Abuelo paterno, abuela materna, padre y madre, todos abogados. Así era difícil que Carmen Domínguez no se inclinara por las leyes. Estudió derecho en la Universidad de Concepción y luego obtuvo un magíster en Derecho Comparado y un doctorado en Derecho en la Universidad Complutense. Hoy, además de ejercer en forma particular, hace clases de derecho civil en la Universidad Católica.
-¿Cuánto te marcó tener una familia de abogados?
“Mucho; evidentemente cuando uno ha sido formado en una familia de abogados todas las instancias fueron lugar para el debate, del intercambio de ideas, era un ambiente tremendamente analítico e inquisitivo. Cuando uno tiene una familia pendiente de lo que pasa en la sociedad, de alguna manera a uno se le gesta el interés, que fue absolutamente educado en mí. Todos mis almuerzos, té, cumpleaños fueron objeto de conversaciones enfocadas hacia eso. Fue tremendamente iluminador e inspirador, siempre digo que soy una enamorada del derecho”.
-¿Fue mayor exigencia para ti?
“Muchísima; tienes que pensar que mi abuelo fue premio al mejor alumno de la universidad y un gran profesor de derecho; mi padre fue también premio de universidad, por lo tanto, cuando entrpe a la facultad, los ojos estaban puestos sobre mí. Evidentemente esto ha sido una vara importante en todos los sentidos, de querer hacer las cosas bien y de alguna manera rendir honor la trayectoria de mi abuelo y padre; también de saber que tenía que responder a la altura de esa tradición y luego, una exigencia, porque muchas veces se da por sentado que si uno pertenece a una familia, necesariamente tiene que saber hacer las cosas y tener buenos resultados”.
Criada en Concepción, abandonó el nido para irse a estudiar, por cuatro años, a Madrid y ya, al regreso, se quedó en Santiago.
-¿Qué extrañas de allá, de ser penquista?
”La verdad es que soy súper urbana. He vivido en varios países del mundo, soy bien cosmopolita; nací en Francia mientras mi padre hacia el doctorado, he vivido también en Colombia, Estados Unidos, de manera que venirme a Santiago no importaba una gran transformación.
“Están allá más mis raíces familiares y cuando uno ha vivido afuera aprende, de alguna manera, que las raíces van con uno. Más que quizás el arraigo físico a un lugar, está el arraigo afectivo que pasa por cuánto cuidado y me mantengo cerca de las personas que me son queridas”.
Casada con un ingeniero civil, al momento de la entrevista estaba en medio de la mudanza de su casa. Resolvieron trasladarse a vivir más cerca del colegio de sus tres hijos (7, 6 y 4 años) para hacer más compatible las diversas actividades de Carmen.
Sin proponérselo, tardó casi nueve años en quedar embarazada, cuestión que le permitió desarrollarse profesionalmente.
-¿Nunca te planteaste dejar de trabajar cuando ellos llegaron?
“No, si trabajo, y así lo he sentido siempre, es porque siento que tengo la responsabilidad de devolver a la sociedad todas las oportunidades que he tenido. Siento que he tenido una educación privilegiada para una mujer, he tenido mucho apoyo familiar, de manera que creo que tengo un deber de devolverlo a los demás y formar nuevas personas. No me podría imaginar que no fuese así, al revés sentiría que estoy desperdiciando algo que tuve.
“Mirando hacia atrás, creo que si sucedió así es para que en definitiva los hijos llegaran en una etapa en donde yo estuviese completamente preparada para poder tenerlos. Cuando nacieron use religiosamente los pre y post natal y nunca se me ha planteado la disyuntiva de tener que dejar de trabajar”.
-¿Cómo logras, entonces, equilibrar tus dos mundos sin estar tensionada? ¿O lo estás?
“Bueno, yo creo que uno siempre tiene un nivel de preguntas interiores y de conflicto. Siempre pasa que uno dice cuánto estoy dando en un lado y cuánto en el otro. Con todo, gracias a Dios, tengo un horario de trabajo, un tipo de trabajo que me permite acomodar, de alguna manera, las necesidades urgentes de los niños. También digo que no a todo lo que supone algo después de las 5 de la tarde y cuando no es posible, trato de estar con ellos cuando llegan del colegio. En la vida académica a uno lo evalúan por los resultados y no por cuantas horas uno está sentada en la oficina”.
-¿Has establecido prioridades? ¿Haces menos ejercicio profesional del que quisieras?
“Sí, pero eso no se ha dado por la familia, sino más bien porque yo me ido desarrollando más por el camino de la academia, donde se hace un poquito incompatible con el ejercicio en tribunales. Siempre tengo juicios, me encanta, pero estoy viajando mucho fuera de Chile y eso hace que el control cotidiano de los juicios se haga más complejo. Tengo que ser responsable en la atención de mis clientes”.
-Y con esta agenda sobrecargada, ¿cuál es tu vía de escape?
“En primer lugar, mi vida interior y espiritual. Trato de trabajar bastante en eso y darme los espacios para mí y para la vida matrimonial; tengo bastante seguros para darme los tiempos que se requiere para ello, de modo de poder procesar lo que a uno le está pasando”.
Si bien le gustan las cosas manuales como bordar y tejer, ya no lo puede hacer con la dedicación que quisiera porque ha tenido muchos viajes para dictar conferencias y otros. “Viajar me encanta, hay pocos lugares del mundo a los que no iría; soy por definición alguien que está con las ganas de pescar las maletas y subirse al avión”.
-¿Y no te agota?
“Ahora que me tocó viajar tanto por razones laborales descubrí que cuando no se viaja por placer, la cosa es absolutamente distinta; pero igual me encanta descubrir nuevas costumbres, comidas, personas y eso es siempre un factor de aprendizaje y de esparcimiento”.