En 1982 se creó el Centro Nacional de Conservación y Restauración, dependiente de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Dibam. Desde entonces ha tenido sólo dos directores, el restaurador Guillermo Joiko y Magdalena, quien asumió en 1988, cuando el primero falleció prematuramente.
Preocupado de los bienes muebles –léase pinturas, esculturas, mobiliario, objetos y otros- su objetivo es promover la restauración del patrimonio nacional, además, de la reparación de éste en los laboratorios especializados que posee.
“Nos preocupamos de que el deterioro no llegue, queremos prevenir y para eso trabajamos con muchas instituciones explicándoles las causas del daño y enseñándoles a cómo exhibir los objetos en condiciones adecuadas”, explica.
-¿Se ha logrado recuperar el patrimonio de la Dibam?
“El trabajo se hace por proyectos y éstos se vinculan con el objetivo que se tiene más que de adonde provienen. Cuando se quiere hacer una nueva exhibición, se busca que los bienes estén óptimas condiciones para que puedan ser mostrados en buena forma.
“También trabajamos mucho en el área arqueología, participando de las excavaciones, acompañando el trabajo para que no se deteriore al ser retirado de esos lugares. Se trabaja con muchos tipos de materiales, en muchos casos se hacen limpiezas profundas –más con el smog inclemente de Santiago- y también se recuperan los objetos dañados”.
El CNCR, instalado en el Claustro de La Recoleta desde el 2000, cuenta con laboratorios modernos y un grupo permanente de 15 profesionales a los que suma otro número similar para llevar adelante la titánica tarea. Su directora considera que esto muestra un avance y responde al nivel de desarrollo del patrimonio chileno, pero que igual le gustaría poder contar con los recursos para poder establecer una planta más grande de restauradores y poder capacitar a algunos en el extranjero en las nuevas técnicas.
-¿Qué falta en esta labor permanente?
“El próximo paso que se debe dar es que las instituciones cuenten con sus propios restauradores, porque el CNCR puede dar un servicio externo, podemos enseñar, capacitar gente y podemos hacer algunas restauraciones, pero el problema es que las instituciones requieren de gente especializada en el día a día.
“La situación de la conservación en Chile –si lo miramos a nivel nacional- es muy, pero muy precaria; hay poquísima gente y cualquier problema que tenga un museo implica que tiene que recurrir a Santiago”.
-Tras el trabajo en El Elqui y Limarí, ¿están cumpliendo algún rol en el norte tras el terremoto de 2005?
“Hemos trabajando muy poco ahí, porque la verdad es que el otro nació de un interés del arzobispo Ariztía de trabajar juntos, él nos solicitó ese servicio. En el norte hemos trabajado con la ‘Iglesia que Sufre’, que se ha preocupado de recolectar recursos para reparar dos iglesias pequeñas que quedan en Parca e Iquiuca y de las cuales tenemos dos cuadros de una virgencitas que estamos restaurando. Además, hemos organizado las misiones, que es el trabajo de un grupo de conservadores jóvenes, acompañados de otros más expertos, y que por 10 días hacen intervenciones menores en esos lugares; traer ese patrimonio a Santiago sería carísimo y por respeto a los comunidades tampoco lo hacemos, ellos son tremendamente apegados a sus objetos, sufren, son desconfiados y hacer el trabajo en terreno es beneficioso”.
-¿Para una mayor participación de ustedes requieren del apoyo del sector privado?
“Nuestra labor esencial está dirigida a la Dibam; a nosotros no nos falta trabajo (se ríe) y hacemos trabajos externos cuando hay proyectos especiales o se piden una asesoría de expertos. Son muchas las municipalidades y universidades que nos los solicitan”.
Cuando habla del centro a Magdalena Krebs se le ilumina la cara. Su pasión logra transmitirla cuando cuenta que poseen a una especialista en adobe y piedra que ha desarrollado un trabajo importante en Isla de Pascua, en la conservación de los moais.
Arquitecta de la Universidad Católica, durante la carrera decidió que no se iba a dedicar a la creación de obras tradicionales, sino que se encaminaría por la recuperación del patrimonio.
Se comenzó a especializar; su proyecto de título lo realizó en un museo y tras recibirse ingresó a la oficina Inventario del Patrimonio Cultural de la Dirección de Bibliotecas hasta que en 1988 se hizo cargo del CNCR.
“El primer director (Joiko) fue una persona muy visionaria y dejó establecidos los lineamientos del centro, que hemos mantenido hasta hoy”, cuenta.
-¿Tus mayores frustraciones pasan por la escasez de los recursos?
“Tal vez pasan por la no comprensión de la necesidad de un trabajo profesional en el ámbito de la conservación. Creo que mucha gente no se da cuenta que un objeto mal exhibido o exhibido en condiciones inadecuadas está sufriendo un deterioro que va a significar que ese objeto a la larga no esté disponible, o que va a sufrir cambios tales que el mensaje que transmita no sea el del artista original.
“Falta mucha conciencia en las instituciones sobre eso; tal vez está ligado al tema de los recursos, pero éstos siempre se consiguen cuando uno está convencido de que eso es lo que se debe hacer”.
Pone como ejemplo la exposición de gorros indígenas en el Museo de Arte Precolombino, que para protegerlos y evitar que se destiñan, son exhibidos en condiciones de muy baja luz. “Con algunos se ha logrado, nosotros hemos predicado hasta el cansancio esta situación, pero siento que aún no lo logramos instalar totalmente. En Chile no tenemos un patrimonio muy amplio, entonces el poco que tenemos, debiéramos cuidarlo como hueso santo”.