La sexualidad, al igual que los valores y comportamientos de la sociedad, ha sufrido un proceso de cambio a través del tiempo, permeándose de las diversas culturas que intervienen en los procesos de socialización.
Por eso, no es extraño que en materia sexual las creencias, prácticas y conductas sean variadas y variables según la persona y las parejas. Pero aún así, pareciera que el ser humano está llamado a dejarse llevar algunos mitos que se traspasan de generación y generación sin sufrir mutaciones.
En dos capítulos –esta es la primera parte- abordaremos cada uno de esos mitos que intervienen en la sexualidad humana y muchas veces la condicionan.
Los puntos “G” o puntos sensibles
“Mi punto sensible es la oreja. Si colocas la lengua sobre ella, estoy lista”, “El cuello es mi punto más sensible”, “Los pezones” “Mi puntos débiles son la espalda y la cintura” “Para mí, el abdomen”.
Al parecer las personas tienen reconocido sus lugares eróticos, pero al preguntar por el punto G, la timidez provoca mutismo. “¡Sé lo que quiere decir, pero nunca lo he encontrado! ¿Qué es el punto G? ¡Qué flaite hablar sobre eso!” son las expresiones que siguen a la pregunta.
Conceptualmente, en el hombre y en la mujer, el punto G es un lugar difícil de estimular dentro de un coito normal, pero en ambos sexos tienen una localización distinta.
En la mujer: El punto G femenino está relacionado directamente con su propia fisiología anatómica. Son tejidos que se encuentran localizados en la pared frontal de la vagina, aproximadamente a cinco centímetros de su entrada. Su sensibilidad es extrema porque el punto G está ubicado en la zona donde están las terminaciones nerviosas que facilitan su estimulación a través de la exploración y/o penetración -con una posición especial- durante el acto sexual.
Muchas personas confunden este lugar con el clítoris, pero en realidad es una ramificación del clítoris y una zona difícil de acceder. Este lugar está situado en el canal interno de la vagina. Es considerado como el foco de la máxima excitación en la mujer. Su forma es parecida a la de un poroto y su tamaño es, aproximadamente, el de una moneda mediana, aunque su localización y dimensión, pueden variar entre una mujer y otra.
“Creo firmemente que no tengo un punto G. Mis únicos orgasmos los he logrado a través de la estimulación del clítoris y siempre me siento insatisfecha”, afirma MV. Ante esta aseveración la psicóloga Ximena Santa Cruz señala que todas las mujeres poseen esta zona, y que es sólo cuestión de descubrirla Para ello existen talleres de apoyo que lo facilitan donde se utiliza una metodología práctica de ejercicios y dinámicas especialmente desarrolladas para parejas.
El mito de pensar que las mujeres sólo pueden lograr una satisfacción a través del punto G, transformándose en una obsesión por encontrarlo, es errado. “No es un mito sino una conducta”, asegura la especialista. Según ella todas las mujeres deberían preocuparse por descubrir que la sexualidad tiene múltiples formas de satisfacción y que las actitudes frente a la sexualidad son las que hacen que los mitos aparezcan y se desarrollen. Las mujeres tienen otras zonas erógenas por las que puede sentir placer. Es bastante frecuente que manifiesten dificultades para llegar al orgasmo y esto tiende a desaparecer en la medida que la pareja trabaja su sexualidad ligándola a la vida afectiva y trabajando todos los aspectos previos y posteriores a la relación sexual sin olvidar las caricias y manifestaciones de amor. “Se les debe enseñar a tomar conciencia de sus zonas eróticas, descubrirlas y explorarlas”, agrega la especialista.
En el hombre: éste también cuenta con un punto G. Se ha descubierto un ‘lugar estratégico’ de sensibilidad extrema que si se sabe explorar, puede ser estimulado para desencadenar orgasmos de dimensiones no experimentadas. Debido a los mitos sobre la virilidad existen muchos hombres que no quieren descubrir este punto por miedo a perder algo de su masculinidad ya que lo consideran algo antihigiénico.
El punto G se encuentra en la próstata que es la glándula que genera el líquido seminal que transporta los espermatozoides y para estimularlo se debe proceder a través del ano, cuestión delicada y que muchos rechazan por un tema de virilidad.
Más de un punto: El antropólogo británico Desmond Morris, relata en su libro “Los otros puntos ‘G’”, que la mujer, además del famoso punto G, dispone de otros dos puntos hipersensibles: uno en el exterior de los genitales (el novedoso punto U) y el segundo dentro de la vagina (el punto A), que es otra fuente de potencial placer que puede provocar múltiples orgasmos y que se encuentra al fondo, muy cerca de la vejiga.
A través de las prácticas de terapias complementarias, corporales y tradicionales se trabaja contra este mito, es decir, de que sólo el punto G produce placer. El Centro de Terapia Sexual en Chile Ecoterapias los utiliza. La primera pauta que dan es la contemplación del cuerpo de la pareja como fuente del goce, realizando un conjunto de ejercicios que controlan la respiración y el movimiento corporal. Dentro de las terapias se invita a dialogar con la pareja sobre dónde y cómo les gustaría ser estimulados para que ambos puedan disfrutar a plenitud y sin obstáculos.
Los expertos en sexología de los centros de terapia sexual en países como España, Costa Rica y Chile han comprobado que las áreas que provocan más excitación en la mujer son la boca, a través de los besos, ya sean suaves o apasionados; desde el nacimiento del cabello hasta la frente; las sienes, las cejas, los párpados y las mejillas, el lóbulo de la oreja, el cuello, los senos y el área alrededor del ombligo. Y para culminar, el punto máximo femenino es el clítoris, donde la sensibilidad y el placer se unen.
