Tiene 54 años, estudió en el Instituto Luis Campino y tras dar la segunda versión de la PAA, postuló a medicina, aunque también a Arquitectura, pues siente una gran afición por la pintura hasta el día de hoy. Obtuvo un buen puntaje y decidió seguir el consejo paterno, así que cursó Medicina en la Pontificia Universidad Católica.
Al terminar la carrera, ya casado y con una hija, se fue a "El Teniente”, en Rancagua. Fue pediatra durante varios años en Codelco. Ahí tuvo a sus otros dos hijos, mientras vivía en Coya y ejercía en los campamentos mineros.
Después de eso vino la beca para especializarse en psiquiatría infanto-juvenil, la irrupción en el mundo de las comunicaciones y otras múltiples actividades. Sin embargo, parece que los días de este médico tienen más horas que las de los demás humanos, porque también ha incursionado en la filosofía y la teología; además de cursos de pintura que sigue en las tardes en la UC.
Explica que su beca junto al doctor Armando Roa, tuvo una impronta fenomenológica; es decir, marcada por la filosofía y eso hizo que quisiera saber más sobre los autores que citaba su mentor. Por eso tomó un diplomado en Filosofía en la Universidad Alberto Hurtado y uno en Teología. “Es la cadencia natural. En la medida que uno va buscando más el fondo, llega a esto”.
-¿Alcanza el tiempo para todo?
“La verdad es que descanso y, para mí, esto es como una terapia en relación a lo desgastante que es la psiquiatría clínica, cotidiana. Hice estos dos diplomados y ahora he seguido un Magíster y probablemente el próximo año tome un segundo nivel de teología, contemporánea, para leer los signos de los tiempos”.
-¿Para qué le ha servido todo esto?
“La verdad es que la filosofía es un soporte de fundamento que le permite a uno aplicarla en todos los ámbitos, no sólo del conocimiento, sino de la experiencia personal; así que me ha servido para mejorar mi psiquiatría, también para los temas sobre la calidad de vida y para las comunicaciones. Hay un hambre natural en las personas de preguntarse los por qué y los para qué y con la filosofía uno puede entregar fundamentos que están detrás de la vida cotidiana.
“Al final, el secreto para poder moverse en tantos ámbitos –lo aprendí de Bateson- es que todo está relacionado y conectado de alguna manera con relaciones de sentido y significado”.
Respecto a la teología, dice que llegó a ella, también, buscando el fin. En algún momento temió que al abordar el tema tan racionalmente, su fe se resintiera, “pero, no; al contrario se ha reafirmado”.
Casado hace 32 años con una instructora de yoga, Verónica, dice que ella tiene mucha paciencia. Tienen dos hijas de 30 y 28 años y un hijo de 26.
Es padre-abuelo de Martín, el hijo de su segunda hija, que está por cumplir 11 años. “Vamos al fútbol, al estadio; hago de papá, absolutamente”. Lo lleva al colegio, va a las reuniones, pero reconoce que tiene menos tiempo que el que tuvo para sus hijos a esa edad, porque en ese tiempo vivía en Coya y salía a las 5 de la tarde del trabajo.
-¿Hobbies, aparte de la pintura?
“La lectura; no sé cuántos libros tengo. Me encanta Coetzee, Ampuero, los autores policiales; en general, leo de todo, autores ingleses, japoneses. Habitualmente compro hartos libros, los guardo y los voy leyendo de a poco.
“El cine me encanta, también, voy al día; tengo que ir a ver ‘Los infiltrados’ y otras dos que aún no se han estrenado. Me parece notable Ridley Scott, todas sus películas, especialmente ‘Blade Runner’. También el gusto por la ciencia ficción viene del papá, él me compraba los libros de Julio Verne y ahí empezó la afición”.
La música es otra pasión, conserva discos de vinilo, de rock, pero está al día en todos los ritmos porque esa es otra de las formas con que logra comunicarse con los adolescentes que atiende, además del gusto personal. Chopin, The Doors, Sabina, la electrónica son algunas de sus preferencias.
-¿Dónde descansa?
“En la carretera austral; me encanta ese paisaje. Mi señora me reclama un poco, porque hace tres años que vamos de vacaciones para allá”.
Explica, eso sí, que sus aficiones son cíclicas; hay períodos en que le da por la pintura, luego la deja y sólo lee filosofía y teología; los libros y el cine son transversales, están siempre presentes.
Se considera “educado a la antigua”, así que su especialidad culinaria son los huevos revueltos con aceite de oliva y “puedo hacer la cama cuando es necesario”, se ríe.
Respecto a la sociedad actual, señala que el principal problema que enfrentamos es que los límites tienden a desaparecer, incluso en el ámbito de la ética. "Scorsese muestra magistralmente que las fronteras entre el bien y el mal van desapareciendo. Estamos en la zona cero de lo moral y la realidad se vuelve líquida o múltiple, todo se vuelve difuso. Las fronteras desaparecen y eso se suma a que cada vez más nos manejamos a la luz del deseo y de lo que emocionalmente queremos", explica.
-¿También le pasa a usted?
"Hay una lucha constante contra el egoísmo, pues el riesgo más grande en esta profesión es creerse Dios, volverse Narciso y perder la capacidad de amar al otro y, por tanto, de ayudarlo".
-Vámonos a algo más frívolo, ¿cuál es su vicio privado?
"Levantarme temprano, servirme una taza de café y una de té verde y leer los tres diarios (El Mercurio, La Tercera y Las Últimas Noticias), solo, sin que nadie me interrumpa.
"El segundo es salir con mi nieto y mi hijo al fútbol, a ver a la UC; me resulta muy grato. También salir con Verónica, mi mujer, y arrancarnos el fin de semana al Cap Ducal en Viña.
"Ah, y los viernes culturales que nos juntamos con un grupo de amigos para ir al teatro o al cine y después pasarnos a comer algo".