Todo fluye y refluye: el día sigue a la noche, y la noche al día; la pleamar a la bajamar, y así... Y como la naturaleza, el cuerpo humano experimenta esas mareas, esos ciclos que podemos experimentarlos en patrones biológicos medibles, como la secreción de las glándulas corporales que producen hormonas.
Un efecto de esto es, por ejemplo, el flujo menstrual, que cada cuatro semanas, aproximadamente, es decir, en el tiempo de un ciclo lunar, acecha a las hembras maduras de nuestra especie: es el fin de un período en el que el útero, estimulado hormonalmente, preparó un nido endometrial que se desecha porque no recibió el óvulo fecundado. Y es, asimismo, el comienzo de otro ciclo de fertilidad.
La secreción de ACTH, una hormona producida por la hipófisis que estimula a las dos glándulas suprarrenales a producir más cortisol. Este período tiene dos fases. Una de concentraciones altas en la mañana, entre las seis y las ocho A.M., y otra de concentraciones bajas en la tarde, que llega a sus niveles mínimos alrededor de las ocho P.M. Muy probablemente este ritmo está controlado por factores ambientales, como el ciclo luz-oscuridad, o bien el de sueño-vigilia.
El cortisol tiene un ritmo llamado circadiano, es decir, cercano al día. La inversión del ritmo-sueño-vigilia por más de una semana lleva a cambios en la secreción de ACTH y de cortisol, con una merma de la capacidad de adaptación a estrés ambientales.
Quizás el cambio brusco de horarios que experimentan los viajeros que se desplazan rápidamente en dirección Este-Oeste explica, a través de un desajuste de este ritmo circadiano hormonal, una parte de las molestias que se sufren por ese fenómeno.
El cortisol es una de las hormonas más importantes en la reacción de adaptación al estrés, y por consiguiente al ejercicio. La secreción de ACTH, y por tanto de cortisol, es estimulado por el frío, el dolor, la emoción, el trauma, la hipoglicemia (baja de la concentración de azúcar en la sangre) y el ejercicio.
La secreción rítmica de hormonas sexuales o de cortisol, que responden a ciclos, lunares o diarios, puede hacerse extensiva a muchas otras hormonas y parámetros biológicos. Esto nos permite comprobar el término biorritmo: somos presas de un "reloj biológico" sincronizado con el medio ambiente.
Todo deportista tiene sus períodos de avance y retroceso, de ascenso y descenso; que muchos resumen en "la ley del péndulo". Es común escuchar: "Hay días en que me siento pesado y otros liviano como una pluma". Lo importante es no sólo ser capaces de experimentar el biorritmo, sino que también compensarlo, saber moverse con la baja energía, no dilapidar la alta, y sobre todo, preverlo.
Un deportista en baja es más vulnerable a las lesiones y necesita más restauración y bajar su carga de entrenamiento. En fin, compensar su biorritmo con el ritmo del presente. Así, es óptimo que los deportistas sean conscientes de estas fluctuaciones, que se traducen en su rendimiento, ya sea diario o periódico. Para esto hay que indagar en la autoscopía, que es saber percibirse, más allá de la indolencia. A medida que el deportista avanza en el camino del conocimiento de sí mismo, podrá ser más sensible a sus bajones y subidas, tanto en el mediano como en ciclos más largos. Y luego logran acechar con mucha más precisión su momento oportuno; para saber cuándo exigirse y cuándo no tanto; o para determinar cuándo parar.
Un buen conocedor de sus ritmos es capaz de manipular, a través de su dieta, de su entrenamiento, de sus ejercicios de manejo del estrés... al punto de reducir el tiempo de merma energética y prolongar el de abundancia.