo importante; eso me deja muy tranquila. Me siento muy orgullosa de cómo viví mi maternidad.
“Al separarme, hicimos una terapia familiar, todos, también el padre de mis hijos. Quedaron muy claros los roles coparentales, así que las parejas no han influido en el rol nuestro. Siempre viví con mis hijos, pero tuve al papá siempre a mano y no sólo en términos económicos, sino para tomar decisiones y para criterios educativos. Hasta en la edad más difícil, entre los 12 y los 18, en las mujeres, especialmente”.
-¿Cómo lo hiciste al volver a trabajar y estudiar, ya separada?
“Tuve apoyo siempre en la casa. Partí estudiando, después trabajando media jornada, pero también tuve mi período de trabajármelo todo, en una edad más taquilla, a los 38, más ejecutiva”.
-En un país que no se caracteriza precisamente por la meritocracia, ¿te ha ayudado ser Amunátegui y no perico de los palotes?
“Obviamente que sí y, muchas veces, sin darme cuenta, he usufructuado de ello, pero el objetivo es llegar a lograr lo que me he propuesto.
“También he sido víctima de muchos prejuicios, desde la universidad me miraban como diciendo qué hace esta cuica aquí; también de gente que me asociaba a la aristocracia, a la oligarquía... ¡qué lata más grande! Déjenme ser tal cual soy y desde lo que soy o lo que represento, déjenme trabajar y sumemos”.
-¿Cómo lo has superado?
“Tomando los cargos con mucha sencillez, me gusta trabajar en equipo, entregarle autoridad a la gente con la que trabajo, porque yo no soy ni más ni menos; vengo de vuelta, no tengo pretensiones de poder. Para mí la dignidad de las personas está ante todo”.
-¿Qué piensan tus hijos de esta madre tan “jugada” por los demás?
“Tal vez es penca que yo lo diga, pero en realidad recibo mucho amor y una cuota bien alta de admiración”.
-¿Ya no viven contigo?
“Ya ninguno y además empieza el éxodo que es algo que me tiene bien complicada. El abogado vive en Puerto Montt; otra se acaba de casar y se va a Nueva York por cinco años. Tengo que mirarlo positivamente, yo también lo hice, ¿no?”
-¿Y el nieto?
“Nooo... a mí, Martín, me mata, me desquicia, me desgarra, me enternece... primero que nada Martín... que los niños se vayan, pero él no”.
-¿Viven cerca?
“Sí y se aloja una vez a la semana conmigo. Me dice abuela, porque así lo quise, nada de cursilerías aquí... ¡abuela, porque tampoco soy abuelita, eso sí que no! Él me ama y me adora y yo a él... es mi locura, hasta que no tenga otros nietos”.