Error 1: Asumir que el amor de verano es obligatorio
Muchas hemos caído en el error de asumir que basta con ponerse un bikini para que Cupido dispare a destajo a quienes se broncean alrededor. Y no es tan simple. Aunque una pase peregrinando a Lucrecia, Donka y demases centros de estética, no bastan la inversión y la estación. No hay que creer que por el hecho de estar más horas al sol, algún iluso tendrá que caer.
El verano es una época tan discriminatoria como el resto, a la hora del éxito en la conquista. Puede ser que, con todas las cartas sobre la mesa, la apuesta por tener quien mande unos chocolates para el 14 de febrero debería ser bastante más segura que lo normal, pero no es así.
El amor no es un must de la temporada. No es que una compre bronceador, acelerador, bikini con relleno y listo. Es más que eso. Es una lotería, dicen por ahí los cursis con quienes casualmente estoy muy de acuerdo. Y los tickets premiados de esa lotería son tan escasos y esquivos como en cualquier otra época del año.
Así, para las optimistas - yo me incluía hasta que caí en cuenta de que no existe ni el Viejito Pascuero, ni el Conejo de Pascua, y que Benjamín Vicuña es humano-que pensaban que no había forma de librarse del romance en esta temporada, malas noticias. En verano, como en los otros nueve meses del año, hay que luchar para tener una pareja a quien usar de excusa y poder utilizar a destajo el "nosotros" cuando se habla de una.
Los hombres no se ponen más fáciles para picar el anzuelo con el exceso de sol. Siempre ven las trampas que huelen a compromiso, aunque estén encandilados con las minis de la temporada. Contra ellos, no hay caso.
Por eso, el esfuerzo de conquista no puede ser menor por el solo hecho que la fotosíntesis se hace más rápida en verano. Hay que salir a mojar la camiseta, como en cualquier época del año. O el top o el brassière, para que suene más glamoroso que partido de fútbol a muerte. Hay que aprovechar los tacos - cada vez menos frecuentes en estos meses, pero qué se le va a hacer, es culpa de la emigración masiva- o tanto evento veraniego para salir a disparar.
Error 2: Bautizarlo como el amor de verano
Éste es el error de las pesimistas. De las pesimistas de clóset y de las asumidas. Porque es conformarse con un romance flash, tipo pinchazo intravenoso, pero con sabor a sandía. Por cábala y otras razones, es fundamental no declararse en pleno romance veraniego mientras se disfruta de uno. No sólo por la superstición - básica y pesimista, pero infalible- de que nombrar las cosas buenas las hace desaparecer.
Es por simple lógica: el verano se acaba el 22 de marzo. Y la sola idea de embarcarse con la cuenta regresiva entre ceja y ceja es demasiado. Además, el amor no es propio de una sola estación. Eso sería asumir que para cada temporada hay un tipo diferente de relación amorosa. Y no es así. El paso siguiente sería hacer combinar a la cita de la noche con la cartera y los zapatos que se tienen puestos. Y los hombres no son accesorios. Se parecen a ellos, claro, en lo difícil que es encontrar justo ése que es perfecto. Pero eso no los convierte en un accesorio, creo.
Error 3: Proyectarse
Aunque las mujeres alegamos que ellos son poco perceptivos, no es verdad. Sienten el olor del compromiso en el aire. Y huele tan mal como la desesperación. Un repelente tan efectivo como el olor de Pepe Le Puff. Por eso, a la hora de tasar a un tipo que se ve bien en traje de baño, hay que pisar el freno.
Puede que con un solo vistazo una lo vea esperando en la puerta de la iglesia con aire compungido. Así que hay que posar de cool. Aunque sea una gran contradicción, porque estamos en la estación más hot, lejos. Basta mirar cómo una se anda exhibiendo por la calle.
Pero hay que vender la idea de que nada es muy importante en verano. Que ni siquiera conocemos lo que es la proyección, o que está entre las palabras consideradas - a modo personal- como garabatos. Como si nada - ni nadie- fuese más importante que lograr un buen bronceado, seguro y perfecto.
Por eso, proyectarlo es dar un mal paso. Es el error de las que piensan demasiado positivo.
Es el tipo de mujer que cree que cada uno de los hombres que se cruza por su vida puede terminar siendo el padre de sus hijos. Con eso se imagina sentada con alguna nieta brillante y cariñosa, en algún sillón de su perfectamente decorada casa de abuelita - en el año 2060, más o menos- , contando cómo conoció al abuelito. Por eso debe ser un recuerdo perfecto, en que nada, nada, se escape de su neurótica cabecita, para poder reproducir lo mejor posible hasta el mínimo detalle de semejante pedazo de posteridad.
Ok, puede ser una exageración. Uno de los grandes errores en que se cae al comenzar un romance de verano es imaginarse al tipo que está al otro lado de la mesa en un traje de esquí o en un traje oscuro, en el matrimonio de alguna amiga. O en jeans y polera, ayudando a preparar el asado del sábado en la casa del que será su suegro. En fin. La proyección en el tiempo hace mal. Tanto para la proyectada como para el proyecto.
El verano es una gran estación. Mi favorita, creo. Se puede mostrar piel más sin ser abiertamente tildada de slutty y objetivamente el bronceado no le puede quedar mal a nadie vivo. Están las terrazas de los bares. Están los tragos en su versión frappé. Está el día de San Valentín, que si una tiene compañía, es una gran fecha. El verano es total.