En cuanto al hombre, las caricias en los genitales son estímulos que provocan una excitación inmediata. Pero no hay que olvidarse de los hombros, las palmas de las manos, la espalda, el pecho y los pezones como otros puntos débiles en la intimidad. Recomiendan que mientras más se prolongue y se esmeren en el juego previo, mejor será el resultado final y el mito de los puntos G, en el hombre y la mujer dejarán de ser el único lugar para encontrar el placer.
El mito sobre las conductas viriles
“No me gustan los hombres finos y afeminados me parece que son raros”, afirma Catalina Núñez. Entre tanto Gonzalo Dueñas (24) comenta que tiene muchos compañeros que lo critican, pero que terminan imitándolo. Le gusta estar a la moda, usar lentes oscuros, bloqueador solar, cremas hidratantes para la cara y el cabello y ponerse una buena loción. “Me critican porque soy vanidoso y me gusta producirme. Un día estaba patinando en el hielo con una compañera y ella me preguntó que si yo era gay. No soporto tal estupidez. Siento que las mujeres no me miran como un hombre normal. Estas cosas me afectan para tener una relación”, señala Gonzalo.
Según la psicóloga de la Universidad Católica de Chile, Claudia Muñoz, la dureza, violencia, la no expresión de la afectividad y la priorización de la razón por sobre la emoción son conductas aprendidas que provienen de una cultura latinoamericana de orden machista.
El mito está en pensar que un hombre debe tener conductas que no se parezcan a las de la mujer. El italiano Walter Riso, psicólogo de la Universidad de San Buenaventura de Medellín (Colombia), explica en su libro “Intimidades Masculinas”, que los mitos que suponen la virilidad, postulan cuál debe ser la conducta masculina hacia la mujer, cual es mostrarse brusco, rudo, agresivo, y además poco afectuoso, sin expresar lo emocional para cumplir con los parámetros que la sociedad ha invencionado. De lo contrario será percibido como aquel que tiene problemas de identificación con su propio sexo.
El mito de la sobre erotización de la mujer
Macarena (14) es una joven de cursa el octavo año de básica. Su madre asegura que desde los 13 años le gusta maquillarse y usar la ropa al estilo Shakira mostrando el ombligo y su mayor deseo hoy es tener unos pechos grandes como las modelos de la televisión.
En cambio, Georgina (35) nunca tuvo deseos de mostrar su cuerpo. “Jamás podría colocarme un traje que muestre algo erótico, eso no va conmigo y en eso no puedo complacer a mi pareja”, afirma.
En tanto, Gladys (42) dice que para ella vestirse sexy es fundamental porque mostrar su cuerpo hace parte de la sensualidad de la mujer. “La mujer de 40 años, antiguamente era gorda y se vestía como monja, hoy no somos las mismas. Debemos ser más atrevidas porque la competencia es fuerte”, asegura.
La psicóloga Ximena Santa Cruz asegura que las mujeres empiezan a buscar estimular la erotización a través de la lencería y prendas que tienen que ver con la sexualidad por el estilo de vida que se lleva actualmente. Así, más que un mito sexual se trata de un comportamiento que rompe con los esquemas y patrones.
Ahora bien, existe una conducta histérica frente a esta disposición provocada por disfunciones sexuales causadas por la represión y así queda de manifiesto en las palabras de Gladys.
Los medios de comunicación también son parte influyente en el cultivo de este –cuestión que reflejan Georgina y Macarena-. Y el hombre también juega un rol importante en la manera como influyen en las mujeres al manifestar sus preferencias creando innecesariamente una competencia implícita entre ellas.
Los cambios químicos que tienen las mujeres es otro factor. Son muchas las que sienten la necesidad de sentirse ocasionalmente diferentes tomando posturas diferentes al caminar y al vestirse eróticamente.
El mito del recato de la mujer
“Me pide que le baile y que lo seduzca, pero no puedo hacerlo sino he bebido unas copas de alcohol, porque me da plancha” “Me habla de sus fantasías y a mi me parecen que está enfermo”, “Tengo sexo por obligación y no por satisfacción, parece no entender que me gusta que me regalonee” “Mi pareja quiere (sexo) todos los días y quiere que haga cosas que me dan vergüenza”. Estas son afirmaciones de algunas santiaguinas con varios años de vida en pareja.
Según la doctora Claudia Muñoz, en las relaciones sexuales de una pareja, el recato de la mujer como símbolo de la no erotización no es más que un mito creado por el mismo contexto cultural. Suponen que las mujeres deben ser damas en la sociedad y prostitutas en la cama, pero éste mito ha ido cambiando con las generaciones. Se debe mirar bajo la perspectiva cultural y emocional.
Se supone que la mujer socialmente “debería” tener una actitud pasiva y de sumisión a diferencia del hombre, de quien se conjetura que debiera ser más activo y tomar la iniciativa, preocupándose por la eficiencia y rendimiento de la relación sexual. En este contexto, la mujer debe sujetarse a un comportamiento más afectivo y no ser activa porque con ello rompe el esquema cultural que establece que el sexo no es igualitario para ambos sexos.
“Es un mito que niega la posibilidad de que la mujer busque sus propias iniciativas para que pueda satisfacerse dentro de la relación sexual, pero con el tiempo también ha evolucionado. Actualmente las parejas jóvenes llevan relaciones más liberadas de esto mitos”, asegura la doctora Muñoz.