La salud no se compra en la farmacia, ni en la consulta médica. La salud es un estado que se gana mediante un proceso de trabajo personal, donde la perseverancia en buenos hábitos de vida tiene un rol fundamental.
Entre estos hábitos está la educación psicofísica, para manejar nuestra mente-cuerpo, más allá de la función psíquica del intelecto puro. Hoy en día es una compensación de patrones de conducta morbosos, como el uso de ropa apretada, dormir en camas blandas, usar zapatos de taco alto o corbatas estrangulantes, o sentarse todo el día frente a un escritorio o en el asiento de un vehículo...
Como medio para canalizar y disipar energía, al mismo tiempo que despierta y entrena nuestra mente-cuerpo, la educación que llamo psicofísica debe ocupar un espacio más allá de las intenciones y discursos, y transformarse en práctica. La educación física no templa sólo nuestro cuerpo físico, sino que entrena además nuestro psique, estimulando no sólo la función del intelecto, sino además la inteligencia emocional, los procesos de sugestión, ensoñación, premonición, etc.
Adiestrarse en el juego, moldeando un conjunto de gestos físicos sostenidos en el tiempo, es la forma que toma el proceso de entrenamiento deportivo. Es la forma que el ejercicio, el juego y el deporte han tomado desde que nuestro ancestro primigenio, cuando bajó de los árboles, pudo erguirse, y caminar en sus dos pies, pudo liberar sus manos, oponer sus pulgares a los otros dedos, y entrenar la pinza. En fin pudo -con pura voluntad o intento- tomar el mundo con sus manos, manos que todo el tiempo retroalimentaron su creciente cerebro a través del tacto y de los ojos... En fin, la esencia del deporte: El cuerpo y la mente evolucionando recíprocamente, en grandes y pequeños pasos, en mutaciones visibles e invisibles. Detalles que hacen la diferencia entre un hombre deportista y uno sedentario, entre la salud y la enfermedad.
En su rol saludable, el deporte en escuela y recreativo debe primar por sobre la competencia, que puede resultar morbosa como exceso o sobrecarga, o cuando crea en los ganadores un complejo de superioridad y en los perdedores, un complejo de inferioridad. La competencia traducida así, en medallas o en calificaciones del tipo nota escolar, y luego traducida en que el campeón es el mejor -entonces el campeón es un hombre más capaz, un superhombre, más que el próximo- es una distorsión común y peligrosa.
Trascender ese patrón de conducta, y enfocarnos en la competencia -deportiva- como una evolución personal, más allá del eslogan "de competir con uno mismo", y teniendo a los pares como interlocutores estimulantes, es el camino. El deporte no puede crear mejores y peores, sólo hombres más sanos y evolucionados.
Sin embargo, el régimen de actividad física incluido en los programas de educación, desde la infancia a la adolescencia, es insuficiente. Y qué decir del que se imponen los adultos, que heredan los patrones impuestos de cuando fueron niños... El sedentarismo es un mal de incidencia epidémica. Sumado a malos hábitos alimenticios, y al estrés, preparamos un terreno fértil para la enfermedad. Y el deporte es el antídoto.