Cecilia Torres estudió agronomía en la Universidad de Chile y se especializó en viticultura. Dice, entre risas, que no se dedicó al campo porque “ahí si que la mujer no tenía nada que hacer hace 25 años”.
“Quien me iba a dar la administración de un campo de trigo o frutal. Eso sí que era impensable”, afirma.
-¿Pero también lo era para la enología?
“Era distinto porque las mujeres enólogas partimos de abajo, de asistentes de grandes enólogos que fueron nuestros maestros. Uno partía haciendo de todo y se fue haciendo en el camino; la mujer se fue desarrollando, trabajando, formándose y demostrando que se lo podía.
“Hace 26 años, con las colegas de mi misma edad, partimos todas igual, en el laboratorio de calidad, siendo asistente y probando. Cuando entré no distinguía un blanco de un tinto y lloraba. O sea, los dos primeros años me los lloré completos.
-¡No tenías ninguna relación con el vino y te inclinaste por la enología!
“No tenía ninguna. Soy una agrónoma rebelde que tuvo la fortuna de caer, casi casualmente, en esto y enamorarse en el trayecto, porque yo no nací pensando ser enóloga toda mi vida. No, para nada.
“Siempre en mi casa se consumió vino, había en el almuerzo y en la comida, pero ésa era toda la relación que tenía con el producto... una botella en la mesa y nos daban un dedalito para probar. Esa era toda mi cercanía, de hecho no tengo padres agrónomos”.
Explica que haberse inclinado por esta profesión tuvo más que ver con querer ir contra la corriente. Por eso, apenas salió de la escuela entró a trabajar en la Viña Santa Rita, a comienzo de los ’80.
“Estaba haciendo mi memoria y vi un aviso en el diario, sentada en la playa, que decía se necesita enóloga sin experiencia para laboratorio en una empresa. Fui, me presenté y ohh.. ¡bingo! Quedaba aquí en Alto Jahuel que era nada que ver a lo que es hoy día; no habían carreteras, nos quedábamos aislados en el invierno y partí de abajo, barriendo”, cuenta.
-¿Cuándo hiciste tu primer vino?
“Como a los 4 años de estar trabajando, lo hice con mucho susto porque es todo un evento. Dárselo al jefe para que lo apruebe... es como para un pintor hacer un cuadro y que se lo valoren y compren”.
-¿Fue para la venta?
“Sí, fueron mis primeras cositas a nivel vino tres medallas; partí sola, sola haciendo los vinos de volumen, los que hoy nos pagan el sueldo; el vino de caja, de litro, que todavía existe y es el 80% del consumo.
“Es un arte, porque ahí el vino no tiene nada que ver la calidad del terruar, con la genética. Hay que tener otra capacidad, saber mezclar, memorizar; es una muy buena escuela porque se trata de hacer un vino con lo de aquí, de acá, con el raspado de la olla y debe quedar un producto digno, interesante, rico, bien valorado”.
Después de 26 años, dice no guardar ninguna de las botellas ni de su primera producción ni de las posteriores que le han significado merecidos premios. “No se me ocurrió”, confiesa.
-¿Cuáles han sido las mayores dificultades que has debido superar?
“Bueno, creo que no sólo la enóloga, sino que la mujer en sí, siempre se va a encontrar con cosas que hay que superar. O sea, hay que buscarse sus espacios, hay que saber trabajar en equipo, no es fácil el mundo laboral para la mujer. A lo mejor en otras instancias puede ser, lo ignoro, pero hoy es muy sencillo.
“Me cuesta conservar recuerdos negativos, no soy de eso. Trabajé muy duro, mucho más de lo normal porque había que demostrar que era capaz, que no me asustaba, que no le tenía miedo ni a la noche ni al día, que podía venir el domingo”.
-¿Y cómo lo hiciste con la capacitación?
“Ah, eso toda la vida, saliendo mucho, probando mucho a la competencia, siendo inquieta. Salir a otros países, ver otras realidades, invariablemente te enriquece, hay otras culturas, otras maneras de enfrentar los productos, otras realidades vitivinícolas, es decir, es un cuento que no termina nunca. Las cosas evolucionan, especialmente este rubro”.
-¿Te proyectaste alguna vez trabajando en el exterior?
“No, porque en ese sentido la mujer puede ser un poquito más conservadora que el hombre. El hombre está formateado genéticamente de otra manera, para él el mundo laboral es el número uno, no el tres; en cambio, para las mujeres eso es muy importante, pero también hacemos otras cosas, o sea, no hacemos del trabajo nuestro leit motiv -.por lo menos no yo en lo personal y eso que ha sido una pega absorbente y le he dedicado muchos años de mi vida-. Sí, hay que trabajar, trabajar bien, dar lo mejor de uno, estar en armonía y estar contenta con lo que se hace, pero hay casa, hijos y otras responsabilidades. Las mujeres tenemos un equilibrio”.
-Estando tantos años en el mundo del vino, ¿te convirtieron en una prejuiciosa de los otros licores?
“No para nada. Me enamore del vino porque encuentro que le pega mucho a la vida, que es entretenido, sirve para todo, para cualquier ocasión y no puede faltar.
“Los otros alcoholes los encuentro, en general, muy cabezones, los de 40 grados de alcohol me cansan, me agotan, me dan sueño y desde el punto de vista sensorial los encuentro más unidimensionales, o sea, son alcoholes más obvios, más evidentes, no tienen la magia que tiene un vino. El vino no es rutina, en cambio tú sabes qué esperar de un whisky, de un vodka. El vino es todo un mundo, entonces, desde ese punto de vista es mucho más atractivo, más saludable, tiene sólo 13 grados de alcohol”.
-Cuando lo traicionas, ¿por cuál lo traicionas?
“Para mi el vino amerita un tiempo; yo no digo tráeme una copita de vino que voy a planchar, no. Cuando digo me tomaría un pisquito sour es porque no voy a pensar nada, no me voy a detener, será una satisfacción inmediata, a corto plazo, que no me significa un trabajo intelectual que, al contrario, si me pide el vino. Se lo merece, uno lo necesita y te lo perderías si no lo haces”.
-¿Estás siempre haciendo ese trabajo intelectual? ¿Te tomas, alguna vez, un vino sin estudiarlo?
“Lamentablemente sí, me es difícil no hacerlo, siempre estoy evaluando. La gente se complica cuando me invita y no tiene un vino mío, pero eso es re sano. Hay que probar de todo y ser lo más infiel posible porque hay que estar constantemente evaluando. Lo que estoy pensando es yo no pago por esto y eso es una manía”.
-O sea, eres una invitada difícil. Debe ser angustioso para el dueño de casa.
“No, porque no soy pesada, ahora me pasa lo mismo que a los chefs. He tenido amigos que saben cocinar muy bien y siempre les he dicho que jamás te voy a invitar a no ser que cocines tú. No me voy a arriesgar contigo.
“Finalmente, yo llevo el vino”.