Se casó a los 20 años. Jaime Orpis era presidente de la FEUC y ella –le da verguenza confesarlo- reina novata de Periodismo cuando se conocieron.
Él, ni corto ni perezoso, decidió cortejarla y para eso estableció toda una estrategia. En los primeros trabajos de invierno, se encargó que a Ana Luisa la destinaran a una comunidad con estudiantes más jóvenes que ella por lo que la experiencia, en términos de hacer amigos, se volvió una lata. Además, el jefe del grupo fue su marcador oficial, instruido a impedir que alguien se le acercara. “Según él (Jaime), es la única vez que ha hecho abuso del poder”, dice entre risas.
El viaje en tren fue otra situación peculiar; la joven estudiante de Periodismo no podía entender porque monopolizaba toda la atención del presidente de la FEUC ni porque después la citaba a reuniones a solas donde le aseguraba que “para el gremialismo es súper importante Periodismo”.
A los dos meses estaban pololeando, a los seis y medio de novios, y en menos de un año, casados. Hoy, a los 43 años, se declara más que feliz con la decisión que tomó -34 años atrás- de formar una familia junto al senador. Tienen cuatro hijos, el mayor de 20 años y las tres menores de 10, 6 y 3, todas adoptadas.
-¿Por qué tomaron el camino de la adopción si ya tenían un hijo biológico?
“Para mí, la pena más grande de mi vida fue asumir que ya no podía tener otros hijos, no creo que haya habido una pena así de profunda que me haya afectado tanto y por tanto tiempo.
“No es que no pudiéramos tener hijos bajo ninguna otra fórmula, pero nosotros consideramos que éramos un matrimonio católico y que teníamos que serlo en las buenas y en las malas y por lo tanto, las alternativas que nos ofrecían no las íbamos a considerar. Nunca iniciamos un tratamiento, fue una opción”.
-Y dieron el paso.
“Nos costó bastante cerrar la puerta y abrirnos al camino de la adopción; había mucho miedo, pero hoy no hay nada que me haga más feliz. Cada uno de mis hijos es un milagro”.
-¿Por qué tres mujeres?
“Tener tres mujeres fue opción del padre que lo único que quería era muchas mujeres que lo regalonearan”, cuenta entre risas.
“No te digo que haya sido fácil, los hijos son demandantes, pero me han dado la posibilidad de ser conscientemente mamá”.
-¿Cómo es eso?
“Las niñitas las busqué tanto que me hicieron más consciente de mi maternidad. Por eso son una convencida de que el embarazo en un don de Dios. No puedo decir que no me hubiera encantado que estuvieran en mi guatita, los embarazos son un milagro, uno no es protagonista, es un acompañante. Uno pasa a ser protagonista cuando el niño nace, el tener que enseñar, entregar amor, protección, afecto, donación.
“Dios me ha dado la bendición de ver las dos situaciones y por eso puedo decir que ambos casos somos igualmente partícipes; en uno de un milagro y en los otros, de la función de formar y querer para convertirlos en personas valiosas”.
-Jaime sufrió un cáncer hace algunos años, ¿cómo lo enfrentaron como familia?
“Cuando se lo diagnosticaron teníamos sólo a Santiago, no a las niñitas. En ese momento nos veíamos poco porque Jaime es súper trabajólico y tenía una visión de la responsabilidad errada, era a un nivel enfermizo. Cuando le detectaron el cáncer fue complicado; lo más difícil fue la toma de decisiones, fue muy duro, pero, por otro lado, fue un regalo de Dios el poder estar a su lado.
“Jaime programaba las quimioterapias los viernes, se quedaba en la clínica el fin de semana y el lunes se quedaba en la casa; el martes se iba a Valparaíso, al Congreso. Ése fue el tiempo en que lo tuve para mi sola, fue el tiempo en que pudimos crecer un montón y por eso agradezco a Dios porque no pasó a mayores y estuvimos juntos”.
Además de las dificultades que enfrentó su marido, Ana Luisa, al poco tiempo se enfermó y presentó un cuadro de fibromialgia y fatiga crónica, los cuales cada cierto tiempo le impiden caminar. De hecho ha estado cuatro veces postrada y ha tenido que iniciar un proceso de rehabilitación, usar muletas.
“Son pellizcos de Dios, en los últimos tres episodios tuve que estar en silla de ruedas y eso fue una lección de humildad enorme. El primer día que me senté en la silla de ruedas resolvimos que íbamos a hacer nuestra vida y Jaime me llevó altiro al teatro”, cuenta.
Asegura que enfrentar estos episodios requiere de mucha fuerza, la misma que requirió para sobrevivir los serios accidentes automovilísticos que han sufrido como familia y que le han hecho preguntarse ¿por qué no nos hemos matado? “Siempre han sido pellizcos”, concluye.
-¿Cómo han sobrellevado los costos de la intensa vida política de Jaime?
“Con una altísima dosis de comprensión que, tengo claro, es injusta para los niños. Jaime está sólo el domingo y el lunes acá, llega el sábado en la noche y el martes parte a Valparaíso, pero el tiempo que le dedica a los niños lo aprovecha, está todo el día con las niñitas y nosotros, cada minuto juntos.
“En el año se da algunos espacios, nos vamos de vacaciones de invierno; casi no hacemos vida social”.
-¿Cuáles son los espacios para ti?
“No sé dármelos, me encantaría poder tomar alguna clase de arte, de pintura, pero lo único que tengo claro es que no me quiero volver a enfermar”.
-Eso no está en tus manos.
“Sí, porque a mayor stress puedo recaer. Pero por el efecto que tiene en los niños no quiero volver a tener una crisis, volver a las muletas y trato de cuidarme. Trabajo más que nunca en la fundación, dejé de hacer clases en la UC este semestre y voy a ver qué hago después.
“No sé si necesito tiempo para mí porque esto me llena. Mis niños, mi matrimonio y la fundación me llenan”.
No interrumpe su reflexión: “mi mayor problema es la soledad, de no estar con Jaime en las noches y por eso mis amigos son muy importantes y también leo mucho. ¿Sabes para qué quisiera tiempo? Para algo espiritual, pero me falta tiempo y voluntad...ah y terminar mi tesis de filosofía”.