Tiene pinta de gringa. De esas gringas que aman el aire libre y los deportes de aventura estilo trekking, cuestión que lo acentúa su estilo de vestir más informal. Pero es sólo la apariencia, porque de actividad física, nada.
Anda relajada por la vida –o por lo menos eso parece-. A los 50 años, que confiesa sin ningún tipo de complejos, se declara satisfecha y muy entretenida.
Separada hace muchos años, tiene dos hijos, Diego de 27 y Felipe, de 24 años, que al parecer son su punto débil. Más ahora que uno ya se recibió de constructor civil y el otro está en su último año de universidad.
Se casó, estando en la U, con otro periodista y “me paseaba con mi guata para arriba y para abajo. Diego fue un niñito tan bueno que me acompañó hasta al examen de grado”, recuerda con cierta chochera.
-¿Se te hizo cuesta arriba todo?
No sé si fue difícil; entre la edad, los estudios, la familia como que uno tenía las energías para hacerlo, era una energía especial. Soy una convencida de que uno vive la etapa de la vida que tiene que vivir.
“No recuerdo que fuera mayormente complicado, aunque la universidad no fue una etapa fácil”.
-¿Pero cuando ellos comenzaron a ser más demandantes?
“Tenía una nana que me ayudaba; estamos en un país que sin ayuda no se puede trabajar y yo lo empecé a hacer en segundo de la universidad. Pero te insisto, no lo recuerdo como un período especialmente angustioso”.
Hoy está en otra, como dirían los lolos. Uno de sus hijos ya se casó, “vive su vida”, y el otro, el chico, empezó a trabajar.
-¿Se acerca el síndrome del nido vacío?
“Nunca he tenido esa sensación. Siempre les digo a mis hijos que mi profesión es periodista, pero que mamá se aprende a ser todos los días y por lo tanto, estén los hijos en el hogar o no, uno siempre está en etapa de aprendizaje. ¿Nido vacío? No”.
-¿Por qué?
“Lo pongo de esta manera. Nunca he dejado de ser persona, una persona integral que hace muchas cosas al mismo tiempo para obtener la plenitud. Mi vida está llena de mis hijos, mis amigos, mi familia, y todo eso te da al final del día plenitud”.
-¿Pero algo raro sentirás?
“Es que no comulgo con los padres que creen que sus hijos son una extensión de ellos. Uno los tiene que formar, entregar valores y herramientas para enfrentar la vida, ayudarlos a crecer, pero darles libertad.
“Quizás sigo el ejemplo de mi madre, que quedó viuda muy temprano y fue muy estricta con nosotros”.
-¿Alguna ansiedad por ser abuela?
“Me encantaría. La verdad es que estaba más preparada para ser abuela que para ser madre (dice entre risas). Feliz de lleguen los nietos ya que tengo la juventud para chochearlos”.
Convencida de todo lo anterior, los pasatiempos de Verónica parecen infinitos. Le encanta el cine, el teatro, la música –especialmente el jazz y la clásica-, ir a la playa y estar con sus amigos. “Tengo menos carrete del que quisiera”, dice bastante en serio.
-¿Deportista?
“Muy poco, hago sólo ejercicios por un problema a la espalda.
“El 2006 ha sido excepcionalmente intenso en la compañía lo que hizo que dejara de hacer las cosas que me encantan, pero sigo siendo una habitué de salir a comer”.