Los chilenos tenemos un nombre para los que quieren parecer algo que no se es, mostrándose de una manera que no refleja su identidad y realidad: la siutiquería.
En la vestimenta es evidente: señoras maduras que desean parecer jóvenes y se ven ridículas. Pelados con peluquín que despiertan burlas; señoritas bajas con tacos que les impiden correr; jovencitos encorbatados asfixiados de calor.
En los bienes familiares también se pueden tener actitudes siúticas, que no se atienen a la verdad y por eso son disfuncionales: un auto fantástico y una casa a la que le faltan comodidades mínimas. Niños con ropa de marca sin libros en la casa. Regalos caros y un estrés tremendo para saldar créditos.
La siutiquería surge cuando sentimos que lo que realmente somos se ridiculiza o margina. Se puede entender como una mala defensa ante una carencia, real o percibida. En una sociedad muy clasista y que no respeta las diferencias, cunde la siutiquería.
En la educación también podemos ser siúticos: colegios con proyectos educativos grandiosos que prometen excelencia académica, formación integral, una larga lista de valores, pero con 40 niños por curso, un 25% con problemas de aprendizaje; profesores con el 90% de sus horas frente al curso, sin psicólogos ni psicopedagogos.
Lamentamos estar mal ubicados en el ranking educativo culpando a los profesores, sin aclarar, por ejemplo, que mientras el promedio de tiempo docente dedicado a coordinar las clases de los países con que nos comparamos es de 50% o más, el nuestro es de 25% o menos; que mientras su promedio de alumnos por curso es 20, el nuestro es 37 y hasta 42. Extensos currículos sin tiempo para procesarlos.
El valor de ser uno mismo permite progresar; se cultiva al amparo de exigencias razonables, que respetan la realidad de personas y organizaciones.