Exfoliar e hidratar, dos gestos básicos en cualquier rutina de cuidados, se vuelven aún más esenciales en los meses de primavera y verano. Y es que, por un lado, el sol y las altas temperaturas favorecen la excesiva pérdida de humedad de la piel y, por otro, muchas células ya dañadas permanecen en la superficie de la epidermis más allá de su ciclo, perjudicando no sólo la textura y el tono de la piel, sino también impidiendo que los cosméticos que se aplican se absorban como debieran. De ahí la necesidad de reforzar el uso de hidratantes y exfoliantes a partir de ahora, con el objetivo de dejar la piel de la cara y del cuerpo en óptimas condiciones antes de enfrentar el cambio de estación.
Una vez por semana
El objetivo, tras una exfoliación, es potenciar la renovación celular, es decir, que las células deterioradas o muertas sean reemplazadas por otras nuevas, proceso que en condiciones normales y en pieles jóvenes se lleva a cabo cada 28 días, y que puede demorar hasta el doble de tiempo a partir de los 50 años. Lo que sucede es que la muerte de las células agredidas por los rayos UV y otros factores ambientales incita a las células madres a producir otras nuevas que ocupen su lugar. Sin embargo, muchas veces las células dañadas no se desprenden y se acumulan en la superficie, lo que explica que la piel se vea opaca y se sienta áspera. Es entonces que la exfoliación se vuelve una gran ayuda, ya que permite barrer con las células muertas de la capa córnea y evitar que dificulten la regeneración cutánea y la absorción de los diversos productos cosméticos que se aplican habitualmente.
En general, se puede decir que la piel debiera ser exfoliada una vez por semana, a excepción de los rostros de piel seca o sensible, a los que se recomienda hacerlo cada diez o quince días.
Es importante usar productos diferenciados para cara y cuerpo, y dentro de los faciales escogerlos según tipo de cutis. Debe tenerse en cuenta también que la mayoría de los exfoliantes son mecánicos, es decir, actúan por el roce de los gránulos y no por tiempo de acción, lo que acelera el proceso. Para un mejor resultado, se debe recordar aplicarlos sobre piel húmeda, no mojada, y a través de movimientos circulares, insistiendo en áreas donde suelen acumularse más impurezas y células muertas. La zona T (frente, nariz, mentón) en el caso de la cara; rodillas, codos, espalda y pies si se trata de una exfoliación corporal.
Si la intención es acceder a una exfoliación profunda, también se puede probar con un programa de microdermoabrasión, que consiste en cientos de diminutos microcristales que van golpeando la cara y con ello ayudan a desprender las células muertas.
Otra opción es una exfoliación química con ácido glicólico, en cuyo caso es esencial que sea realizado por un especialista, ya que es importante controlar en qué concentración y por cuánto tiempo se aplica la sustancia. Es importante advertir también que este tipo de procesos es mejor hacerlos ahora que el sol todavía no es muy fuerte, ya que al exfoliar se elimina la primera capa de la epidermis generándose piel nueva, la que es muy sensible al sol y podría mancharse si se sobreexpone a los rayos UV.
A diario
La piel contiene 70 por ciento de agua, la que se reparte entre la dermis, epidermis y capa córnea según sus necesidades. Y cuando su contenido hídrico decae, de inmediato se altera la turgencia y elasticidad cutáneas, haciendo que la piel se vea reseca y marchita, y que aparezcan líneas en zonas delicadas como el contorno de los ojos. De ahí la importancia de aportar a la piel la cantidad de agua que requiere, en especial cuando se acerca el buen tiempo y las altas temperaturas amenazan con deshidratarla. Ello debido a que mientras más calor, más humedad se pierde por perspiración insensible, mecanismo que opera durante todo el día y que permite mantener la temperatura corporal. Por otro lado, la necesidad de agua es aún más urgente en época de baños, ya que al permanecer más tiempo en el mar o piscinas la piel se deshidrata con facilidad debido a que debe activar mecanismos que impiden que el líquido ingrese al cuerpo. Estos requerimientos son aún más urgentes en pieles adultas, ya que con el tiempo las células se reproducen más lentamente y son de menor calidad, formando una capa córnea debilitada que, al ser agredida por el medio ambiente, se fisura, dejando evaporar más agua de la recomendable.
De todo esto se desprende la urgencia de reforzar el uso de hidratantes diarios, aprender a sacar provecho a mascarillas de hidratación profunda, tomar al menos dos litros de agua al día y favorecer el consumo de frutas y verduras con alto porcentaje de agua.
En relación con las soluciones cosméticas, la clave es escoger el producto adecuado y ser constante en su uso. En el caso de la cara, se requiere de una crema que, junto con entregar humedad, también respete las características de cada tipo de cutis. Así, para un rostro seco hay que preferir una crema que hidrate y humecte al mismo tiempo, es decir, que además de agua contenga emolientes capaces de reforzar la capa córnea, y de ese modo disminuir la excesiva evaporación hídrica. Por el contrario, si se trata de un cutis graso, debe optarse por un producto libre de aceites y no comedogénico.
Como regla general, el mejor momento para aplicar una crema es minutos después de la ducha, cuando el cuerpo todavía está húmedo y permeable.
Actualmente, muchos hidratantes incorporan también filtro de protección solar, lo que siempre es un aporte frente a lo agresivo que los rayos UV pueden ser para la salud y el bienestar de la piel. De no ser así, el consejo es aplicar la crema hidratante y luego sobre ella un filtro solar.
A modo de complemento, se puede aplicar una mascarilla rehidratante una vez a la semana, la que junto con aportar humedad muchas veces ayuda a retener el agua en la capa córnea por más tiempo. Este tipo de productos son de los pocos que pueden asegurar resultados inmediatos, gracias a la adherencia directa de sus activos a la superficie de la piel.