Tal vez por eso esperamos que los romances que nacen en esta época también sean perfectos. Porque, además, cuando una llega de vacaciones hay tres preguntas obligadas de los amigos. Una, "¿qué me trajiste?". Dos, "¿nos vas a atormentar con las fotos?". Y tres, "¿enganchaste con alguien?". Porque, claro, se generan altas expectativas como si todos estuviésemos en celo.
Si a una la conocen, pollera blanca al viento, bronceado de película, y con ruinas milenarias de fondo, o con las playas de arena más blanca y palmeras más grotescamente idílicas, es difícil que él se lo tome bien al ver la realidad. Es decir, enfrentarse a la cruel visión de mujer en look de tarde hogareña: buzo y polera ancha, más un par de manchas rojas en la cara producto de una limpieza de cutis homemade y sui generis. Mejor que no visiten sin aviso previo. Ojalá, un aviso con cuarenta y ocho horas de anticipación.
Error 4: Enredarse con un compañero de oficina
El amor de verano no está sólo en las playas y discotecas con teams de cuanta marca de celular existe. Está en todas partes. Incluso en la oficina. Quienes vivimos en el cambiante mercado de la soltería usamos de lema "el que busca encuentra". Esto, sumado a un exceso de optimismo, hace que muchas de las que andamos en busca del amor, caigamos en el error de tener romances con los colegas momentáneos. Olvidando (y pisoteando) el mandamiento que obliga a ni mirar a los ojos a quienes comparten el horario de 9.00 a 18.00. Porque no hay romance de oficina que prospere. Verse el 75 por ciento del tiempo que se pasa en estado de vigilia no puede ser saludable para una relación. Menos, tener que responder a la pregunta de "¿cómo estuvo tu día?", con un agresivo "tú bien lo sabes, %$#&, si tú mismo me lo echaste a perder en la pega". Mal. Así no hay romance ni misterio que aguante.
Claro, una siempre disfraza la realidad para que sea favorable. Puede mentirse que las prácticas y los reemplazos deben llegar a su fin en algún momento, así que la regla de "los compañeros de oficina son eunucos" no debería aplicarse entre diciembre y marzo. Pero no hay excusa que valga. Agravantes más, agravantes menos, de todas formas sigue siendo un colega. Y de los despiadados, porque quienes dedican su vida a los reemplazos están esperando que alguno de los de planta tenga un traspié para apropiarse del codiciado puesto oficial. Entonces la lucha laboral es cuerpo a cuerpo. Puede ser un gran afrodisíaco a la hora de llevar las cosas a las sábanas, pero también la sentencia de muerte para las parejas de "picotas".
Puede sonar muy bien unir trabajo y placer, pero por lo general es una unión poco duradera, que con suerte prospera por un par de semanas. Menos del período de reemplazo. Un fiasco andarse topando por los pasillos con cara de malos amigos o con rencores atravesados. Mala alternativa, por donde se le mire.
En el caso de los practicantes, tiene sus alicientes. Porque practicante=inexperto=joven=oportunidad de controlar u/o ejercer el acoso sexual y jugar al borde de la ilegalidad y eso lo convierte en un panorama ultraatrayente, por eso de jugar en el borde de la clandestinidad y de sentirse casi Demi Moore molestando a Michael Douglas. Pero el abuso de poder es siempre condenable y aquello de que está de moda andar con hombres menores es la peor excusa del diccionario, así que hay que descartarla de entrada.
Error 5: Los viudos de verano
Ahí están ellos. Agolpados en una mesa de happy hour, con cara de "la vida es bella" por el solo hecho de estar sin marca personal a domicilio. Porque la señora se va a la playa y el marido, vuelto a las praderas de la libertad, se puede desbocar como perrito de departamento con tanto espacio disponible. Y después que duerme atravesado un par de veces en la cama matrimonial, sólo para disfrutar del placer de ocupar el terreno que por lo general le está vedado, se le ocurre salir. Como niño maldadoso, organiza meetings con cualquiera que figure solo por estos días. Sea solterón, amigo separado u otros en su misma situación de semicautiverio.
Es identificable a lo lejos, porque cuando suena su celular es el que sale a la calle a contestarlo para que la señora no escuche el ruido del bar. Con voz semicompungida, explica la cantidad de pega que tiene, o culpa a la tele por el ruido ambiente. ¿Cómo lo descubre la esposa a la distancia? Por el radar inagotable que son las amigas que están en la ciudad, y por las llamadas semi-alcoholizadas-eróticas-excesivamente cariñosas con que despiertan a la veraneante a la hora de término del happy hour.
Enredarse con ellos es un error por donde se les mire, por el simple hecho de que son viudos de verano. Estacionales. Privatizados. DE OTRA. Es decir, no están en el menú. Es verdad que los ojos son solteros y que mirarlos desde lejos - con curiosidad científica- es tan inevitable como enamorarse de la cara de adrenalina que ponen por estar haciendo algo que está fuera de su rutina.
Pero sólo se miran y no se tocan. O sino, es necesario reservarse desde ya una suite en el infierno. Para quienes tienen la suerte - o la sabiduría adquirida a porrazos- suficiente como para no cometer ninguno de los errores anteriores, bastará con esperar que llegue marzo para seguir con el ritual de la conquista. No habrá otra que esperar que vuelva la rutina para cargar la escopeta con dardos tranquilizantes. A ver qué es lo que cae. O lo que se lleva en accesorios para la próxima temporada.